Imagen de judíos siendo perseguidos en Gran Bretaña en el siglo 13, ilustración del Rochester Chronicle (Biblioteca Británica) vía Wikipedia
Las crisis de antisemitismo que implosionan dentro del Partido Laborista británico y que amenaza con hacer erupción dentro del Partido Demócrata estadounidense poseen fuentes complejas tanto en las elites como en la clase media. Estos incluyen la lógica del socialismo, que se opone a la diferencia judía; el rechazo de la nación-estado, que los judíos aun acogen; y las creencias convencionales del siglo XIX en la codicia y conspiración judías. La culpa post-colonialista también nos ha llevado al multiculturalismo y a la auto-mortificación de la sociedad a través de una inmigración masiva musulmana, que ha exacerbado enormemente el antisemitismo y el terrorismo. Las tendencias en Europa y Gran Bretaña auguran cambios negativos para los judíos en los Estados Unidos e Israel.
Los partidos políticos en Occidente están atravesando una crisis antisemita asombrosa. El Partido Laborista británico y su líder Jeremy Corbyn han sido expuestos de manera profunda e irrevocablemente como antisemitas. El Partido Demócrata estadounidense ahora ha nominando a casi media docena de candidatos para optar por cargos en el Congreso quienes se oponen implacablemente a Israel y se encuentran al borde de una transformación milenaria entre los laboristas. Las acusaciones de deslealtad judía y conspiraciones israelíes son muy comunes, al igual que las amenazas de expulsar a Israel de la comunidad de las naciones.
La pregunta es ¿por qué y por qué ahora? ¿Por qué no solo los partidos Laborista y Demócrata, sino también las universidades y cada vez más los medios comunicacionales interconectados junto a los espectáculos de entretenimiento se han vuelto contra los judíos?
Existen explicaciones viejas y nuevas.
La primera es la lógica del socialismo, donde el universalismo putativo y el anti-elitismo se oponen a sus enemigos tradicionales, los judíos, a pesar de la exagerada participación judía en estos movimientos. La diferencia judía es el enemigo y como occidentales ricos repentinamente redescubren el socialismo para sofocar su aburrimiento y el resentimiento interior contra su yo burgués, los enemigos tradicionales también han sido redescubiertos.
Dada que la aprobación general de Israel es algo generalizado, al menos en los Estados Unidos, el anti-sionismo es algo altamente transgresor, solo a algunos pasos más allá en quejarse de la apropiación cultural inherente por el uso de un kimono o el hacer té. Y para los ansiosos jóvenes judíos en adaptarse a las cambiantes normas culturales de la izquierda, en las universidades y en la sociedad urbana, el apoyo de Israel es un objetivo obvio. La discrepancia de los judíos a conformarse con Israel se convierte rápidamente en un antisemitismo absoluto.
Junto al florecimiento de una política de imposición racial y “puntos de encuentro entre diferentes grupos minoritarios” – las versiones localizadas del Tercermundismo y la “alianza rojo-verde” con los islamistas – el antisemitismo tradicional ha sido actualizado. Los judíos son repentinamente llamados a desempeñar su papel tradicional: rechazar su identidad y unirse a la vanguardia o convertirse en enemigos de la población. Esto nos es muy familiar desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Otra explicación de la actual explosión de antisemitismo profundo es a su vez más histórica y cíclica. Los judíos son a la vez la minoría occidental más asimilada y la que permanece demostrable, incluso de manera única, agradecida con las naciones anfitrionas y con la idea de la nación-estado y las oportunidades que estas ofrecen. Esto es intolerable para las posturas de izquierda que rechazan el estado-nación, la identidad nacional y el orgullo nacional. El apego de los judíos a Israel agrava la transgresión contra el posnacionalismo y esta conexión a un mal único y cósmico posiciona firmemente la actitud como un antiguo-nuevo antisemitismo.
Tradicionalmente los judíos han celebrado instituciones de cohesión nacional que incluyen la educación superior, los partidos políticos y en tiempos de guerra, el servicio militar. Pero a pesar de la estrecha adhesión de los judíos al consenso liberal en evolución, incluyendo el internacionalismo, estos nunca pueden ser lo suficientemente críticos del estado y sus instituciones por parte del ala izquierda. Ahora incluso la cohesión nacional vendría a ser anatema; de ahí la repentina pasión por un mundo sin fronteras y de migración masiva.
Que los palestinos se adhieran a un nacionalismo aún menor y más parroquial no es un problema ya que la condición de víctima es una virtud primordial para los izquierdistas. Pero la “blancura” judía y el “poderío” de Israel han borrado la condición de víctima judía y han actuado como signos ‘de facto’ de la maldad. Conferirles a los palestinos como los “nuevos judíos” también resuelve un problema teológico para las denominaciones protestantes y es vinculado fácilmente a la teología del reemplazo cristiano tradicional y al antisemitismo.
El conspirar respecto a los judíos prospera en Gran Bretaña y crece en los Estados Unidos, junto a acusaciones de doble lealtad y libelos de sangre. Las acusaciones que Israel es un “estado nazi” que “creó a ISIS” convenientemente unen al villano más inequívoco del siglo XX con el del siglo XXI, ambos totalmente anatematizados. El otro gran villano es Estados Unidos, el Gran Satanás tradicional de la izquierda británica (junto a Israel como el Pequeño Satanás). De esta manera, los enemigos pasados y presentes son unificados, con un poder ilimitado como fuentes de maldad, exigiendo justicia cósmica.
