No tengo buena memoria, pero recuerdo muy bien aquel verano de 1993 porque ingresé en el hospital con un infarto. La operación se postergó hasta los primeros días de septiembre y el 13 recibí el alta. Esa noche los noticieros de todo el mundo abrieron con la imagen histórica de Rabin y Arafat estrechándose sonrientemente las manos, y detrás Clinton abrazándolos. Ese día Peres y Abbás firmaron los conocidos como Acuerdos de Oslo, culminando un proceso diplomático que se hizo visible por primera vez en la Conferencia de Madrid de 1991. Conservo la memoria exacta de la extraña sensación de ver cómo el enemigo público número uno se convertía en un instante en un aliado para la paz. Quizás, como había escrito el año anterior Francis Fukuyama, había llegado el fin de la historia, aunque no pude evitar el pensamiento de que aquello no era más que una alucinación a causa de la anestesia y que aún seguía en el quirófano, quizás al inicio del camino hacia el túnel con brillante luz a la salida del que tantos hablan.
Septiembre ha resultado ser un buen mes para cerrar acuerdos de paz con Israel, pero que acarrean posoperatorios traumáticos. En una foto similar a la de hace 25 años, un 17 de septiembre de 1978 (harán pronto 40) se hacían otro retrato histórico impensable Begin y Sadat, apadrinados en aquella ocasión por el presidente estadounidense Carter, en lo que se denominó Acuerdo de Camp David, que sellaba el primer tratado de paz de Israel con un país árabe (en realidad, el más importante por población, poderío bélico y vecindad). Tres años después, el presidente egipcio era asesinado por alguien de su pueblo. Rabin sufrió el mismo destino tan sólo dos años después de su respectiva foto.
El tren hacia la paz descarriló con el magnicidio. En julio del 2000 Clinton volvió a convocar una cumbre en Camp David entre Arafat y el entonces jefe de gobierno israelí, Ehud Barak, pero esta vez la delegación palestina no sólo no aceptó ningún plan, sino que no formuló ninguna contraoferta, certificando la muerte de lo pactado en Oslo. Meses después lanzaban una terrible ofensiva terrorista, conocida como Segunda Intifada, dirigida a sembrar el pánico entre los civiles israelíes (ataques en autobuses, cafeterías, etc.). Esta ola estuvo dirigida por el propio partido gobernante Fatah, a diferencia de la revuelta espontánea de 1987 (la Primera Intifada), que fue lo que obligó a la organización terrorista OLP a “dejar las armas” y el exilio tunecino e iniciar contactos diplomáticos secretos en Noruega para ponerse al frente de una nación que se había sublevado al margen de su liderazgo.
El resto más que el fin de la historia ha sido una historia sin fin de decepciones. Resultó que no era yo el que había muerto hace 25 años, sino la esperanza teatralizada entonces.
Gmar Jatimá Tová (Que sean inscritos en Libros de larga vida)
25 años cierto de su desaparicion física, pero no asi de su siniestra «siembra» de ódio y falácias, que perdura en la mente de sus correlegionarios, de aquellos que aún hoy le siguen viendo, como un «heroe» y un «mártir» de la cáusa palestina … su «legado» de terror y muerte le sobrevive pues, para desgracia del pueblo que deciá entonces representar …