Esta semana hemos sido testigos de un episodio más en el éxodo de muchos africanos en busca de un mejor futuro en Europa, y las peripecias políticas y humanitarias de los rescatados a bordo del barco “Aquarius”. Más allá de los análisis sobre la inmigración, la crisis económica o las prioridades sociales en los países de acogida, algunos periodistas han vuelto a utilizar la metáfora del “Saint Louis”, el transatlántico que en 1939 trató de encontrar hogar para refugiados judíos alemanes, y cuyo desembarco les fue negado en Cuba, EE.UU. (cuyo Secretario de Estado que les negó la entrada a pesar de la voluntad del presidente Roosevelt recibió el Nobel de la Paz en 1945) y Canadá. Fue devuelto a Europa y un tercio de su tripulación fue asesinada por los nazis. A pesar de la falta de perspectivas que empuja a los actuales inmigrantes a emprender una aventura tan arriesgada, su situación es incomparable con la de aquellos a quienes les esperaban las cámaras de gas.
En muchas ocasiones he oído comparar la expulsión de los moriscos de España en 1609 con la de los judíos en 1492, aunque si para los primeros el proceso duró ocho años, para los últimos se dieron únicamente cuatro meses. Otra diferencia esencial es que los moriscos (musulmanes convertidos masiva y forzosamente en 1502) se habían levantado en armas contra el rey. Los judíos, por el contrario, habían sufrido un siglo de masacres y asaltos a sus lugares de residencia. La utilización de nuestro sufrimiento llega no obstante a su máxima perversión en la utilización del término “holocausto” (creado específicamente para designar el genocidio judío a manos de los nazis) para etiquetar la situación en Gaza actualmente donde, pese a las pésimas condiciones que vive parte de la población a cuenta de la dictadura impuesta por un grupo terrorista y la inmisericordia de sus hermanos en el gobierno de Ramala, la demografía en lugar de mermar aumenta.
Quedarían muchos ejemplos más. Hace unos años, para contrarrestar el impacto de un estudio internacional que atribuía a la población española un alto grado de judeofobia, las autoridades encargaron uno propio que pretendió encubrir este estigma social destacando que la islamofobia era aún superior. Claro que, dada la historia de ataques yihadistas (desde 1985, pero especialmente a raíz del 11-M) y la emergencia entonces de nuevos grupos como Al Qaeda e ISIS, hay cierta lógica (injusta en su generalización, pero comprensible) en ese miedo, aunque el mismo sufijo, -fobia, en el caso judío se aplica a su otro significado de odio, tan irracional como se pueda sentir hacia una minoría ausente desde hace siglos en la sociedad.
Hay, sin embargo, un ejemplo que por trágico no denota su carácter positivo y contrario al tono de las otras metáforas. En los años 30, la cantaora Isabelita de Jerez grabó una antigua bulería por soleá que rezaba así: “tú eres como los judíos: aunque te quemen la ropa puesta en el cuerpo, no reniegas de lo que has sido”. Pues eso
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