Foto: judios partisanos
Esta columna es en realidad un homenaje a personajes generalmente anónimos que han luchado dentro de sus partidos políticos en la democracia española por una mejor comprensión en sus formaciones del fenómeno judío y un mayor reconocimiento y legitimación de Israel como tal estado. Claro que, tomando en cuenta la legislación internacional (comenzando por la primera resolución de Naciones Unidas respecto a esa zona de Oriente Medio, la 181 que decide la partición del Mandato Británico de Palestina en “un estado árabe -sic, no palestino- y otro judío -sic, no simplemente llamado Israel pero de mayoría árabe-”, lo único que hacen estos benditos es atenerse a la legalidad. Pero eso, en política, muchas veces se penaliza con la expulsión de filas, la exclusión como paria interno o, en el mejor de los casos, la impermeabilidad ideológica a sus argumentos. Son partisanos, resistentes a la “ocupación mental” de sus partidos, a los que intentan, sin éxito, sanear de prejuicios antisemitas. Parti-sanos.
En la mayoría de esos casos, coincide además su lucha con un historial de acción democrática contra la dictadura, lo que los convierte además en franco-tiradores, palabra que -sin el guion separador- apela a un combatiente que actúa generalmente en solitario, estando entre sus virtudes esenciales la capacidad de camuflaje. Este instinto de supervivencia también resulta esencial en el plano partidista en España, país en el cual reconocer el derecho de autodeterminación de los judíos ajustado a las decisiones de los organismos mundiales resulta en algunos campos políticos un estigma, y la palabra que representa este derecho – “sionismo” –, un insulto. Por eso me permitirán esta contradicción de rendir tributo a unas personas sin mencionarlas.
Algunos han llegado a puestos de cierta relevancia, a pesar de su herejía. Los que se han atrevido a salir de su silencio han sido apartados y denostados. Como en una novela de Orwell, la mayoría de los que albergan alguna duda respecto a estas posiciones absolutas, han ido lentamente curvando la cerviz, sepultando como pueden su disidencia, en pos de otros objetivos más urgentes, como lograr mayor favor de unos votantes, impregnados también de siglos de prejuicios antisemitas sobre un sustrato religioso y hoy alimentado por la ignorancia, parcialidad y militancia de los medios de comunicación.
Son francotiradores abandonados a su suerte, que siguen confiando en los valores primigenios de la justicia y la verdad, y que al retornar a las unidades de las que partieron en misión, encuentran una lectura del mundo tergiversada y sesgada, contraria a lo que sus propios ojos han visto amplificado y nítido a través de las miras. Nadie los escucha, a menos que sea para amonestarles y callarlos. Es lógico que se sientan solos y abrumados. Es lógico también que, al menos de vez en cuando, alguien les agradezca su labor y les recuerde que no son ellos los que han traicionado sus creencias políticas, sino otros (aunque sean mayoría actualmente) los que las estén manipulando con el único afán de adquirir más poder y de la forma más sencilla: invocando los fantasmas de siempre. Gracias parti-sanos franco-tiradores.
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