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| viernes noviembre 22, 2024

La selectiva indignación moral de Roger Waters


Para Roger Waters, la provocación es parte del show. Actuando en Estados Unidos el año pasado, durante sus conciertos proyectó imágenes enormes de Donald Trump con capucha del Ku Klux Klan y la frase «F**k Trump». Durante su gira sudamericana, que arrancó el 9 de octubre en Brasil y finalizará el 9 de diciembre en México, pasado por Uruguay, Argentina, Chile, Perú, Colombia y Costa Rica, el músico inglés ya brindó cierta dosis.

En plena performance en Brasil, tildó de «neofascista» al presidente electo Jair Bolsonaro, y además quiso visitar al expresidente Lula da Silva en prisión. En Uruguay participó de un acto pro-palestino en la Central Obrera. Para su show en la Argentina convocó de telonero a un conjunto mapuche llamado Puel Kone («Los Guerreros del Este») que es parte de un colectivo minoritario que alberga reclamos territoriales. «Nuestro pueblo busca vivir en paz en un Estado plurinacional» aseguró el guitarrista y vocalista mapuche Lefxaru Nawel.

El antisemitismo también es parte de sus shows. En un concierto en los Países Bajos en 2013, vistió un atuendo tipo nazi en el escenario: un tapado de cuero negro con un brazalete rojo en un brazo, guantes negros, y cargó una ametralladora alemana MP40 Schmeisser, usada por los soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Durante el concierto, voló por sobre las cabezas de los fanáticos un gran cerdo inflable adornado con palabras y símbolos, entre ellos una Estrella de David. En Alemania, algunos de sus conciertos fueron cancelados dada la imaginería nazi y antisemita de la que él se ha rodeado. Declarar que un «poderoso lobby judío» controla a la prensa o que el Gobierno israelí es «nazi» no lo ha beneficiado mucho, tampoco. Menos aún que el supremacista blanco David Duke lo haya aplaudido públicamente.

En Sudamérica Waters tuvo mejor suerte. La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo declaró huésped de honor y la Intendencia de Montevideo lo reconoció como visitante ilustre. La Bnai Brith Latinoamérica en Montevideo y el Centro Simon Wiesenthal en Buenos Aires rápidamente elevaron sus quejas, advirtiendo la ironía de otorgar estos reconocimientos oficiales en coincidencia con la conmemoración del 80 Aniversario de la Kristallnacht. Después de todo, como exponente del movimiento Boicot-Desinversión-Sanciones (BDS), el músico inglés es un continuador de las políticas de boicot y marginación contra los judíos que los nazis implementaron en los años treinta del siglo pasado en Alemania. Con la diferencia de que él busca aplicarlas exclusivamente contra los judíos que viven en Israel.

Roger Waters no es apenas un adherente al BDS sino uno de sus miembros más prominentes. No solamente ha tomado una postura personal de no ir a tocar al Estado judío, sino que también ha presionado a otros músicos para que desistan de tocar allí. Boicotear a Israel es su propia gesta personal. Así, queda en compañía de judíos antisionistas como Ilán Pappe, Naomi Klein y Judith Butler y de conocidos islamistas como el clérigo sirio Omar Bakri, el titular de Electronic Intifada Alí Abunimah y el Líder Supremo de Irán, Alí Khamenei, entre muchos otros.

Buena parte de la opinión pública occidental posiblemente vea a Waters y los de su tipo como un clan de humanistas y pacifistas bien intencionados. En realidad, él es un referente de un movimiento extremista y antisemita que se escandaliza solo contra Israel. El famoso músico de Pink Floyd todavía tiene que montar una campaña de marginación contra Irán por ahorcar homosexuales o contra China por encarcelar musulmanes. Su indignación moral selectiva lo deja al descubierto.

Analista político internacional, escritor y conferencista

 
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