Me encantaría poder cerrar este año 2018 hablando de un Israel y un Medio Oriente donde la situación geopolítica haya mejorado, donde la violencia y la apatía no sean una constante en una región que sigue siendo capaz de lo mejor y lo peor. Entre lo mejor, destacar los espacios de convivencia donde judíos, árabes y cristianos han demostrado signos de tolerancia que no siempre son perceptibles en Occidente. En ese aspecto, destacar también a la ciudad de Jerusalén, que a lo largo de este año se ha llevado innumerables titulares y no siempre por aspectos tan negativos como la violencia. El traslado de varias embajadas de Tel Aviv a Jerusalén hacía prever escenas de violencia y terrorismo por los más agoreros. Nada más lejos de la realidad. La mudanza no solo ha sido una justa decisión histórica de reconocer a la ciudad como capital de Israel, sino un incremento de las posibilidades económicas de la que es la ciudad más pobre de Israel. Más empleo y mejora de condiciones socioeconómicas son solo algunos de los resultados más palpables y de los que se han beneficiado vecinos tanto árabes como judíos.
La situación en Gaza y Cisjordania parece haber entrado —de nuevo— en punto muerto. Desde la óptica interna, los palestinos han vuelto a demostrar una carencia total de perspectiva. Abbas parece ya más cerca de la retirada que de llevar a cabo grandes gestas políticas. Con Hamas cada vez más presente en Cisjordania, parece que es solo cuestión de tiempo que el grupo terrorista se haga con el poder, en lo que hasta ahora era territorio de la Autoridad Nacional Palestina. Esto no son buenas noticias para Israel, que ya en las últimas semanas ha sufrido la violencia de grupúsculos de Hamas en esta zona, con el asesinato de varios israelíes. Esto nos hace pensar en un aumento de la violencia en 2019, siempre que la Autoridad Palestina no ponga orden y decida de una vez por todas tomar el camino del diálogo y el reconocimiento a Israel —y por qué no ofrecer respeto a sus propios ciudadanos, siempre víctimas de unos líderes inoperantes y corruptos.
En cuanto a Gaza, más de lo mismo, lamentablemente. La violencia no ha disminuido en este 2018 y en los últimos meses Israel ha sido atacado en innumerables ocasiones por las distintas facciones yihadistas que se disputan el poder dentro de la Franja. Cientos de cohetes, innumerables incendios y muertos han sido la historia de un 2018 negro para los vecinos del sur de Israel y para los propios gazatíes, que ojalá en 2019 decidan acabar con el poder que los atenaza y priva de libertad.
Irán, precisamente uno de los grandes baluartes de Hamas, ha sido, de nuevo, uno de los grandes protagonistas este año. Con o sin sanciones, el país de los ayatolás continúa con su programa nuclear, en un grave intento de desestabilizar la región. Parece que ni Donald Trump ni las medidas israelíes de protección han sido capaces de poner freno a esta carrera del sinsentido. La presión internacional ha bajado en los últimos tiempos y eso ha vuelto a dar alas al régimen iraní para seguir con un plan que puede tener consecuencias desastrosas no solo para Israel sino para todo el mundo. De hecho, su presencia se sigue haciendo sentir en la frontera norte de Israel con varios grupos financiados por el régimen. En el último mes han sido encontrados varios túneles en el norte de Israel, que tenían como fin infiltrar terroristas para llevar a cabo secuestros contra civiles israelíes.
En ese orden de cosas, con las fronteras sur y norte a punto de ebullición, Israel enfrenta unas elecciones generales en los próximos meses. Tras un tumultuoso 2018, Benjamin Netanyahu se juega no solo su posición en el próximo gobierno sino su futuro liderazgo en la sociedad israelí. Cuestionado por asuntos de política interna en los últimos meses, 2019 puede ser un buen momento para nuevas alianzas y retos, en un contexto internacional que se presenta más impredecible que nunca.
La autora es fundadora y directora ejecutiva de Fuente Latina
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