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| viernes noviembre 22, 2024

Por qué los palestinos necesitan una victoria de Israel


Es un buen momento para la adopción de nuevas ideas sobre cómo resolver el antiguo, estancado conflicto israelo-palestino.

Ahora que los árabes están centrados en otros asuntos –el desarrollo iraní de armas nucleares, las guerras civiles libia, yemení y siria, el encanallamiento de Turquía, la marea islamista, la sequía–,los viejos tabúes antisionistas han perdido buena parte de su pugnacidad. Un Israel próspero y fuerte ha perdido la fe en un proceso de paz que dura ya décadas. Al cowboy de la Casa Blanca le gusta romper con los precedentes. Y el viraje global de la izquierda hacia el antisemitismo, ejemplificado por Jeremy Corbyn, del Partido Laborista británico, suma otra razón a la urgencia: cuando aquélla acabe llegando al poder, las consecuencias para Israel serán nefastas.

La creencia popular sostiene que el conflicto árabe-israelí no terminará hasta que las demandas palestinas sean satisfechas hasta el punto de que los palestinos acepten el Estado judío de Israel. Este paradigma ha imperado sin apenas contestación desde los Acuerdos de Oslo de septiembre de 1993; sin embargo, en este periodo de 25 años también se ha evidenciado que una abrumadora cantidad de palestinos (basándome en estudios académicos y encuestas que se remontan a un siglo, calculo que el 80%) no buscan la convivencia pacífica con Israel, sino la brutal eliminación de la “entidad sionista”. Con semejante actitud, no sorprende que cada ronda de negociaciones, anunciadas siempre a bombo y platillo, haya terminado en fracaso.

Voy a proponer un enfoque completamente diferente para resolver el conflicto, una vuelta a la estrategia de disuasión y victoria asociada al gran estratega del sionismo Vladímir Jabotinsky(1880-1940): el objetivo de Israel no debería ser aplacar a sus enemigos sino derrotarlos. Contra lo que pueda parecer lógico, demostraré por qué los palestinos necesitan precisamente una victoria de Israel para librarse de su propia opresión, su propio extremismo, su propia violencia y prosperar como pueblo.

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Para entender la situación actual hay que remontarse al periodo posterior a la Primera Guerra Mundial y la emergencia de Haj Amín al Huseini, el primer líder palestino de la era moderna. Huseini adoptó una política de rechazo absoluto, una rotunda negativa a aceptar cualquier atisbo de presencia judía en lo que entonces era el Mandato Británico para Palestina. Un siglo después, esa sigue siendo la corriente dominante en la vida palestina. Las diferencias tienden a ser de tipo táctico: ¿es mejor eliminar a Israel negociando con los israelíes y sacándoles concesiones o manteniéndose en la coherencia del rechazo puro? La Autoridad Palestina (AP) emplea la primera táctica, Hamás la segunda.

Durante un periodo de 75 años (1918-1993), la comunidad judía en lo que ahora es Israel respondió al rechazo con la disuasión. Se trataba de disuadir al enemigo de la agresión amenazándolo con una dolorosa represalia. Pese a los defectos que pudo haber en su aplicación, la disuasión ayudó a Israel a evolucionar, con lo que pasó de ser una potencial presa en 1948 a la potencia militar que ya era en 1993. Sí, Israel se convirtió en un país democrático, innovador, rico y poderoso, pero los elementos básicos se mantuvieron. Las ideologías, las tácticas, las estrategias y las personas cambiaron, las guerras y tratados fueron y vinieron, pero el rechazo palestino fue una anquilosada constante.

En 1993, impacientes y frustrados por la naturaleza pasiva y la lentitud de la disuasión, los ciudadanos de Israel optaron por un acuerdo inmediato con los palestinos. En los Acuerdos de Oslo, cada una de las partes prometió a la otra lo que más quería: reconocimiento y seguridad para los israelíes, dignidad y autonomía para los palestinos.

