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| lunes diciembre 23, 2024

La revolución turca es como la iraní… pero en cámara lenta


Ver cómo, en los últimos 16 años, Turquía se ha convertido en una nación islamista autoritaria ha sido tan espeluznante como lo fue la vertiginosa caída de Irán en 1979. Lo de Turquía, en cambio, está siendo a cámara lenta. Si Irán pasó de aliado laico a implacable enemigo islamista de EEUU en cuestión de meses, Turquía ha seguido un rumbo similar; pero el cambio lo está llevando a cabo un islamista más cauto, Recep Tayyip Erdogan, que se ha movido a un ritmo mucho más lento.

Ascenso al poder

El sah Pahlevi mandó a Ruholá Jomeini al exilio (a Turquía, casualmente) en 1964. Cuando volvió a Irán, el 1 de febrero de 1979, Jomeini se hizo con el poder absoluto casi inmediatamente. Con el sah fuera del país para tratarse un cáncer, poco se pudo hacer para detener a Jomeini y sus clérigos. El ayatolá creó inmediatamente los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), que enseguida superaron a la policía secreta del sah, el Savak, a la hora de acabar con los enemigos internos. Evin, el funesto penal del Savak, que llegó a albergar hasta 5.000 enemigos políticos del sah, pronto alojó a más de 15.000 enemigos de Jomeini. Al cabo de unas semanas, Jomeini presidía sobre de un régimen de terror que admiraría al propio Robespierre.

La caída de Turquía en el islamismo ha sido mucho más lenta, guiada deliberada e incrementalmente por Recep Tayyip Erdogan a través de una serie de elecciones. Tal vez aprendió a ir despacio tras el resbalón que dio en 1998, cuando, siendo alcalde de Estambul, arengó a sus seguidores diciendo: «Las mezquitas son nuestros barracones, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los fieles nuestros soldados». Erdogan fue condenado por incitación al odio, sentenciado a 10 meses de cárcel e inhabilitado para el desempeño de cargos públicos.

Pero no iba a hacer mutis. De hecho, creó el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), que obtuvo una resonante victoria en 2002. Enseguida se le levantó el veto y su regreso a la política culminó con su designación como primer ministro, en marzo de 2003.

Al principio Erdogan se movió con cautela, dando pasos islamizadores de manera ocasional, como la toma de templos cristianos, el cambio de las leyes sobre el hiyab y la persecución de los musulmanes no suníes. Después se produjeron dos acontecimientos cruciales que le dieron la oportunidad de amasar más poder: la guerra civil siria (2011) y el fallido intento de golpe de 2016. Como comentó Daniel Pipes también en 2016,

luego de unos años de contención y modestia, emergió su auténtica personalidad: el Erdogan grandilocuente, islamista y agresivo. Ahora quiere gobernar como un déspota.

Erdogan dijo una vez: «La democracia es como un tranvía. Vas en él hasta que llegas a tu destino, y después te bajas». Parece que él ha llegado a su destino.

Erradicación de las reformas

En Irán, en cuanto se bajó del avión que lo devolvía de Francia (su último lugar de exilio), Ruholá Jomeini se puso a trabajar para eliminar el laicismo que el sah había conseguido implantar tras décadas de occidentalización del país. La denominada Revolución Blanca del sah, iniciada a instancias de la Administración Kennedy en 1963, fue un programa de reformas que estableció cuotas para las minorías y las mujeres en la Administración, transfirió tierras a los labriegos y abrazó todo lo occidental y moderno. En 1967, la Ley de Protección de la Familia permitió a las mujeres pedir el divorcio, conseguir la custodia de sus hijos y negar a sus maridos la posibilidad de tener múltiples esposas. Asimismo, abolió el matrimonio temporal (una suerte de sanción chií de la prostitución) y elevó la edad legal para contraer matrimonio de los 9 años (siguiendo el ejemplo del profeta Mahoma [que desposó a la niña Aisha cuando ésta tenía esa edad]) a los 15.

