De Woody Allen a ‘Friends’ o ‘Seinfeld’, los judíos son los indiscutibles reyes de la comedia. Ahora, un ensayo repasa esta tradición que arranca en la Biblia
Sara no pudo reprimir la risa cuando Dios le anunció que alumbraría un hijo de Abraham, dada la evidente vejez de la bíblica pareja. La carcajada se remonta, pues, al Génesis, en el que se aloja ese pasaje, si bien los Salmos recuerdan que no queda circunscrita a los escenarios terrenales: «El que se sienta como rey en los cielos se reirá».
En ese aparente jolgorio, destaca como fuente del rico humor judío El libro de Ester, que narra cómo ésta y su primo Mardoqueo logran burlar un plan para la aniquilación del pueblo semita -desgraciadamente, uno de tantos-. «Es uno de los primeros libros, si no el primero, de la diáspora judía, exponiendo una sensibilidad de cómo los judíos deben reaccionar en un entorno en el que carecen de poder y están rodeados de gente que alberga sentimientos oscuros hacia ellos. Sorprendentemente o no, este libro se aproxima a una dimensión cómica a la hora de afrontarlo; comedia negra, tensa sin duda, pero comedia al fin y al cabo», explica a Papel Jeremy Dauber, profesor de Literatura Judía en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
La comedia judía, una historia seria -si se toma prestado el título del reciente libro de este autor estadounidense- se perfeccionó durante siglos y rebosa vigencia en esta época en la que la globalidad viene determinada por una pantalla conectada. Los hermanos Marx, Ernst Lubitsch, Los tres chiflados, Billy Wilder, Lenny Bruce, Mel Brooks,Joan Rivers y Woody Allen, entre otros, reformularon la ontología del chiste, definitivamente planetario a su paso por televisión: véanse -o revisense- series como Seinfeld, Will y Grace, Arrested Development, Curb your Enthusiasm, Girls, Transparent y Crazy Ex-Girlfriend. Los creadores de fenómenos como Friends y The Big Bang Theorytambién son judíos, así como algunos de los personajes de sus tramas, por ejemplo los hermanos Ross y Monica Geller en una o el ingeniero aeroespacial Howard Wolowitz en la otra, pero para Dauber esa pertenencia tangencial no basta para formar parte de una larga y tronchante historia que a día de hoy continúa.
Jorge Rozemblum, director de Radio Sefarad en España, señala que el origen de ese humor con base en Norteamérica es principalmente askenazí, es decir, procedente de Europa Central y del Este, con su habitual «pellizco agridulce». Por lo tanto -y a diferencia del carácter sefardí-, «abundan los estereotipos del rabino que no es tan sabio como afirma, la madre judía sobreprotectora…».
Rozemblum, entrevistado por este diario, aclara: «Básicamente nos reímos de nosotros mismos. Cuando esto pasa a la cultura general (como en los casos citados de grandes comediantes estadounidenses contemporáneos), se adapta (los sujetos pueden ser cualesquiera), pero sin perder el carácter agridulce; por ejemplo, Woody Allen, que se dibuja a sí mismo como un personaje lleno de miedos y neuras que muchos comparten».
El humor, al fin y al cabo, no conoce fronteras. Un recurso como el de Lepe para el imaginario judío se ha ubicado durante siglos en Chelm, al Este de Polonia.
Para Dauber, el humor judío se distingue por ingenioso, obsceno, metafísico, rústico y en permanente examen de su propia condición judía. Tal y como advierten desde la Federación de Comunidades Judías de España, «dos judíos, tres opiniones», otro dicho perfectamente aplicable a los españoles.
Sin embargo, aun en su cuasidivina omnipresencia, a menudo pasa inadvertido para el público internacional, más si cabe en países proclives al doblaje como España. Como prueba del metachiste, serviría Borat: cuando el reportero antisemita que da nombre a la película se pone a hablar kazajo, en realidad se expresa en hebreo, una lengua que el irreverente director e intérprete Sacha Baron Cohen domina. Según Dauber, «la grandeza de cualquier tipo de arte depende de combinar la especificidad y la universalidad», como, recuerda, consiguió El violinista sobre el tejado.
