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| miércoles diciembre 25, 2024

Sebastian Kurz: «Debe quedar claro que las fronteras de Europa se cierran a la inmigración ilegal»

El joven canciller austriaco busca aprovechar la presidencia de la UE para reforzar la seguridad, orden y legalidad y libertad


El canciller austriaco Sebastian Kurz, durante una rueda de prensa en la UE

Sebastian Kurz es un joven político austriaco que sorprendió al mundo el pasado año con una operación política magistral que le catapultó a la cancillería de Austria con 31 años recién cumplidos. Consolidaba entonces su fama de extraordinario talento político que ya precedía esa gesta. Con 26 había sido nombrado, en la gran coalición de SPÖ y ÖVP, el ministro de Exteriores más joven del continente. Ahora con 32 es ya un líder de referencia en una derecha europea que pasa por momentos convulsos y busca nuevos espacios tras décadas de compartir casi todo con una socialdemocracia en profunda crisis. Lo que en Francia organizan en gran operación de Estado para la candidatura de Emmanuel Macron todos los poderes fácticos, con el presidente saliente François Hollande a la cabeza, en Austria se lo organiza este joven político a sí mismo. Logró imponer con su propuesta personalista en una «Lista Kurz» el liderazgo incontestado en el ÖVP, rompió con la inercia del consenso con los socialistas, se apropió de parte del discurso del derechista FPÖ y gobierna con este partido con tranquilidad, excelentes resultados económicos, apoyo popular y una oposición de izquierdas desaparecida.

Austria ocupa este semestre la presidencia rotatoria de la UE. Kurz la utiliza para relanzar la idea de una Europa que atienda necesidades y demandas en seguridad, orden, legalidad y libertad. Algunos, dentro y fuera, lo caricaturizan como ultraderechista. Es más bien un demócrata que de momento al menos sabe defender con eficacia sus convicciones. Con suaves maneras, conceptos claros y ningún complejo para rechazar recetas que considera fracasadas, recibe a ABC en la cancillería del Ballhaus, donde el Congreso de Viena reordenaba Europa después de Napoleón, desde donde gobernó el canciller Metternich y en el despacho que ocupó trece años el legendario socialista Bruno Kreisky.

 

Hace ahora un año, su partido estaba tan hundido como el socialista. Ambos muy lejos del derechista FPÖ. Pero el 15 de octubre usted ganó con una lista personal y llevó a su partido al poder con el FPÖ. ¿Cómo se le ocurrió esa operación? ¿Cómo se la aceptaron?

Yo propuse esta candidatura al partido sobre bases muy claras. Dije que no asumiría objetivos que consideraba erróneos. Entre otros, esa agotada gran coalición. Y por otra parte abrí el ÖVP a amplios sectores de la sociedad para un movimiento amplio del partido, pero con personalidades de la sociedad civil, de todos los sectores, en un amplio movimiento con una oferta nueva.

 

¿Una clara ruptura con la política socialdemócrata del Gobierno común, cuya máxima expresión es la Gran coalición?

Más que Gobierno común, Gobierno de bloqueo mutuo. No juntos, sino enfrentados dentro del Gobierno, eso era la Gran Coalición. Unos gobiernan para neutralizar a los otros. Así no quedan energías para cambios ni coraje para asumir las reformas necesarias y se genera un conflicto permanente que paraliza el Gobierno. La población ya no quería que siguiera. Con mucha razón.

 

Usted rompió esa lógica, asumió parte del mensaje del FPÖ, le quitó votos y después se alió con él.

No solo le quitamos votos al FPÖ. Nos llegaron votos de todos los partidos políticos, de los verdes, de los socialdemócratas, de los nuevos partidos. De todos. Somos un movimiento muy amplio en el que todos pueden participar, pero que es muy claro en sus posiciones. Sus metas son generar seguridad, crear orden y estabilidad. Y bajar la presión fiscal en todos los sectores y ámbitos, garantizar un estado orientado a los servicios al ciudadano, comprometido con su defensa, mientras se avanza en el adelgazamiento consecuente de la Administración y se combate el abuso, entre ellos la burocracia.

 

Son claros valores conservadores.

Sin duda, son los valores tradicionales civiles.

 

Que han estado ausentes en el pasado reciente del partido.

Yo no generalizaría tanto. Sí creo que el problema en Austria era ya que no se sabía ni qué proyectos ni qué objetivos tenía el Gobierno. Nosotros sí proponemos objetivos muy claros con contenidos muy definidos. Hay gente que los rechaza. Pero afortunadamente hay mucha más gente que los apoya.

 

¿Como ve el tormentoso desarrollo de la vecina Alemania? Usted ha apoyado a Manfred Weber como presidente de la Comisión Europea y sustituto de Jean-Claude Juncker. Él es bávaro de la CSU, de un partido muy cercano al suyo. Más cercano a usted probablemente que Angela Merkel.

