El discurso adoptado por numerosos judíos estadounidenses estos días dice que los Gobiernos derechistas consienten el antisemitismo, mientras que los progresistas permiten a las comunidades judías prosperar. El corolario de esta tesis es que la amistad del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con los gobernantes derechistas de Europa del Este ha sancionado el antisemitismo.
Gracias a una encuesta entre judíos europeos publicada el mes pasado, ahora tenemos algunos datos para juzgar esta tesis. Y los datos parecen contradecirla.
El Joint Distribution Committee (JDC) del International Center for Community Development encuestó a 893 líderes y profesionales judíos de toda Europa y encontró que, en general, los judíos se sienten seguros en el continente. No obstante, hay una acusada diferencia entre Europa Oriental y Europa Occidental.
En el Este, nada menos que el 96% de los encuestados se sienten seguros, y sólo un 4% inseguro. En el Oeste, el 76% se siente seguro y el 24%, inseguro. Los entrevistados de países como Polonia, Hungría y Rumanía –sistemáticamente acusados de tener Gobiernos antisemitas que rozan el fascismo– se sienten más seguros que los judíos de países liberales como Francia y Alemania, con una diferencia de hasta veinte puntos.
Además, “los encuestados de Europa Occidental fueron más propensos que los orientales a considerar el antisemitismo como una amenaza, y a reportar un deterioro de la situación con respecto a encuestas anteriores”, dice el informe del JDC. No es ésta una mera percepción subjetiva: otros estudios han revelado que es mucho más probable que los judíos experimenten violencia física en la Europa occidental que en la oriental. En 2017, por ejemplo, los 100.000 judíos de Hungría no reportaron un solo ataque físico, mientras que los 250.000 judíos de Gran Bretaña reportaron 145.
Los judíos de ambas zonas de Europa temen que el antisemitismo vaya a peor en los próximos cinco o diez años, así que la lucha contra el mismo “se situó entre las tres prioridades principales de la comunidad” por primera vez desde que se empezó a hacer la encuesta, en 2008. Pero también aquí el Este obtuvo una mejor puntuación. “Apareció una importante diferencia regional en las expectativas sobre el aumento del antisemitismo, siendo los encuestados de Europa Occidental considerablemente más pesimistas (75%) que los de Europa Oriental (56%)”, se lee en el referido documento.
Hay dos razones para todos estos resultados aparentemente contraintuitivos y que, como señalaba el informe, “dan la vuelta a la situación (…) de los dos últimos siglos”. La primera es el hecho políticamente incorrecto de que en Europa la violencia contra los judíos proviene principalmente de antisemitas musulmanes, no de la variante derechista o izquierdista de la judeofobia (recuérdense, por ejemplo, los tiroteos en un museo judío de Bruselas, un colegio judío de Toulouse y un supermercado kosher de París). En Europa Occidental, los Gobiernos liberales llevan décadas ejecutando políticas migratorias progresistas que han producido grandes poblaciones musulmanas. En Europa del Este hay pocos musulmanes, en un primer momento porque las décadas de gobierno comunista hacía que esos países fuesen económicamente poco atractivos y más recientemente porque los Gobiernos derechistas han impuesto políticas migratorias restrictivas.
La segunda razón es más especulativa, ya que la correlación no implica necesariamente causalidad. No obstante, como señala el informe, los resultados son sugerentes: “La hostilidad hacia Israel en la sociedad se percibe como más vehemente en Europa Occidental; el 88% de los líderes [judíos] de Europa Occidental considera que los medios en mi país suelen presentar a Israel de forma desfavorecedora, frente a sólo el 36% de los de Europa Oriental [cursivas en el original]”. Aquí también los datos objetivos parecen corroborar la hipótesis: siempre que Israel lanza una gran operación antiterrorista, el sentimiento antiisraelí se dispara, junto a los ataques antisemitas.
Salvo los antisemitas, todo el mundo entiende que los actos de Israel no justifican los ataques a ciudadanos judíos de otros países, pero el rampante sentimiento antiisraelí suele hacer creer a los antisemitas que la sociedad tolerará dichos ataques, siempre y cuando se puedan presentar como ataques “contra Israel”. Y esta creencia difícilmente puede considerarse infundada. Por tomar sólo un ejemplo, considérese el tristemente célebre caso de la sinagoga alemana incendiada en 2014. Tanto el tribunal que dictó la sentencia como el tribunal de apelaciones dictaminaron que no se trataba de un delito antisemita, sino simplemente de una ferviente forma de oposición política a la guerra de Israel contra Hamás en Gaza. En consecuencia, los atacantes recibieron meras sentencias suspendidas.
La hostilidad hacia Israel en el entorno social fomenta los actos antisemitas entre personas que ya sostienen creencias antisemitas. Y como la hostilidad hacia Israel emana hoy día principalmente de la izquierda, no es de extrañar que sea más alta en la Europa Occidental progresista que en la Europa Oriental conservadora. Por lo tanto, los dos principales contribuyentes actuales al antisemitismo en Europa –el antisemitismo islamista y la hostilidad izquierdista hacia Israel– prevalecen más en el Oeste progresista que en los países supuestamente “fascistas y antisemitas” de Europa Oriental.
Nada de lo anterior significa que el antisemitismo de derechas no sea un problema real; obviamente lo es. Ni que los Gobiernos de derechas de la Europa Oriental tengan un historial limpio de antisemitismo: tienen en su haber dichos y hechos innegablemente problemáticos. Sin duda, nada garantiza que los partidos nacionalistas no se vayan a volver contra los judíos mañana, como advirtió recientemente un destacado rabino europeo. La rápida conversión del Partido Laborista británico en un albañal antisemita sólo demuestra lo rápido que pueden desaparecer las actitudes projudías.
Esto no significa que la situación en EEUU sea necesariamente análoga; EEUU es demasiado diferente de Europa como para que se puedan trazar paralelismos fácilmente. Ahora bien, pretender, como hacen muchos judíos estadounidenses, que el derechista es el único tipo de antisemitismo del que nos tenemos que preocupar se da de bruces con la realidad, al menos tal y como se ha manifestado en Europa. La realidad europea desmiente la afirmación de que los Gobiernos derechistas son, por definición, malos para los judíos. Y, dada esa realidad, la estrecha relación de Netanyahu con los gobernantes conservadores europeos puede ciertamente contribuir a la lucha contra el antisemitismo en esos países, al reforzar las actitudes positivas hacia Israel.
El mundo es mucho más complejo que lo que se desprende de la simpleza de que “la izquierda es buena y la derecha es mala”, tan prevaleciente entre los judíos estadounidenses hoy en día. Reconocer esa complejidad podría ayudar a los judíos progresistas a comprender mejor a sus hermanos conservadores, tanto en casa como en Israel.
© Versión original: Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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