Jomeini vilipendió el programa de occidentalización del sah tachándolo de «occidentoxicación» (traducción del persa gharbzadegi). Y en lugar de un gigante tecnológicamente superior dispuesto a compartir los frutos de la modernidad con su aliado tercermundista y anticomunista, EEUU se convirtió en el «gran Satán», supuestamente por imponer a Irán su laicismo y erradicar su cultura islámica.

En Turquía, Erdogan ha ido suprimiendo las libertades de los ciudadanos lenta y gradualmente. Como Jomeini, quiso purgar su país del programa occidentalizador de sus predecesores. Turquía se llegó a distinguir del resto del mundo musulmán en gran parte por el reformista Mustafá Kamal, general que se hizo con el poder tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial. Adoptó el nombre de Ataturk («padre de los turcos», abolió oficialmente (aunque de modo simbólico) el Califato en 1924 y procedió a secularizar y occidentalizar la nación. Durante casi 70 años, Turquía pareció inmune al islamismo. Pero esa inmunidad luce ahora ilusoria.

Tras convertirse en primer ministro, Erdogan empezó a socavar el sistema de Ataturk. Ya como presidente, lo ha demolido. El otrora todopoderoso Ejército turco había sido despojado de su independencia. Los derechos de las minorías, especialmente de los cristianos, han sido recortados. Erdogan se ha dedicado a cerrar iglesias y construir mezquitas. La prensa ya no es libre, y la Academia es una sombra de lo que fue.

Gobernanza

Cualquier islamista que quiera gobernar tiene que encontrar la forma de racionalizar el mandato coránico de: «Alá no tiene socios». En 1991, cuando criticó a los Hermanos Musulmanes por participar en los procesos democráticos egipcios, Aymán al Zawahiri (actual líder de Al Qaeda) concluyó:

Lo fundamental de las democracias es que el derecho a hacer leyes se le confiere a alguien que no es Alá el Altísimo. Eso es la democracia. Cualquiera que esté de acuerdo es un infiel, que sirve a otros dioses en vez de a Alá.

La versión chií de esta prohibición dicta que ningún humano puede gobernar mientras el Duodécimo Imán permanezca oculto, y cualquier intento de hacerlo resulta impío.

La solución de Jomeini fue instaurar el valeyat-e-faqih, normalmente traducido como «el gobierno de la jurisprudencia», apaño que puso el poder en manos de los clérigos, cuya estricta observancia de la sharia aisló al régimen de la acusación de hacerse socio de Alá. En realidad no gobiernan, aducen, sino que mantienen una pía vigilancia sobre las cosas hasta que el Duodécimo Imán deje de ocultarse.

Para vigilar a los vigilantes, Jomeini se proclamó Rahbar («Líder Supremo»). Bajo la apariencia de un sabio, era sólo otro dictador que había dado con una manera de engañar y amenazar a la población para que se sometiera.

Erdogan llevó a cabo su toma gradual del poder mediante el proceso democrático que hicieron posible las reformas de Ataturk. No era el temido «un hombre, un voto, una vez», pero con cada victoria electoral Erdogan se volvió más autoritario e islamista. Tras la supuesta intentona golpista de 2016, aceleró su conquista total del poder. Sus ajustadas victorias en el referéndum constitucional de 2017 y en las presidenciales de 2018 le permitieron cambiar e ignorar la Constitución que le aupó al poder y convertirse en el Jomeini turco. Ahora que ya no tiene por qué arriesgarse a perder en las urnas, quiere farsas electorales que ganará con los márgenes que obtenía Arafat.

Política exterior

El objetivo de la política exterior de Jomeini fue siempre el mismo: expandir la influencia de Irán, extender su versión del islamismo y combatir todo lo occidental.

