Tal vez Barack Obama sí merezca el Premio Nobel, después de todo. Su logro: acercar a los israelíes y a los árabes. Al dejarlos a los pies de los caballos. Así las cosas, tomaron café y un poco de baklava y reconocieron cuánto tienen en común.
Una prueba de esta relativa distensión: la reunión que mantuvieron en octubre el primer ministro Benjamín Netanyahu y el sultán Qabús ben Said al Said en la pintoresca capital de Omán. Estuvieron diez horas en el palacio real, tratando asuntos de Estado, cenando y disfrutando de una actuación musical. Se distribuyó a los medios varias fotos en las que se veía dándose la mano.
No mucho después sonó el himno nacional de Israel por primera vez en Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos, luego de que un atleta israelí ganara una medalla de oro en un torneo internacional de judo. Con él estaba la ministra israelí de Deportes, Miri Reguev, que rompió a llorar.
Hace unos meses, Bahréin salió en defensa del derecho de Israel a defenderse de las fuerzas iraníes desplegadas en Siria. Y el ministro de Exteriores bahreiní defendió el reconocimiento de Australia de Jerusalén Oeste como capital de Israel. El rey de Bahréin, Hamad ben Jalifa, se opone incluso a los boicots económicos contra el Estado judío. Arabia Saudí coopera con Israel en materia de inteligencia, ciberseguridad y otros asuntos.
En los viejos tiempos, los países árabes consideraban a Israel el peor de sus enemigos. Se le podía culpar por toda clase de viles actos y calamidades, pero nunca ponía un misil en la mesa del desayuno, salvo en respuesta a una amenaza directa e inminente. ¿Por qué cambiar ahora ese conveniente statu quo?
Porque los dirigentes de la República Islámica de Irán están tratando activamente de derrocar o someter a los regímenes árabes por motivos teológicos (complejos) y afán de poder (más sencillo).
El régimen de los ayatolás ha establecido a Hezbolá como su regente en el Líbano, y a Bashar Assad como su cliente en Siria. Está armando fuertemente a los líderes electos de Irak, y respaldando a los rebeldes hutíes en el Yemen. ¿Qué país, aparte de Israel, tiene la determinación y las capacidades necesarias para plantar cara a esta amenazante potencia neoimperialista?
La respuesta obvia es Estados Unidos, pero el presidente Obama optó por tratar de apaciguar a Teherán y propuso que Arabia Saudí y la República Islámica “compartieran el vecindario”.Transfirió más de 100.000 millones de dólares a los dirigentes de Irán a cambio de su promesa de ralentizar su programa de desarrollo de armas nucleares, que, insistían, no tenían, incluso cuando siguieron probando misiles que podían portarlas.
Tanto los árabes como los israelíes sintieron alivio cuando el presidente Trump dio marcha atrás a las políticas de su predecesor, aunque existe el temor de que el próximo inquilino de la Casa Blanca dé otro giro de 180 grados. Se espera que los israelíes, en cambio, mantengan sus posiciones.
¿Cuáles son las probabilidades de que Israel normalice plenamente sus relaciones con los saudíes, los bahreiníes, los emiratíes, los omaníes y demás? Diría que no muchas, al menos no en el futuro cercano.
Los países pequeños no querrán ser los primeros, preferirán seguir a los saudíes. Y los saudíes no querrán dar motivos a Irán para que los llamen sionistas y traidores a la causa palestina.
En teoría, esto da un incentivo a Netanyahu para perseguir más agresivamente una resolución del conflicto palestino-israelí. En la práctica, Hamás hará la paz con la “entidad sionista” cuando los cerdos vuelen. En cuanto a Mahmud Abás, el octogenario presidente de la Autoridad Palestina, está pensando en su legado. Quiere que la próxima generación cuelgue su retrato al lado del de Yaser Arafat, no que se utilice como diana en los campos de entrenamiento yihadistas.
Algunas complejidades: los gobernantes de Egipto y Jordania firmaron hace tiempo tratados de paz con Israel, y cooperan ampliamente con el Estado judío en materias de seguridad, energía, agua y otros asuntos. Los egipcios y jordanos de a pie, sin embargo, han sido adoctrinados en el desprecio a los israelíes, y su actitud no va a cambiar en el corto plazo.
Las monarquías de la costa oriental de la Península Arábiga no son todas iguales. Arabia Saudí y Bahréin son las más inflexibles a la hora de hacer lo que sea menester para contener a la República Islámica. Kuwait describe sus relaciones con los ayatolás como “excelentes”, pero el año pasado ordenó la expulsión de los diplomáticos iraníes presentes en su territorio, incluido el embajador, y condenó a 23 hombres por espiar para Hezbolá, el satélite de Teherán. Destacados kuwaitíes han reconocido el derecho de Israel a existir, y han advertido a los líderes palestinos de que es improbable que matar israelíes les haga más conciliadores.
Omán se cubre presentándose como “la Suiza de Oriente Medio”, no por el chocolate y los relojes de cucu, sino porque quiere mantenerse neutral aun cuando una de las partes sea obviamente más amenazadora que la otra.
Los dirigentes de Qatar son los que más juegan a dos bandas. Disfrutan de unas cómodas relaciones con Teherán, se coordinan militarmente con el presidente islamista de Turquía, apoyan a los Hermanos Musulmanes y, supuestamente, a varias organizaciones yihadistas suníes. Poseen Al Yazira y la utilizan para difundir su propaganda.
Estas y otras cuestiones han enfurecido a los saudíes, que, con Egipto, Bahréin y Emiratos, rompieron relaciones con Doha y le impusieron un bloqueo económico en 2017.
Al mismo tiempo, Qatar alberga una base aérea estadounidense y mantiene unas relaciones razonablemente cooperativas con Israel, que prefiere que en Gaza el dinero y la influencia los ponga Doha y no Teherán.
Es una situación compleja que podríamos sintetizar así: en Oriente Medio, el enemigo de tu enemigo no es necesariamente tu amigo. Pero si es fuerte y no tiene planes de borrarte del mapa, lo sensato es sentarse con él a tomar café y un poco de baklava, especialmente si los dos estáis a los pies de los caballos.
© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies
© Versión en español: Revista El Medio
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