La idea de un estado judío desafió al Vaticano psicológica, teológica y políticamente. Para la Iglesia de mediados del siglo XIX, la noción de que el pueblo judío podía tener derecho a la autodeterminación -y más aún en Tierra Santa- era anatema a su entendimiento del papel del judío en la historia. Por surgir (inevitablemente) en el contexto de emergentes nacionalismos y en una atmósfera de creciente secularismo, liberalismo, y modernismo, y por beneficiarse de todas esas mismas corrientes cuestionadoras del orden clerical establecido, el sionismo estaba destinado a irritar al Papado.
El periódico Civiltá Cattolica, fundando con apoyo del Papa Pío IX, brindó una de las primeras reacciones al nacionalismo judío. Unos meses antes de la realización del Primer Congreso Sionista en 1897, invocó la teoría del desplazamiento y la prédica de la dispersión para sustentar su repudio a las aspiraciones nacionales de los judíos. De manera similar, conforme documentó el historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalem Sergio Minerbi, durante la primera audiencia dada por un Pontífice a un líder sionista unos años después, en 1904, Pío X apeló a la doctrina religiosa para lidiar con la propuesta liberadora de los judíos. El Papa dio una respuesta teológica a un planteo político, cerrando así toda posibilidad de acuerdo. Los judíos no habían reconocido a Jesucristo, indicó el Papa a Theodor Herzl, ergo la Iglesia no podía reconocer a los judíos.
Con la consolidación del sionismo y la creciente aceptación internacional del mismo por parte de las grandes potencias, la Santa Sede centró su preocupación en el destino de los Lugares Santos y en la presencia cristiana en la Tierra Santa. El Vaticano vio desfavorablemente a la Declaración Balfour y a la creación del Mandato Británico sobre Palestina y desarrolló esfuerzos diplomáticos contrarios a los intereses de los sionistas. El Papado veía a los nacionalistas judíos como bolcheviques anti-religiosos y temía que su modo de vida resultara en la profanación de la Tierra Santa. Tenía aprehensiones respecto de su modernismo y liberalismo y albergaba un fuerte temor derivado de la incertidumbre de un posible gobierno hebreo sobre los sitios sagrados de los cristianos, lo que quedó encapsulado en esta aseveración del Patriarca Latino de Jerusalem, Monseñor Luigi Barlassina: “Que Palestina sea internacionalizada antes que algún día ser la sirviente del Sionismo”. (1)
El Vaticano mantuvo su rechazo al nacionalismo judío durante la Segunda Guerra Mundial. Con el trasfondo del genocidio de los judíos europeos en curso y con los países del mundo libre renuentes a recibir refugiados judíos, oficiales de alto rango de la Santa Sede se manifestaron contrarios a la idea de crear en Palestina un estado judío. Diversas declaraciones expresadas en cartas enviadas entre 1943 y 1944, cuando el Papado tenía pleno conocimiento de la existencia del Holocausto, dan cuenta de ello. Por ejemplo, el Secretario de Estado de la Santa Sede, el Cardenal Luigi Maglione, escribió al delegado apostólico en Washington, DC: “Si Palestina cayera bajo el poder de los judíos, crearía nuevos y graves problemas internacionales, molestaría a todos los católicos del mundo, provocaría las protestas justificadas de la Santa Sede, y sería una mala respuesta a las preocupaciones caritativas que la Santa Sede ha mostrado y está mostrando hacia los no arios”. (2)
Las décadas siguientes al fin de la Segunda Guerra Mundial presenciaron un cambio muy positivo en la actitud del Papado hacia el pueblo judío. Hechos que lucían impensados poco tiempo atrás pasaron a ser recurrentes. Papas visitaron campos de concentración y sinagogas, un concierto en memoria del Holocausto fue efectuado en la propia Ciudad del Vaticano, y el antisemitismo fue duramente condenado. La Iglesia Católica estimuló las relaciones religiosas con los judíos, audiencias papales a delegaciones judías pasaron a ser cotidianas, y un vocabulario extraordinariamente cordial fue adoptado. Esto fue posible gracias a la revisión dogmática revolucionaria del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, continuado por Pablo VI y honrado por todos sus sucesores. En particular, la Declaración Nostra Aetate representó el punto de inflexión teológico indispensable para el advenimiento de la nueva era de reconciliación. Ella fue agredida por sectores católicos ultraconservadores y por delegados árabes, lo que derivó en una minimización de su centralidad y en una versión final menos auspiciosa que la incorporada al borrador original. Aun así, Nostra Aetate fue un hito religioso y permanece como el documento católico más importante en lo que a los judíos concierne. Posteriormente, las Guías (1974) y las Notas (1985) suplementaron sus enseñanzas positivas.
Pero el símbolo más significativo del nuevo enfoque vaticano hacia el pueblo judío fue el reconocimiento del Estado de Israel, en 1993. Con el liderazgo de Juan Pablo II aconteció este hecho diplomático transformador que marcó un antes y un después en el vínculo bilateral. Llegar a este punto no fue sencillo. La respuesta vaticana inicial al establecimiento de Israel quedó contenida en un artículo de L´Osservatore Romano publicado el día en que Israel proclamó su independencia en mayo de 1948. “El Sionismo moderno no es el verdadero heredero del Israel bíblico” decía el órgano vaticano, el “Cristianismo [es] el verdadero Israel”. El Vaticano hizo un esfuerzo en caracterizar al estado judío como un fenómeno meramente político, desprovisto de connotación religiosa alguna. Ello le permitió reconocer al Estado de Israel diplomáticamente sin tener que lidiar con el desafío teológico a él asociado. Pero esto no agradó a los judíos que vieron eso como una negación de las bases espirituales del movimiento sionista, como señaló un académico.