La política exterior de Erdogan también ha sido hostil a Occidente desde el principio, incluso antes de que llegara a primer ministro (2003). Cuando, después del 11-S, la Administración Bush se preparaba para atacar a Sadam Husein, Turquía negoció con EEUU para admitir en su territorio 62.000 soldados más de los que ya hospedaba, que compondrían la fuerza entraría en Irak por el norte. Se alcanzó un acuerdo que habría hecho ganar a Turquía 6.000 millones de dólares en ayudas directas y garantías de préstamo adicionales por valor de varios miles de millones más. Pero después de que se hiciera con el 60% del Parlamento en las elecciones de noviembre de 2002, el AKP de Erdogan ejerció la suficiente influencia para desbaratar el acuerdo.

Como primer ministro y después como presidente, Erdogan han sido incesantemente hostil a los intereses estadounidenses. Defendió la flotilla de Gaza, ayudó a Irán a transportar armas a Siria y combatió a los aliados kurdos de EEUU. No sólo ha popularizado –y quizá incluso inventado– el saludo de los cuatro dedos de los Hermanos Musulmanes, sino que ha reivindicado a los propios Hermanos Musulmanes y su versión del islamismo.

Rehenes

Entre los paralelismos más inquietantes entre Erdogan y Jomeini está la nueva afición turca a la toma de rehenes. El 4 de noviembre de 1979, las fuerzas del ayatolá capturaron la embajada de Estados Unidos en Teherán y retuvieron a 52 empleados de la legación, diplomáticos y civiles durante 444 días. Después de ser puestos en libertad, Jomeini siguió secuestrando estadounidenses, sobre todo a través de sus peones terroristas.

La expresión que muchos han adoptado para referirse al último deslizamiento de Erdogan hacia el jomeinismo es «diplomacia de los rehenes». El pastor estadounidense Andrew Brunson fue tomado como rehén el 7 de octubre de 2016 y ha sido utilizado como peón desde entonces. Acusado de «cristianización», como dice el régimen islamista, Brunson –recientemente liberado– no ha sido el único estadounidense detenido en Turquía.

¿Y ahora qué?

Se podría decir que EEUU ignoró durante décadas los peligros aparejados a la caída del sah y el ascenso del islam chií como fuerza política; una vez sucedió, Irán se movió muy rápido, durante el mandato de un presidente débil que no hizo nada para ayudar al sah y que de hecho aceleró su caída. Cuando Jimmy Carter se dio cuenta de lo estúpido que había sido abandonar al sah, ya era demasiado tarde.

EEUU ha tenido tiempo y advertencias más que suficientes para ver lo que se avecinaba en Turquía con Erdogan. Ahora que el colapso a cámara lenta se está acelerando, sólo un golpe militar exitoso podría, quizá, evitar que Erdogan se convierta totalmente en un nuevo Jomeini.

Por suerte, no estamos en 1979 y podemos aprender de las lecciones de aquel año funesto. Muchos están empezando a reconsiderar la pertenencia de Turquía a la OTAN. Por desgracia, no hay ningún mecanismo para expulsar a un miembro de la Alianza, pero no hay razón alguna para mantener decenas de bombas nucleares tácticas B61 en la base aérea turca de Incirlik. Aunque las bombas (Turquía no tiene aviones capaces de usarlas) están aseguradas en cámaras acorazadas subterráneas y protegidas por protocolos redundantes y códigos de lanzamiento, si se hicieran con ellas representarían una amenaza importante.

Imaginemos cómo sería el mundo si EEUU hubiese almacenado armas nucleares en Irán antes de la toma del poder por parte de Jomeini. Imaginemos cómo sería el mundo si Erdogan se apoderase de armas nucleares norteamericanas

Traducción del texto original: Turkey’s Revolution Looks like Iran’s – but in Slow Motion
Traducido por El Medio/ Difusion: Porisrael.org

 

 
Comentarios

Turquia dista mucho de ser un socio fiable, para los EE UU y la U.E, en tanto esté gobernada por un furibundo islamista con ínfulas de «califa» como el ínclito Erdogan, un hecho tanto mas inquietante, por cuanto este pais, está llamado a desempeñar un papel de equilibrio, en occidente y oriente, cometido éste que a dia de hoy, no cumple ni por asómo …

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