Parque industrial de Barkan (Cisjordania), donde un terrorista palestino mató a dos israelíes la semana pasada // Foto: Moshe Milner (GPO)
El mes de setiembre anterior se reveló en un informe realizado en Israel que al menos 69 personas habían sido asesinadas en el país por ataques terroristas causados por palestinos, actos que dicho sea de paso no son tan masivos como en la época de las intifadas, por cuanto han cambiado los modos operativos. Quienes crean que los acuchillamientos y atropellos tienen sello del terrorismo radical en Europa, deben ver que el laboratorio de experimentación de esto sin duda fueron los territorios israelíes por medio de jóvenes afiliados a células radicales del Hamas y la Yihad Islámica; o sin afiliación conocida, pero reclutados “post mortem” como elemento de propaganda.
Las últimas víctimas posteriores al informe fueron Ziv Hajbi de 35 años y Kim Levengrond de 29 años, ambos asesinados por un empleado en la fábrica Barkan (Samaria), destacado lugar donde por muchos años se convirtió en un símbolo de convivencia entre ambas poblaciones, lejos de las disputas políticas y los enfrentamientos históricos asociados al conflicto que aqueja a ambas poblaciones hace décadas. Pero este atentado rompió el clima de cordialidad y puso en el ojo del huracán no solo la calma de la zona, sino también en un dilema interno a Israel sobre seguir o no brindando oportunidades a los palestinos que viven en las zonas bajo control de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Este tipo de acciones afectarán sin duda económicamente a otras familias palestinas que encuentran en zonas industriales israelíes en Cisjordania un lugar de donde tomar su sustento, lo que acarreará un dilema de subsistencia, que al parecer encuentra una ruta entre la precariedad y el enrolamiento a la “resistencia” (inmolación voluntaria). Elementos que por supuesto generan réditos positivos para la miserable espiral de violencia que vive la zona, con picos de violencia pronunciados en momentos donde se cree que la situación pueda cambiar positivamente.
La familia del terrorista es ahora un ejemplo de la propaganda de lo que es unirse a la resistencia y renunciar a las negociaciones con Israel, ya que ellos obtendrán un beneficio económico de las acciones de su pariente, por el importante presupuesto con el que cuenta la ANP anualmente para pagar al núcleo familiar más cercano del atacante ($355 millones anuales según el último informe). Es preciso recordar que según informes del 2016 el gobierno iraní ofreció pagar hasta $30.000 por cada casa que Israel demoliera a los familiares de un terrorista, por lo que al menos desde el frente económico sus vidas están resueltas con un sustento asegurado solo por unirse a las filas de la resistencia, pese a los daños colaterales que se puedan ocasionar en el proceso.
En otras palabras, el proceso de segregación que los propios palestinos señalan que vive su población pareciera que es impulsado por ellos mismos al realizar actos de esta índole que afecta directamente a las relaciones con Israel. El supuesto apartheid del cual hacen culpable a los israelíes contra las poblaciones palestinas parece un proceso auto impuesto, que levanta un alto muro social y político que corta no solo cualquier posibilidad de pacificar las relaciones con los israelíes, sino también de encontrar una salida nacional para establecer un Estado para su población; si es que en realidad existe tal deseo.
El insistente argumento del “legítimo derecho a la resistencia” queda un tanto forzado cuando se ve el uso de jóvenes en el frente de batalla para convertirlos en mártires, acto que en ocasiones se vería justificado con un proceso de adoctrinamiento hacia la desesperanza inculcada a los jóvenes palestinos, ya que al quitarles la esperanza de un futuro mejor, aseguran seguir extendiendo por tiempo ilimitado el conflicto en la senda destructiva y desgastante que se ofrece hasta hoy.
Fortaleciendo la idea anterior, en un artículo del diario El Mundo de España, el psicólogo palestino Shafiq Masalha argumentaba que “muchos de los atacantes sufrían problemas personales a raíz de conflictos familiares o aislamiento social…” principalmente en el caso de jóvenes que “deciden poner fin a sus vidas pero, en lugar de suicidarse, atacan a judíos para convertirse en mártires” por el honor que esto les acarrea.
Finalmente, la auto segregación palestina, que se suele endosar a rígidas políticas de los gobiernos israelíes de turno, se debe encumbrar a señalar a los verdaderos gestores, los que les destruyen las esperanzas a la sociedad y que con sus acciones y políticas borran la senda hacia un futuro más positivo para ellos. Me sobrarán palabras por esta vez, pero sin duda me faltaron líneas para expresar todo lo que creo sobre el proceso de marginalización y desesperanza palestina como política de su liderazgo.
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