En el cartel, visible en las calles de Hebrón, Cisjordania, es evidente el rechazo a Lionel Messi y al partido amistoso que iban a jugar la Selección nacional y el equipo israelí (AFP/Hazem Bader)
He visto el video de los militantes palestinos en Ramallah, Cisjordania, prendiendo fuego la bandera argentina, en vísperas del partido de fútbol Argentina vs. Israel, siguiendo las órdenes del presidente de la Federación Palestina de Fútbol, Jibril Rajoub, que invitaba a quemar camisetas argentinas y efigies de Messi, y a “abandonar” a nuestro astro.
No recuerdo, en toda la historia de los mundiales, que nuestro país haya sufrido semejante injuria contra nuestra identidad nacional ni semejante amenaza contra la integridad física de nuestros jugadores.
Es lógico sentir miedo frente a esta intimidación violenta: fueron precisamente terroristas palestinos, con el mismo sentido ideológico que estos que queman nuestra bandera, quienes masacraron a once atletas israelíes en las Olimpíadas de Munich en 1972.
El evento deportivo no es para estos militantes un espacio excepcional para el intercambio pacífico entre los pueblos, sino el escenario propicio para asesinar o dañar a deportistas desarmados. Pervierten a conciencia el ideal olímpico y deportivo. Pero una cosa es sentir miedo, y otra rendirse a él.
Manifestantes en Barcelona, España, protestaban contra presencia de la Selección argentina de fútbol en Israel (Enzo Argento).
Haberles cedido a quienes queman la bandera argentina la suspensión del partido empeora nuestra situación de seguridad y política.
Hemos sufrido los dos peores atentados terroristas de nuestra historia, ejecutados por terroristas que comparten la ideología de quienes quemaron nuestra bandera en Ramallah y amenazaron la vida de Messi. Pero debemos buscar justicia y libertad, no rendirnos. No podemos renunciar a los ideales que proponen nuestro himno y nuestra Constitución, porque son precisamente los que nos constituyen como nación.
Se ha citado Jerusalén como ciudad en disputa para justificar la amenaza contra la integridad de nuestros jugadores y la quema de las banderas argentinas. Pero, por poner sólo un caso de artistas hispanoparlantes, los mismos quemadores de banderas amenazaron a Serrat y Sabina por querer cantar en Tel Aviv. Estos dos grandes cantautores llevaron a cabo su función de todos modos. No se rindieron.
El problema del fundamentalismo islámico es la democracia. No van a parar hasta convertir al mundo en un califato. Nos odian por ser un país democrático. No debemos renunciar a esa responsabilidad.
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