Sin embargo, con las prisas por poner fin al conflicto, los israelíes cometieron tres graves errores aquella mañana de verano en los jardines de la Casa Blanca:

1) otorgaron a Yaser Arafat, líder de una organización no oficial, dictatorial y criminal, paridad diplomática con Isaac Rabín, primer ministro de un Estado democrático y soberano;

2) creyeron a Arafat cuando dijo que reconocía a Israel, cuando lo cierto es que tanto él como sus sucesores han buscado la eliminación de Israel, ahora con el elemento de refuerzo que les supone controlar dos territorios adyacentes a Israel: la Margen Occidental y Gaza;

3) hicieron concesiones bajo la ilusión de que las guerras terminan si se recurre a la buena voluntad, pero lo cierto es que las concesiones tuvieron el efecto contrario de resaltar una debilidad [israelí], lo que acrecentó la hostilidad palestina.

Trágicamente, esos errores convirtieron un potencial proceso de paz en un contraproducenteproceso de guerra.

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¿Cómo salir de este callejón sin salida de 25 años?

El estudio de la Historia demuestra que, por lo general, las guerras terminan no mediante negociaciones sino cuando una parte gana y la otra pierde. Según el historiador militar Victor Hanson,

los conflictos (…) se eternizan cuando un enemigo no es completamente derrotado y obligado a someterse a las condiciones políticas del ganador.

La derrota implica que quien la sufre renuncie a sus ambiciones bélicas. La victoria consiste en imponer tu voluntad al enemigo.

Es una verdad sencilla y universal que los palestinos entienden bien. En julio de 2017, Fatahdeclaró: “La campaña por Jerusalén ha empezado y no acabará hasta que se logre una victoria palestina y los santos lugares sean liberados de la ocupación israelí”. No son los únicos: pensadores y guerreros de todas las épocas coinciden en que la victoria es el objetivo de la guerra. Así, el antiguo estratega chino Sun Tzu sentenció: “Que la victoria sea tu gran objetivo”. Por su parte, el general estadounidense Douglas MacArthur aseveró: “Es nefasto iniciar una guerra sin la voluntad de ganarla”. La victoria es un objetivo humano intuitivo que sólo podrían perder de vista los modernos excesivamente sofisticados.

Por lo tanto, para ganar la aceptación palestina, Israel debe volver a su vieja política de la disuasión, de castigar a los palestinos cuando agredan. Un ejemplo: cuando, en julio de 2017, tres miembros de una misma familia fueron asesinados mientras celebraban la cena de shabat en su vivienda de la localidad israelí de Halamish, en la Margen Occidental, la respuesta israelí debería haber sido construir nuevos edificios en esa comunidad y ampliar sus fronteras.

Eso es la disuasión. No se trata sólo de adoptar tácticas duras, a las que ya recurre el Gobierno israelí; sino de desarrollar políticas constantes para aplastar las ambiciones irredentistas palestinas y poner así fin a la demonización de los judíos y de Israel; para que los palestinos reconozcan los históricos vínculos judíos con Jerusalén, normalicen sus relaciones con los israelíes, cierren las fábricas de suicidas y destruyan su maquinaria bélica. Este proceso no será fácil ni rápido: requiere que los palestinos pasen la amarga prueba de la derrota, con sus carencias derivadas y la devastación y desesperación que conlleva. Por desgracia, no hay atajos.

Un cambio de mentalidad implica no sólo una ausencia permanente de violencia contra los israelíes, sino acabar completamente, en todas partes, desde Naciones Unidas a los campus universitarios, con la campaña para deslegitimar a Israel.

Si la derrota palestina es buena para Israel, es irónicamente aún mejor para los palestinos, que al final se verán liberados de unas terribles ambiciones, de su retórica revolucionaria y sus fantasías genocidas. Un pueblo con formación y talento puede entonces mejorar su vida mejorando su sistema de gobierno, su economía, su sociedad, su cultura. Veámoslo como una versión en miniatura de la Alemania post 1945. Y si la diplomática es ahora una opción prematura, las cuestiones como Jerusalén, las fronteras y los recursos se podrán tratar fructíferamente tras una derrota palestina. La solución de los dos Estados, absurda en este momento (significa pedirle a Israel que refuerce a su enemigo mortal), sí tendrá sentido tras una derrota palestina.

© Versión original (en inglés): danielpipes.org
© Versión en español: Revista El Medio

 
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