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| domingo noviembre 17, 2024

Lo que está en juego en Siria


Siria es un lugar remoto del que no sabemos mucho. Pero sí sabemos que en los últimos siete años más de medio millón de personas han sido masacradas allí; y se calcula que 150 fueron asesinadas con armas químicas en una localidad de las afueras de Damasco a principios de mes.

También sabemos quién está cometiendo estos crímenes: el dictador Bashar al Asad y los que le vienen respaldando por sus propias razones: Vladímir Putin, neozar de Rusia, y Alí Jameneilíder supremo vitalicio de la República Islámica de Irán.

Cuando, en 2013, Asad empleó gas sarín, un agente nervioso, para matar a no menos de 1.400 de sus súbditos, el presidente Obama trazó una línea roja… y después la borró abruptamente, al parecer por deferencia a los teócratas iraníes, con los que había negociado un acuerdo que pretendía fuese su gran legado en política exterior.

Junto con Rusia, Obama negoció enseguida un pacto por el cual Siria tendría que entregar sus arsenales de armas químicas y desmantelar sus capacidades para la fabricación de las mismas. El secretario de Estado, John Kerry, anunció orgullosamente: “Hemos acabado con todas las armas químicas”. Estaba malamente desinformado.

Hace un año, después de que Asad perpetrara otro ataque con armas químicas, el presidente Trump ordenó que buques de guerra estadounidenses lanzaran 59 misiles de crucero Tomahawk contra la base aérea de Shairat, al norte de Damasco. Dijo que era “vital para la seguridad nacional de Estados Unidos impedir la proliferación y uso de armas químicas letales”. No estaba mal informado.

¿Han decidido Asad y sus patronos volver a utilizar armas químicas en la idea de que así podrían llevar a Trump a retirar las fuerzas estadounidenses de Siria? “Las  quiero fuera”, musitó públicamente el otro día. “Ya es hora”. También dijo hace poco: “Dejemos que sean otros los que se ocupen ahora”.

Todavía no se han tomado decisiones, y apuesto a que el presidente está teniendo conversaciones exhaustivas con John Bolton, su nuevo consejero de seguridad nacional; con Mike Pompeo, su nuevo secretario de Estado, y con James Mattis, su secretario de Defensa, sobre qué hacer con la herida abierta en que se ha convertido Siria. Este es el argumento en el que creo harán más hincapié sus hombres de confianza: Siria es una pieza, una importante, en el puzle geoestratégico. Y la pregunta que espero que Trump les haga no es “¿Cuál es la estrategia de salida?”, sino “¿Por dónde pasa la victoria? ¿Qué deberíamos querer lograr los americanos, y qué necesitaríamos para conseguirlo?”.

Sospecho que le advertirán de la necesidad de que un pequeño contingente de fuerzas estadounidenses se mantenga en el este de Siria. Para impedir la resurrección del Estado Islámico, que, gracias en buena medida a Trump, ha sido despojado de los territorios que había conquistado, y para frustrar las ambiciones hegemónicas de lo que mi colega de la FDD Thomas Joscelyn denomina “el eje Asad-Putin-Jamenei”.

En un ensayo publicado hace casi un año, Bolton aconsejaba al presidente Trump que evitara repetir inadvertidamente “los errores del presidente Obama”, en particular la de salir corriendo de Irak en 2011, lo que dio lugar al surgimiento del Estado Islámico (de las cenizas de Al Qaeda en Irak) y la apertura de Irak a la influencia iraní, que pronto devendrá la dominación iraní si no hacemos algo al respecto.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, EEUU y sus aliados liberaron Europa del totalitarismo de signo nazi, y después vio cómo muchos de esos países eran subyugados por el totalitarismo de signo comunista. Lo que vino posteriormente fueron décadas de Guerra Fría.

El costo de seguir en Oriente Medio será alto, pero no tan alto como el de marcharse y posteriormente asumir que toca volver. No sé si el equipo de seguridad nacional del presidente Trump logrará defender convincentemente esta idea. Ahora bien, de lo que estoy seguro es de que los consejeros de referencia del presidente entienden que el yihadismo chií no es una amenaza menor para Estados Unidos y sus aliados que el yihadismo suní.

Arabia Saudí y otros países del Golfo tendrán que contribuir de manera significativa a una misión permanente en Siria comandada por EEUU. Así como los miembros de la OTAN. Esta es también su lucha. Si no lo entienden, habría que explicárselo.

Anthony Cordesman, distinguido investigador y estratega del Center for Strategic and International Studies, ha dado sucintamente a entender que una salida prematura de Siria perjudicaría los intereses estadounidenses, lo que haría a EEUU perder peso diplomático, sumiría en el abandono a “los últimos vestigios de fuerzas árabes moderadas en Siria”  y dejaría “expuestas a las fuerzas kurdas que tanto hicieron para derrotar al ISIS” a una derrota a manos de “Asad y Turquía”.

Además:

dañaría la ya débil confianza en nosotros de nuestros socios árabes estratégicos, sería vista como una gran derrota de Estados Unidos a manos de Rusia e Irán y dejaría más espacio a la intervención en el mundo árabe de una Turquía cada vez más autoritaria.

Siria puede ser “un lugar remoto del que no sabemos mucho”, pero hay más cosas en juego, como había más cosas en juego aparte de Checoslovaquia cuando el entonces primer ministro británicoNeville Chamberlain dijo esa frase en 1938 para referirse al pequeño país que pretendía sacrificar a Hitler.

Chamberlain creía que había abierto la vía a que el apaciguamiento pudiera “salvar al mundo del caos”. Sabemos perfectamente lo equivocado que estaba. No actuar en consecuencia sería una estupidez y una tragedia.

© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio

 
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