¿Podemos al menos estar de acuerdo en que la decisión del presidente Trump de bombardear tres instalaciones de armas químicas de Bashar al Asad, vasallo de la República Islámica de Irán y de Rusia, estuvo en consonancia con los valores americanos?
El gaseamiento de civiles por parte de dictadores es –al menos para la mayoría de nosotros– tanto moralmente repugnante como indudablemente criminal. Los que condonan dichas prácticas, así como los que se limitan a murmurar, contribuyen a normalizarlas.
La guerra siempre será un infierno, pero para hacerla menos infernal la gente civilizada fija una serie de normas y las hace cumplir. Si no está seguro de que el señor Trump hizo lo correcto, imagine lo opuesto, que hubiese dejado que esa línea roja fuera traspasada con impunidad una vez más.
Una nota para aquellos que creen que el señor Trump debería haber golpeado con más contundencia: si el presidente hubiera lanzado un ataque así sin aliados, lo habrían descalificado por unilateralista. Fue imperativo persuadir al presidente francés, Emanuel Macron, y a la primera ministra británica, Theresa May, para que se sumaran a la operación. ¿Lo habrían hecho si hubiera sido más agresiva? Lo dudo.
¿Podemos además estar de acuerdo en que ese ataque era beneficioso para los intereses nacionales de EEUU? Una razón importante para sostener tal posición: no basta con que los enemigos sepan que tenemos un gran poder. Hay que convencerlos de que estamos preparados para emplearlo cuando lo consideremos necesario, sin permiso del Consejo de Seguridad de la ONU, donde Rusia y China, Estados autoritarios y antiliberales, tienen derecho de veto. Cuando la amenaza del uso de la fuerza por parte de EEUU resulta creíble, es menos probable que nuestros adversarios nos pongan a prueba. Pero, como pasa con el mantenimiento de los jardines, la disuasión requiere repetición. Nuestra embajadora ante la ONU, Nikki Haley, hizo lo correcto al advertir que EEUU está completamente preparado para atacar de nuevo si el señor Asad y sus patronos así lo requieren.
Así las cosas, la misión fue exitosa tanto en términos de valores como en términos de intereses. Ahora espero que el señor Trump emprenda misiones más trascendentales. El presidente y su rehecho equipo de consejeros han de determinar cuáles son los objetivos prioritarios para la seguridad nacional de EEUU en Siria y el resto de la región, así como la mejor estrategia para alcanzarlos.
Esa estrategia tiene que ser consistente con la más amplia Estrategia Nacional de Seguridad (ENS) que anunció el presidente Trump a finales del año pasado. A diferencia del presidente Obama, que pensaba que los teócratas de Irán podían ser engatusados y comprados para que cumplieran con lo que él denominaba sus “obligaciones internacionales” y que les preguntaba si serían tan amables de demostrar que su programa nuclear era “enteramente pacífico” (no lo era y no lo es), la ENS del señor Trump no se hace ilusiones con respecto al régimen de Teherán, un “régimen canalla”, según refiere el propio documento; un régimen que patrocina el terrorismo y “llama abiertamente a nuestra destrucción”. Esto debería ser obvio: no sólo no beneficia a los intereses nacionales de EEUU que vastas extensiones del Medio Oriente estén gobernadas por un Estado Islámico comprometido con la yihad global, tampoco lo hace el hecho de que vastas extensiones del Medio Oriente estén dominadas por una República Islámica comprometida con la yihad global.
A fin de crear un imperio así es por lo que los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní y las milicias chiíes procedentes de otros países están desplegadas en Siria. Las fuerzas americanas, junto con sus aliados árabes y kurdos, han liberado cerca de un 30% del territorio sirio que estaba en manos del Estado Islámico. Como consecuencia, ahora controlamos el 90% de la producción petrolera siria de preguerra, que vale miles de millones de dólares. ¿Podemos estar de acuerdo en que abandonar esos recursos, de hecho entregárselos a Teherán, Moscú y el asesino de masas de Damasco, sería un error?
Entiendo que muchos de los seguidores del señor Trump no estén entusiasmados con la perspectiva de que las tropas norteamericanas permanezcan en Siria. Aunque estaban en contra del presidente Obama en la mayoría de los asuntos, no necesariamente rechazaban su política deretirarse del turbulento Oriente Medio.
Pero es que esa política ha resultado en la muerte de más de medio millón de personas y en el desplazamiento de otros 11 millones; por ahora. Así como en una avalancha de refugiados sobre Europa y en el incremento del peligro para las naciones proamericanas del Medio Oriente, entre las que se cuentan Arabia Saudí, Irak, Jordania, Emiratos e Israel.
Casi 40 años después de la revolución islámica iraní, y casi 17 después del 11-S, hemos de entender que el yihadismo representa una amenaza tan seria como lo fue el comunismo. Los líderes americanos no siempre lucharon en la Guerra Fría con sabiduría. Pero librar la Guerra Fría fue necesario.
La perspectiva de otro conflicto largo y de baja intensidad no es atractiva. Pero la alternativa no es la paz, sino un conflicto de alta intensidad o –siempre es una opción– la rendición a cámara lenta de EEUU y Occidente. “Mejor rojos que muertos”, era lo que solían decir los derrotistas en tiempos de la Guerra Fría. Parafraseando a Edmund Burke –que no era lo que se dice un neocon–, todo lo que se necesita para que el mal triunfe es que las naciones buenas no hagan nada. El triunfo del mal no redunda en beneficio de América, espero que estemos de acuerdo. Entre tanto, el número de naciones buenas dispuestas a y capaces de proyectar poder más allá de sus fronteras no crece y los bárbaros cada vez son más audaces.
Si América sigue siendo buena –por no hablar de great again–, no podemos retirarnos precipitadamente de los campos de batalla, reforzar a los autoritarios que dominan la ONU y tratar de apaciguar a los totalitarios que han jurado destruirnos. Ese era el approach del señor Obama. ¿No podemos estar de acuerdo –al menos la mayoría de nosotros– en que el señor Trump debería seguir otro derrotero?
© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio
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