Uno de los dilemas con mayor dificultad para descifrar del comportamiento de Rusia con respecto al Medio Oriente es su relación con la mayoría de los actores de la región. El gobierno ruso tiene claro cuáles son sus amigos en la región y quiénes son países con los que debe hablar para mantener los equilibrios a favor de sus intereses. Esto involucraría, por lo tanto, tres países no árabes de la zona para lograr cumplir con su agenda regional: Turquía, Irán e Israel.
Según uno de los libros del estratega de cabecera, Aleksandr Dugin, Cuarta Teoría Política, la alianza entre Rusia, Irán y Turquía, llamada también «civilización de la tierra», es una alianza estructurada en ideales como la religión, la identidad colectiva y el respeto a los valores de cada país que forma parte.
El que Rusia haya mejorado sus relaciones históricas con Turquía le ha permitido tener una serie de accesos territoriales que en décadas anteriores no se habrían imaginado, lo que le ha significado, junto al movimiento estratégico de tomar y rusificar nuevamente Crimea, para que el Gobierno de Vladimir Putin tenga acceso, a través del mar Negro primeramente y el mar de Mármara después, a través de los estrechos de Dardanelos y el Bósforo, llegar al Mediterráneo, lo que le da un ingreso directo a posiciones estratégicas en la zona.
También es importante el contacto que da la posición geográfica de Turquía para controlar los accesos entre los dos continentes de los principios geoestratégicos de control en las orillas de Europa y Asia, y también la posibilidad de controlar desde ese sector otros actores importantes que estén ubicados en regiones cercanas al Medio Oriente. Tanto Estados Unidos y sus alianzas como China con sus contactos comerciales y eventuales movimientos militares se pueden vigilar con más detalle.
De igual manera, la relación con los iraníes obedece a una posición de cercanía estratégica, se transforma en una eventual plataforma de defensa de sus intereses en la región del Medio Oriente. Con una estabilidad política un poco más aplomada (o forzada) que la que posee Siria, pero es en este último, por posicionamiento al lado del mar Mediterráneo, donde se encuentra la base de Tartús rusa.
A esto anterior se suma la trascendencia de Irán para el posicionamiento ruso en Asia central, tanto por cuestiones de acuerdos regionales con elementos importantes como el manejo de la cuenca del mar Caspio, o la participación activa en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), donde, además de los iraníes fortalecer sus relaciones con Rusia y ayudarle a controlar en cierto modo el crecimiento de la influencia china de la zona, le permite romper con el cerco occidental por su programa nuclear.
Pero también mantener una relación cordial con China por parte de los tres actores, participando de un modo cómplice de la denominada «ruta de la seda», modifica el rol de los países a una dependencia occidental menor de la que hasta este momento se ejecuta. Los chinos desde la perspectiva económica y social se convierten en un polo de poder altamente dominante que podría finalmente transformar la economía global y darle un giro que golpee los dominios no solo del occidentalismo sino del liberalismo económico dominado por estos países.
Con esta unión euroasiática contrarrestaría la alianza de países del bloque del Atlántico con Estados Unidos y Gran Bretaña a la cabeza, quienes concentran, según Dugin, un poder asociado al dominio político y económico, dejando de lado los valores de las sociedades que los componen o participan con ellos y dando mucho énfasis al liberalismo económico como un elemento dañino para las sociedades.
Pero el elemento sustancial que resalta la doctrina duginista y que se considera como la doctrina de cabecera que sigue el presidente Putin es no solo dominar como máximo exponente de poder en distintas regiones de Europa y Asia, sino promover otro tipo de dogma asociado con la multipolaridad, donde se fortalece la identidad de los grandes gestores de poder regionales como son los casos de Rusia, China y la India, o donde se fortalece en la lucha contra la «invasión occidental» un eje islámico remozado, lo cual por supuesto es un ideal poco probable, por lo heterogéneo que es el movimiento islámico, pero que podría gestarse con líderes para cada corriente mayoritaria, partiendo del supuesto de un Irán desde el punto de vista del liderazgo chiita (que lo es hasta ahora) y Turquía como un eventual líder sunita en contraposición a Arabia Saudita. Por supuesto que tendrá fuertes resistencias, ya que ninguno de los dos países son árabes, y eso no es un tema secundario.
Por otra parte, también se pretende gestar un liderazgo en América Latina unida contra el «neoimperialismo norteamericano» y al mismo tiempo gestar una alianza panafricana que termine de enterrar los intereses occidentales en todos estos territorios que fueron parte de sus colonias en siglos pasados.
No se puede cerrar el artículo sin mencionar al otro actor no árabe de la región que tiene importancia dentro de ese convulso barrio llamado Medio Oriente y, por lo tanto, válido plantearse la pregunta sobre qué papel juega el Estado de Israel en todo esto desde el punto de vista del eurasianismo duginiano. La respuesta corta y concisa contenida en varias fuentes es que en sí los israelíes no son enemigos de Rusia, pero se deja en claro que las alianzas en la zona están bien establecidas para el gobierno de Moscú.
De lo anterior queda en claro que si bien pueden conversar con otros países (árabes) de la zona como Egipto y otro tipo de actores (no árabes) como Turquía y lo explicado previamente, su mayor alianza funcional es con la República Islámica de Irán, quien funciona como puente hacia el mundo árabe y las regiones mencionadas de Asia central, más zonas con importantes yacimientos de recursos estratégicos.
Sin embargo, con los israelíes queda claro que pueden conversar y coordinar acciones que mantengan el equilibrio favorable a los intereses de Rusia, por lo tanto, el blindaje que le den los rusos a Siria automáticamente beneficia que no se golpee directamente al gobierno en Teherán, pero también desde el gobierno de Putin se comprometen a evitar que se expandan agresiones por parte del gobierno iraní que puedan eventualmente lanzar la región a un conflicto total.
El único aspecto ideológico relacionado con el judaísmo y el sionismo con el que podría chocar directamente la doctrina nacionalista de Dugin, asociado con los polos de poder, sería la posición favorable o no a los principios euroasianistas o, por el contrario, más allegados a principios atlantistas que finalmente pudiera generar roces entre Rusia e Israel, contemplando que los israelíes tienen con mayor aliado hegemónico a Estados Unidos. Aunque en los últimos años no ha tenido problemas en dialogar y negociar con Moscú o con Pekín proyectos y acuerdos que le son favorables desde la perspectiva económica y hasta militar.
El autor es licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de las Américas, especializado en la temática de Oriente Medio.
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