Un concepto que leemos o escuchamos con mucha insistencia durante los conflictos bélicos o situaciones de beligerancia es el de los equilibrios regionales, sin embargo, se debe aclarar un elemento. En algunas oportunidades se cree que equilibrio significa igualdad de condiciones, es riguroso decir que tales equilibrios son inexistentes; siempre habrá una posición que tenga más fuerza e incline la balanza a favor de algún grupo de poder, por lo tanto, pensar que efectivamente hay una condición de paridad es poco ajustado a la realidad.
Durante la Guerra Fría, por ejemplo, tampoco se podría creer en este tipo de equilibrios, a pesar de que dos potencias se repartían el poder global, tampoco existía este supuesto nivel de paridad entre las dos grandes hegemonías del mundo. Era evidente que quien tuviera más influencia a través de sus movimientos estratégicos, utilizando poder suave y duro las veces que fuera necesario, movería la balanza a favor de sus intereses.
Es imperativo en este punto hacer un paréntesis para indicar que estos países con lo que efectivamente sí contaban era con armamento pesado de disuasión. Estaban seguros de que, en el momento que se diera una tensión lo suficientemente grande, alguno perdería los estribos y harían explotar una bomba nuclear, creando una hecatombe de características apocalípticas. Sin embargo la capacidad nuclear no es buen parámetro para medir los niveles de equilibrio en una región, ni mucho menos en el mundo.
Además de lo citado anteriormente, existe otro riesgo con respecto al uso de armamento de destrucción masiva, y es que este pueda ocasionalmente caer en manos de agrupaciones peligrosas, las cuales, apegándose a su naturaleza clandestina y poco ajustada a los parámetros del derecho internacional, hagan uso de estas contra poblaciones civiles ocasionando fuertes daños a su entorno.
El temor infundado por la noción de destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) evitaba que se diera el paso más allá para el uso de armamento de destrucción masiva, el cual se fue acumulando, principalmente entre algunos países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (los ganadores de la Segunda Guerra Mundial), más un desarrollo que lograron dos países con la venia cómplice de las potencias nucleares. Tales son los casos de la India y Pakistán. De igual manera se sospecha que desde hace varias décadas el Estado de Israel logró la capacidad de desarrollar este tipo de armamento, lo cual el Estado judío ni acepta o rechaza, como un mecanismo disuasorio ante sus enemigos alrededor.
Esos tres países son parte de una lista de Estados que no han firmado el Tratado de No Proliferación de Armas nucleares, lo que obligatoriamente no los señala como potenciales atacantes con este tipo de armas, pero tampoco garantiza que no lo puedan hacer eventualmente, en un acto suicida, con afectación global, pero que no se descarta en su utilización.
Regresando a la noción de equilibrios globales, durante años, después de la caída de la Cortina de Hierro, se ha considerado que, al existir una única fuerza hegemónica, el mundo entraría en una especie de equilibrio en el que además el proceso de empoderamiento por parte de las fuerzas occidentales impulsarían un mundo menos dominado por dictadores y en proceso de democratización, lo cual ha sido un groso error.
No existió tal equilibrio de fuerzas en algunas regiones del mundo, por el contrario, los cambios posteriores al fin de la Guerra Fría y con un mundo cada vez más interconectado e invadido por los principios de la globalización y la mundialización ocasionaron que se empezara a dar un proceso de indignación entre algunos grupos que veían en la llegada de estos ideales ajenos a su cultura una forma de colonización de la nueva era, por lo que se le empezó a dar fuertes golpes al statu quo político y elegir un cambio.
La idea de que la democracia era un bien exportable, bueno para todos, se hizo más fuerte y se comenzó a intentar acabar con algunos contrapesos en regiones volátiles, como el caso del Medio Oriente. En esta región particularmente, se creyó que se podría aprovechar de las revueltas o de situaciones exógenas para llevar un nuevo ideal, no midieron la naturaleza de la indignación, y que muchos de los que peleaban contra el régimen no era en la búsqueda de la pluralidad política, sino más bien llevar a la población por la senda del populismo y el conservadurismo. Ciertamente la democracia no es algo instantáneo, no puede existir sin una verdadera «revolución de la clase media», y un cambio cultural sin una ruptura entre Estado y religión. Técnicamente mientras ambos vivan como un matrimonio, será complejo que se lleve a cabo un proceso más cercano a la democracia como se conoce en Occidente y, aunque se lograra, sería sui generis, porque otro error que tiene la globalización es pensar que nos puede estandarizar y programar a todos igual, esto los empuja a más fracasos.
De ahí que los cambios que se dieron en los últimos años en el Medio Oriente pasaron desde salidas violentas contra líderes que consideraban atroces para sus países como lo sufrido por Hosni Mubarak en la denominada «Primavera Árabe egipcia», pasando por un líder populista y ultrarreligioso contrario al establishment y que atrajo un período de mucha incertidumbre y de desequilibrio hacia al otro lado de la balanza; el que no quería nada con Occidente, al final se debió involucrar la mano bélica para colocar en el poder un líder favorable a los intereses occidentales e imponer un sistema lejano a una democracia, el proyecto en Egipto finalmente fracasó.
Por su parte, en otras regiones del Medio Oriente, principalmente los países árabes y musulmanes, los intentos de democratizar han sido en ocasiones nefastos o han degenerado los equilibrios hacia un mal mayor, como ha ocurrido por ejemplo en Irak, Libia, Siria y se podría mencionar también el liderazgo palestino, donde los intentos de ampliar el crisol de opciones políticas ha generado una división interna y creado casi de facto dos Estados palestinos autogobernados. Uno en Cisjordania, bajo la Autoridad Nacional Palestina, y otro en el enclave de Gaza administrado por el grupo islamista Hamas.
En todos los casos mencionados anteriormente, el cambio de régimen ha traído vacíos de poderes momentáneos que se han llenado posteriormente por organizaciones radicales o que se mantienen en un constante conflicto sin llegar a determinar cuál de los grupos sería el menor de los males. En Irak, la salida de Sadam ha significado el empoderamiento de Irán en el Medio Oriente, mientras en Libia significó el fin de una especie de sistema federal de clanes bajo la administración (dictatorial) de un solo líder que supo unir a los grupos, dando espacio a que Daesh tenga un importante posicionamiento en ese país africano.
Finalmente, está claro que no existe un equilibrio real de fuerzas en las regiones. Las competencias entre países enemigos siempre las mantendrán en una lucha constante por tener más poder que sus opositores, de caso contrario, esto podría acarrear eventuales pérdidas de zonas estratégicas, por lo que una de sus metas fundamentales será que la balanza del poder siempre esté, aunque sea levemente, a favor de sus intereses.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de las Américas, especializado en la temática de Oriente Medio.
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