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| viernes noviembre 15, 2024

Las peores historias pueden repetirse


Condenar a Israel está de moda. Desde Mario Vargas Llosa hasta Nicolás Maduro, desde El País de Madrid hasta el Granma de La Habana, todos se muestran unidos en esa causa común. Tan de moda está condenar a Israel que hasta Uruguay lo ha hecho, al votar una resolución en ese sentido durante la Asamblea General de la ONU, junto con otros ciento veinte países. En esa resolución multitudinaria se deplora que Israel haga un uso “excesivo, desproporcionado e indiscriminado de la fuerza contra los civiles palestinos”, aunque no se mencionan otros excesos escandalosos ni otras obscenas desproporciones del conflicto, que son además el verdadero origen de los enfrentamientos.

Nadie parece advertir en la augusta ONU que Israel es una isla de democracia y sentido común en un territorio dominado por dictaduras teocráticas y corruptas, que han hecho de la irracionalidad religiosa y política un instrumento de manipulación y muerte. No se informa que el objetivo explícito y declarado de esas dictaduras, y de los grupos financiados por ellas, es la aniquilación total del Estado de Israel y la expulsión de todos los judíos del territorio. Nadie muestra indignación por los pagos que hace Hamás, en dólares y muchas veces por adelantado, a las familias de los “mártires palestinos” que mueren tras perpetrar atentados suicidas en territorio israelí. Tampoco se señala que Siria, país fronterizo con Israel, vive desde hace siete años los excesos de un infierno originado por el enfrentamiento de árabes contra árabes, de musulmanes contra musulmanes, y que la guerra allí provocado cientos de miles de muertos y cinco millones de desplazados, muchos de los cuales buscaron refugio en Europa para espanto de los buenos señores que ahora se horrorizan con las desproporciones. Nadie parece recordar que los mismos países que se rasgaban las vestiduras por las atrocidades del Estado Islámico eran los que financiaban a escondidas a esa organización, comprando el petróleo barato que ISIS les vendía después de robarlo en Siria y en Irak. No hay quien se anime a denunciar en la ONU que las satrapías de Arabia Saudí y Qatar han financiado durante décadas, con generosidad desproporcionada, a grupos terroristas de distinta filiación que han actuado y actúan en Europa, en América y también, por supuesto, en Israel. Nadie recuerda que los musulmanes se aliaron con los nazis para exterminar a los judíos, y que en 1942 el líder religioso de los palestinos de Jerusalén, el gran muftí Amín al Husseini, fue a prometerle en persona a Adolf Hitler la eliminación total de los judíos de esa ciudad, lo que fue a todas luces una promesa excesiva.

No es casual. Vivimos en un mundo donde reinan las noticias falsas y los datos erróneos, en el que la memoria carece de valor porque el pasado ha sido abolido, y donde las frivolidades de la corrección política pueden más que cualquier argumento. Vivimos en un mundo cada día más hipócrita, en el que la izquierda quiere ser bien pensante y se olvida de su propia historia, reniega de sus principios y aplaude, y con ello alienta, a los sectores más retrógrados y salvajes del islamismo, dándoles carta blanca para que ataquen a Israel y, de paso, continúen azotando a las mujeres impuras, cortándole la mano a los ladrones y arrojando de las azoteas a los homosexuales. Vivimos en un mundo en el que muchos gobiernos de la derecha patriotera y xenófoba aprovechan el voto de condena a Israel para hacer mejores negocios con sus enemigos árabes, al tiempo que denigran, persiguen y expulsan a los inmigrantes de esos países. Vivimos en un mundo en el que, por desgracia, las peores historias pueden volver a repetirse.

Uruguay es un país demasiado pequeño para influir en la marcha de los grandes asuntos mundiales, pero es demasiado grande para actuar en dichos asuntos con ligereza. Uruguay, que tan prudente ha sido en cuestiones internacionales durante años, no debería haber votado esa resolución. En Montevideo hay quienes consideran que algunos sectores de la izquierda uruguaya no hubieran tolerado un voto a favor de Israel, y que por eso se actuó de esa manera. Otros dicen que fue para estar a tono con la opinión mayoritaria en el concierto mundial, y evitar así una marginación indeseable. Las causas verdaderas y profundas de la votación uruguaya no las conozco y no vale la pena especular, pero en todo caso me parece una postura errónea, que ni siquiera está en línea con los argumentos, ya usados por el gobierno uruguayo, para abstenerse de cualquier condena en otros gravísimos casos de violencia institucional, con cientos de muertos, heridos, presos y una represión desproporcionada contra la población civil en países cercanos como Venezuela o Nicaragua.

Atencion de Ana Jerozolimski de Semanario hebreo

 

 

 
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