Respecto a Manfred Weber, es un buen candidato. Como presidente de la Comisión ayudaría a cerrar las trincheras que se han abierto en Europa. Respecto a Alemania, me preocupan mucho sucesos como los de Chemnitz y creo poder decir aliviado que en Austria hoy no me imagino hechos semejantes.

Es evidente que en esta región los europeos han visto peligrar gravemente su seguridad. Primero fue la crisis de Ucrania, que trajo la guerra muy cerca de nuestras fronteras. En 2015 la riada de refugiados destruyó la percepción de orden y estabilidad. De hecho, se entregó la capacidad de decisión sobre quién entra y quién no en nuestros países a los traficantes de seres humanos. Y después los atentados del Estado Islámico llegaron al corazón de Europa y generaron gran alarma. Lo importante es que los políticos no oculten los problemas y afronten con determinación posibles soluciones. Lo malo es que, en cuestión de inmigración, algunos han estado demasiado tiempo mirando a otro lado sin asumir los problemas.

¿Se refiere al célebre «Nosotros lo conseguimos» («Wir schaffen es») de Angela Merkel?

Sí. Afortunadamente hemos logrado que en junio de 2018 se produjera un gran giro en las actitudes de los gobernantes respecto a la inmigración. Se ha producido un cambio general en las cabezas de los políticos. Ahora estamos dedicados a conseguir que ese giro pase de las cabezas de los políticos al suelo, a la aplicación práctica. Esto supone un reforzamiento de Frontex y del control de las fronteras exteriores, la lucha contra los traficantes y más ayuda en los países de origen en vez de ayudas sin fin en Europa.

 

Hay problemas con las prácticas en esta lucha…

En el Mediterráneo hay que impedir que los barcos salgan de sus puntos de origen. Hace falta reforzar la colaboración con los países de tránsito. En los casos en que no sea posible hay que implantar la práctica de que los salvados en alta mar sean asistidos y devueltos al punto de origen o de partida de la navegación. Tiene que quedar claro que las fronteras de Europa se cierran a la inmigración ilegal. Todos deben cooperar. La UE no tiene alternativa a acabar con el tráfico ilegal de inmigrantes.

 

¿Y qué va a hacer con todas esas ONG que en parte viven y prosperan de ese tráfico, como los traficantes mismos?

Cuando pedí reglas claras para las ONG en este ámbito se me reprochó y atacó masivamente. Hoy aquella posición mía es ya consenso europeo. Tienen que aplicarse reglas claras para impedir que las buenas intenciones de ciertas ONG deriven en una colaboración con esas mafias de traficantes que solo tienen desprecio hacia el ser humano.

 

¿Y la integración?

Soy de los que nunca han engañado al respecto. Eso que la pequeña Austria ha acogido a 160.000 solicitantes de asilo en tres años y tiene el índice más alto de concesión de asilo. Pero siempre he dicho que la integración de estas oleadas va a ser extraordinariamente difícil. Porque son gentes que vienen de entornos culturales radicalmente diferentes a los nuestros y porque su formación por norma es muy mala. Nosotros ya hemos comprobado que hasta en una economía tan dinámica como la nuestra, con un crecimiento del 3,2 y un desempleo muy bajo y a la baja, resulta extremadamente difícil introducir a estos inmigrantes en el mercado laboral. Por otro lado, este flujo incontrolado también ha generado mucha inseguridad. Tardaremos generaciones en gestionarlo.

 

¿Y el abuso del sistema de bienestar y el consiguiente efecto llamada?

No es ya el abuso, es el mero beneficio del sistema de un estado social de bienestar que tenemos en Europa concebido para que se beneficien de él quienes lo financian. Un estado con un sistema de servicios sociales como el nuestro no puede mantenerse con esta dinámica de la inmigración ilegal. Es imposible.

 

¿Qué le parecen las descalificaciones a opiniones divergentes en Europa? Países como Hungría o Polonia son los señalados ahora. Pero Austria tiene experiencia. Una coalición parecida a la suya dio pie hasta a sanciones en el año 2000.

Aquello fue una lección para muchos. Las sanciones contra Austria fueron una equivocación y hoy se reconoce. Por eso hay más respeto a la expresión de la voluntad nacional. Si hay en algún país una iniciativa de algún tipo contra el Estado de Derecho, entonces hay que tomar medidas para corregirlo. Pero la base de nuestras relaciones está en el respeto a la voluntad nacional de cada estado miembro.

 

Usted es de los pocos gobernantes europeos que no ataca o insulta a Trump, que no descalifica a Orban. Y que se lleva bien con Poroshenko y Putin. Hace unos días su ministra de Exteriores se casó con Putin como invitado y fue muy criticada.

No tengo costumbre de criticar a otros gobernantes. Creo que tiene más sentido ilusionar por un proyecto propio que perfilarse en el conflicto con otros. Putin vino a la boda porque le invitaron los novios. Eso sí, yo aproveché para una larga conversación muy provechosa con él. Y Poroshenko sabe de nuestro compromiso con Ucrania y el acuerdo de Minsk, por eso aplicamos las sanciones

 
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