Una vez que Israel nació, el destino de Jerusalem y los Lugares Santos siguieron siendo tema de preocupación vaticana, junto con el devenir del conflicto árabe-israelí, la situación de las comunidades cristianas en el Medio Oriente, y la cuestión relativa al reconocimiento o no del nuevo estado. Tal como el vaticanista Henry Bocala señaló, la Santa Sede veía a la cuestión de Jerusalem como un asunto religioso (protección de los lugares santos) con una dimensión política (status jurídico para la ciudad). Aquí Roma se veía como parte en la disputa y en consecuencia no sólo pidió por una resolución del asunto sino que exigió qué formato debía tener dicha solución. Inicialmente pidió por la internacionalización de Jerusalem y los Lugares Santos, y a partir de 1967 alteró su postura en pos de un estatuto especial internacionalmente garantizado. Al conflicto árabe-israelí lo veía como un problema político (un choque entre dos nacionalismos) con un componente religioso (la disminuida presencia cristiana en Tierra Santa). Roma se veía a sí misma en el papel de un conciliador y pidió por una resolución sin proponer detalles para la misma. (3)
Esto no impidió que adoptara una posición pro-palestina. La Santa Sede propagó la idea de que los palestinos eran las principales víctimas del conflicto, que los israelíes eran los responsables de su condición, así como la noción de que sin una solución a su causa no podría haber paz en la región. El posicionamiento de Roma en el conflicto árabe-israelí quedó plasmado en esta frase del Presidente de la Misión Pontificia para Palestina, Monseñor John Nolan: “Si los palestinos no tienen voz, nosotros somos su voz”. (4)
El respaldo de Roma a las aspiraciones nacionales palestinas no tuvo eco en análogo respaldo a las aspiraciones nacionales judías antes de 1948, y una vez que el estado judío fue establecido, el Vaticano demoró décadas en entablar lazos diplomáticos. Un oficial israelí asentado en Roma expresó el fastidio de la cancillería hebrea así: “Nuestra posición era clara: siempre estamos listos. Si ustedes realmente desean normalizar relaciones, tan sólo deben decir la palabra. Nuestra dirección es la misma desde hace 2000 años”. (5)
Según ha observado el primer embajador israelí ante la Santa Sede, Shmuel Hadas (oriundo de la Argentina), el reconocimiento temprano a Israel podría haber sido para la Iglesia Católica una oportunidad histórica de rectificar -aunque sea parcialmente- su pasado de hostilidad hacia los judíos y su silencio durante el Holocausto, pero Roma eligió ver las cosas de un modo diferente. (6) Sólo después que la OLP consintió en reconocer formalmente a Israel en septiembre de 1993, la Santa Sede decidió hacer lo mismo, dos meses más tarde. Para entonces el Estado de Israel había cumplido cuarenta y cinco años de vida soberana.
En diciembre de 1993 el Acuerdo Fundamental fue firmado entre las partes y en junio de 1994 Israel y la Santa Sede intercambiaron embajadores. Un nuevo horizonte en las relaciones entre ambos estados emergió, y el vínculo entre Roma y Jerusalem quedó normalizado.
Notes:
1 Minerbi, Sergio I. The Vatican and Zionism: Conflict in the Holy Land 1895-1925 (Oxford: Oxford University Press, 1990), p. 141.
2 Conway, John S. “Catholicism and the Jews During the Nazi Period and After”, in Kulka, Otto, Dov. & Paul R. Mendes-Flohr, Judaism and Christianity Under the Impact of National Socialism (Jerusalem: The Historical Society of Israel and the Zalman Shazar Center of Jewish History, 1987), p. 448.
3 Bocala, Henry. Diplomatic Relations between the Holy See and the State of Israel: Policy Basis in the Pontifical Documents, 1948-1997 (Roma: Pontificia Università Della Santa Croce, 2003), pp. 10-11 and 95-97.
4 Kreutz, Andrej. Vatican Policy on the Palestinian-Israeli Conflict: The Struggle for the Holy Land(Westport: Greenwood Press, 1990), p. 160
5 The quote is attributed to Yitzhak Shoham, attaché to the Israeli embassy in Rome for relations with The Holy See. See Cremonesi, Lorenzo, “The Stages of Diplomatic Negotiations” in Breger, Marshall J. (Editor) The Vatican Israel Accords: Political, Legal and Theological Contexts (Indiana: University of Notre Dame Press, 2004), p. 33.
6 Interview with the author in Jerusalem on August 26, 2008.
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Julian Schvindlerman is a writer and journalist specializing in Middle East affairs. He is a columnist for Infobae (Argentina) and Libertad Digital (Spain), and a blogger at the Times of Israel. He is the author of “Rome and Jerusalem: Vatican Policy toward the Jewish State”; “The Hidden Letter: A History of an Arab-Jewish Family”; “Triangle of Infamy: Richard Wagner, the Nazis and Israel”; and “Land for Peace, Land for War.” He has an MA in Social Sciences from the Rothberg International School, Hebrew University of Jerusalem.
http://jcpa.org/the-vaticans-path-toward-official-recognition-of-israel/
Segun se el papa que estuvo durante la segunda guerra inició muchas ayudas para los judios. Pero como dsp de cada intento Alemania reaccionó con peores cosas contra los judios callo