En su mayoría son fórmulas elitistas, pero estos le han otorgado licencias a las protestas populares en lo que pudiera llamarse antisemitismo de clase media, expresado de manera más vívida por cientos, si no miles de miembros del Partido Laborista. Una repentina erupción de antisemitismo mayoritariamente tradicional de la población esperando su momento, con una retórica extrañamente familiar: los judíos como desleales, codiciosos, extranjeros, pertenecientes a clanes, manipuladores y conspiradores. Esto es simplemente el antisemitismo del siglo XIX actualizado, ya no teológico pero aún no-racial.
Pero las actitudes antisemitas también refractan otro fenómeno: el desarraigo de una amplia franja de la población británica de lo propiamente británico. Pocas naciones han repudiado sus historias con la velocidad y la ira de Gran Bretaña y la Gran Bretaña post-imperial y post-colonialista posee un profundo auto-desprecio por su historia y cultura. Pocas culturas son tan explícitas sobre los temas de culpa y repudio, aunque esto es comparable con la extrema izquierda estadounidense, que considera la creación del país como el pecado original. Estas son fórmulas elitistas que han sido difundidas a la clase media a través del sistema educativo y los medios de comunicación.
El odio hacia uno mismo (indistinguible de expresiones exageradas de auto-justicia y de amor propio) también explica parcialmente las actitudes británicas y europeas hacia el Islam. El multiculturalismo oficial de la década de los 80’ y más tardío fue diseñado precisamente para debilitar la postura de los europeos “blancos” en sus propios países, demográfica y culturalmente y fue puesto bajo el pretexto del enriquecimiento progresivo y de la restitución post-colonialista.
Al aceptar a millones de musulmanes, especialmente de lugares más atrasados y no asimilados de Pakistán y de África, se eligió el instrumento de la auto-mortificación nacional. Se produjo luego una disolución social en forma de partición étnica, zonas de acceso prohibidas, bandas de violadores, terrorismo y violencia, junto a partidos políticos separatistas. ¿Fue esto consecuencia involuntaria por parte de las elites europeas acostumbradas a una toma de decisiones olímpica, una conspiración deliberada, tal como sugiere la tesis de ‘Eurabia’; o una elección inconsciente de autodestrucción? Quizás fueron todas las tres juntas.
Los resultados para los judíos europeos han sido calamitosos pero totalmente previsibles. El antisemitismo se ha incrementado considerablemente junto a la violencia antisemita, atribuible casi en su totalidad a los islamistas. Y el hablar honestamente sobre las causas que lo originan, incluso describir casos individuales en los que los asesinos de judíos han gritado “Allahu Akbar”, es invitar condenas por “islamofóbia”. Un ecosistema mental cerrado ha sido creado que, por defecto si no es rediseñado, expulsara a los judíos de toda Europa. Los partidos políticos, a menudo baluartes contra la discriminación, lideran ahora el camino; Los partidos musulmanes y los Verdes son francos en su odio hacia Israel y hacia los judíos, los partidos de izquierda como el laborismo han seguido dentro de la misma línea.
Pero en el proceso, la implacable violencia musulmana contra la sociedad europea en su totalidad debe ser explicada y excusada. Los musulmanes en Europa son cada vez más la antítesis de sus habitantes judíos: culturalmente exigentes, políticamente activos y propensos a las manifestaciones públicas de dominación, tales como tomar calles enteras para rezar y actos privados de violencia. Las respuestas gubernamentales a estas han sido notablemente uniformes. Tanto los políticos como los funcionarios de seguridad pública denuncian un “malentendido” del Islam que se traduce en violencia organizada y rutinariamente le atribuyen la violencia individual a una “enfermedad mental”. En Escandinavia, en particular, absolvieron el comportamiento alegando malentendidos culturales, como si la violación y el asesinato fuesen conceptos ya predeterminados. El antisemitismo musulmán, sin embargo, está encubierto de manera uniforme, particularmente cuando su motivo se trate de asesinatos.
Quizás se trata de esfuerzos inconscientes para domesticar al Islam europeo a través de disculpas, excusas y en definir con delicadeza los límites conceptuales junto a los patrones de comportamiento, pero estos apenas ocultan un temor aterrador hacia lo que los políticos han forjado. Irónicamente, el esfuerzo mayor busca moldear a los musulmanes europeos en algo que ya existe: los judíos europeos, que son leales, pasivos y obedientes.
La tendencia actual es a la inversa. Los musulmanes europeos, impregnados por un antisemitismo teológico y conspiraciones, influyen en las culturas mayoritarias y otorgan aún muchas más licencias para desbloquear las tendencias antisemitas. Las crecientes minorías musulmanas también hacen que esto sea políticamente conveniente para que partidos tales como el laborismo abandonen a los judíos.
La compleja dinámica descrita en este artículo también ocurre en los Estados Unidos donde una sociedad exenta durante largo tiempo del antisemitismo y de la violencia al estilo europeo (y del Medio Oriente). Eso ahora, va a cambiar. Quedara por ver si las tradiciones políticas y culturales norteamericanas de autocorrección atenúan esto. El socialismo y el odio hacia uno mismo son ajenos a la mayoría de los estadounidenses no-elitistas y las fuentes locales de antisemitismo no son tan profundas como lo son en Europa. Pero los judíos estadounidenses deberían prepararse para los cambios no vistos en los 5 siglos transcurridos desde su llegada a este continente. Israel debería prepararse también.
Alex Joffe es arqueólogo e historiador. Es antiguo miembro no-residente del Centro BESA y becario Shillman-Ingerman en el Foro del Medio Oriente.
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