El humor traspasa la religión, que aún se retuerce en los EEUU del siglo XXI, entre otros por la humorista Sarah Silverman: «Todo el mundo culpa a los judíos de la muerte de Cristo; y estos le intentan echar esa culpa a los romanos. Soy de las pocas personas que piensa que fueron los negros». «El dios de los judíos no parece estar para muchas bromas», opina Rozemblum. Las creencias resuenan cuando se escucha la risa de este pueblo, como señalaba el nuevo padrino de la comedia norteamericana Judd Apatow: «No soy religioso, pero no podría ser más judío».
El humor del Talmud
En las discusiones rabínicas del Talmud ya se plasman escenas paradigmáticas como las de Gamaliel, que ante un emperador supuestamente conocedor del número de estrellas del firmamento, le pregunta por el más modesto cómputo de sus dientes. Dedos en boca, su majestad tiene que escuchar la puntilla del maestro judío: «¿No sabes lo que hay en tu boca y sí lo que hay en los cielos?».
El chiste desborda luego los escritos religiosos y, ya en el Medievo, se manifiesta como acertijo o fábula: entonces se forja una identificación judaica con el zorro, un héroe improbable «cazado por otros, obligado a salir en desbandada y a vivir de sus ingenios», según repasa Dauber en Jewish Comedy: A Serious History, publicado por W. W. Norton & Company, sin edición española pero disponible en su versión original vía online.
Así, cuando un león pregunta por su mal aliento al resto de animales, para devorar tanto a los que sinceramente lo admiten como a los que prefieren negarlo mediante una cortés mentira, el zorro se salva con la excusa de su falta de olfato a causa de un resfriado. Esa broma halla correspondencia con otras similares relacionadas con el inquebrantable tesón judío frente a la adversidad; como muestra, la del rey que reta al rabino a que, si quiere seguir con vida, debe enseñar a hablar a un mono, misión imposible para la que sólo le concede un lustro de margen. El rabino acepta, para luego confesar a los atónitos testigos: «En cinco años puede ocurrir de todo; que muera el rey, que muera yo o que sea el mono el que muera. ¿Quién sabe? Lo mismo hasta aprende a hablar el mono».
Como Karl Marx en la Filosofía, Albert Einstein en la Física o Bob Dylan en la Música, miembros de esta comunidad han alcanzado la excelencia en comedia. Mel Brooks se atrevió a hacer chistes sobre la aberración del nazismo en su taquillazo de 1967 Los productores -con líneas como «mucha gente no lo sabe, pero Hitler era un bailarín estupendo»-. El audaz artífice de El jovencito Frankenstein y La loca historia de las galaxias prefería bromear a analizar las tragedias, como expuso en una descarnada entrevista: «Si se andan riendo, ¿cómo van a apalearte hasta la muerte?». De hecho, Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y superviviente del Holocausto, reveló que en los campos de concentración surgieron «canciones, poemas y bromas» a modo de consuelo: «Se supone que nos ayudarían a olvidar y lo lograron».
Twitter, por supuesto, opina lo contrario, se diga lo que se diga. Larry David, cocreador de acaso la sitcom más importante de todos los tiempos, Seinfeld -así como de la posterior Curb your Enthusiasm-, reapareció en noviembre en Saturday Night Live, programa en el que se preguntaba si su interés por el sexo opuesto se habría mantenido en un campo de concentración. La cadena NBC, abrumada por el aluvión de acusaciones de antisemitismo -y de machismo-, se afanó en pedir disculpas por ese controvertido monólogo.
Como avisó Saul Bellow, «la risa y el estremecimiento están tan curiosamente mezclados que no es fácil determinar sus relaciones». Sigmund Freud apuntaba por su parte que la agresión es parte de la función esencial del chiste. «La comedia actual está obsesionada con eso. ¿Hay chistes que no deben contarse? ¿Sí pero sólo por ciertas personas?», plantea Dauber. «El límite del humor está en la mirada: el judío se ríe de sí mismo, por ello es sano, reparador, autocrítico, edificante. Todo no judío capaz de reírse de sí mismo contará los chistes judíos como propios. El que los cuente como lo que le pasa a alguien ajeno no está haciendo humor, sino otra cosa más parecida al racismo y el desprecio», sostiene el director de Radio Sefarad.
A estas alturas de tan arduo recorrido, ya cuesta distinguir el punto de partida, pero merece la pena mantener el buen humor hasta el final. Por eso, Rozemblum se despide con su chiste judío favorito: «Dos judíos se encuentran en la cima del Everest y uno le dice a otro: ‘¡Moishe, qué casualidad encontrarte tan lejos!’, a lo que éste responde ‘¿Tan lejos de dónde?'».
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