En el Medio Oriente, en especial cuando se trata del conflicto entre árabes e israelíes, la actualidad muchas veces está hecha de viejas imágenes, de retazos de antiguas películas en blanco y negro.
Algunas de estas fotografías ajadas reaparecieron en los últimos días después de las palabras de la ministra israelí de Igualdad Social, Gila Gamliel, quien anunció que se está poniendo a punto la presentación formal, por primera vez, de un reclamo de reparación económica para los judíos que se vieron obligados a abandonar los países árabes adonde vivían, después de 1948.
Se estima que unos 850.000 judíos debieron salir o escapar de los países árabes y de Iránen medio de la conmoción regional desatada por la creación del estado de Israel, empujados por una reencendida animadversión de sus vecinos árabes y de los gobiernos locales de esas naciones, muchas de ellas todavía entonces bajo control colonial.
A principios de mes, Gamliel dijo que, con la ayuda de una agencia especializada, Israel completó una evaluación de las pérdidas económicas sufridas por las familias que debieron dejar todo atrás, y apuntó una cifra impactante: 250.000 millones de dólares.
«Llegó el momento de corregir la histórica injusticia de los pogroms en siete países árabes y en Irán y para restaurar, para cientos de miles de judíos que perdieron sus propiedades, lo que es suyo por derecho», dijo Gamliel, del partido de derecha Likud, el mismo al que pertenece el primer ministro Benjamin Netanyahu.
Según la ministra, «todos los crímenes que fueron cometidos contra las comunidades judías» en aquellos países «deben ser reconocidos».
La evaluación fue desarrollada en secreto durante un año y medio y los únicos números que se difundieron hasta ahora, además de la cifra total, indican que Israel reclamará 35.000 millones de dólares de Túnez y 15.000 millones de Libia. Queda por saberse cuánto se exigirá legalmente a Egipto, Yemen, Marruecos, Irán, Irak y Siria.
Por lo que se pudo saber hasta ahora, las indemnizaciones que eventualmente se puedan recibir a través de este reclamo no serán destinadas directamente a las familias afectadas de manera particular, sino que se creará un fondo para una distribución general.
Historias de no solamente propiedades y valores, sino también de amigos y vidas enteras dejadas atrás a causa de la violencia son comunes entre muchas familias de origen «mizrahi», oriental, llegadas a Israel de aquellos siete países y de otros como Argelia o Uzbekistán, descendientes de los judíos babilónicos.
Miles de personas fueron traídas en verdaderos puentes aéreos a Israel en los años alrededor de la independencia de 1948 y hasta ya entrada la década del ’50. El sionismo de los judíos de origen europeo o «ashkenazim» y la renacida hostilidad en los países árabesfueron los motores detrás de esa inmigración masiva.
Pero, otra vez, no es capricho que estas fotografías descoloridas reaparezcan en estos días. Varios comentaristas, tanto árabes como israelíes, afirmaron que este reclamo puede formar parte de las negociaciones que se activarán cuando Estados Unidos presente el «acuerdo del siglo» impulsado por el gobierno de Donald Trump.
Desde hace varios meses se viene afirmando que la presentación del acuerdo es «inminente». El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, dijo en estos días que el tratado se conocerá recién después de las elecciones israelíes de abril.
En todo caso, como se prevé que el acuerdo tendrá la impronta de Trump, con un toma y daca de condiciones, al parecer los israelíes ya están poniendo elementos en la mesa.
No por casualidad, la ministra Gamliel dijo, al anunciar el reclamo de reparación, que «no se puede hablar del Medio Oriente sin tener en consideración los derechos de los judíos que se vieron forzados a dejar sus prósperas comunidades (en los países árabes) en medio de la violencia«.
Cuando se habla de eventuales reparaciones para aquellas familias, es inevitable ocuparse de otro «elefante en la habitación» de las conversaciones de paz entre árabes e israelíes: las indemnizaciones para los palestinos que abandonaron sus propiedades en la entonces Palestina que se estaba conviertiendo en Israel o que debieron escapar.
Ese reclamo también tiene una cifra, difundida hace ya muchos años por los líderes palestinos: 100.000 millones de dólares. También detrás de esta migración masiva hay historias y dramas familiares, de personas que decidieron abandonar sus poblados cuando se instalaba el estado israelí o que fueron forzados violentamente por los soldados judíos.
Las organizaciones palestinas piden no solamente reparaciones económicas, sino también una «ley del retorno«, para que los desplazados y sus millones de descendientes puedan regresar a lo que hoy es Israel y reclamar sus propiedades.
Ese reclamo es rechazado de plano por Israel porque supondría la llegada de cientos de miles de palestinos y la pérdida de la mayoría étnica judía que le da sentido a este país desde su creación como refugio de los pogroms y el Holocausto.
En ese tablero, siempre se consideró la cuestión de los judíos que escaparon o fueron expulsados de los países árabes como el contrapunto al reclamo palestinos por aquellos que fueron forzados a dejar sus pueblos.
Ahora entró en escena la cuestión concreta del dinero. «Israel sabe que tanto ellos como los estadounidenses nunca permitirán que retornen los refugiados palestinos, que un proceso de paz significativo está esencialmente muerto y que ya no hace falta tanto enfocarse en la experiencia de los mizrahim que vinieron al país y que se puede poner la atención en el dinero», explicó Michael Fischbach, un especialista en el tema.
Entrevistado por Infobae, Fischbach, autor de un importante libro sobre el tema, afirmó que este renovado interés en el costado financiero de esta parte del conflicto «es particularmente verdadero porque el actual presidente de Estados Unidos piensa en términos monetarios».
Otro elemento histórico que vuelve a la superficie con el anuncio de la ministra es el del recelo entre los israelíes de origen ashkenazi y los de ascendencia mizrahi. Según Fischbach, la presentación del reclamo puede ser visto también en términos electorales, como un guiño de Netanyahu a los votantes mizrahim y sefaradíes, «muchos de los cuales se quejaron porque los ashkenazíes recibieron compensaciones económicas por las pérdidas provocadas por el Holocausto, y ellos no recibieron nada».
También hubo reacciones desde la vereda árabe, las que se pueden resumir en la columna que el comentarista Ramzy Baroud publicó en el website Middle East Monitor, adonde afirmó que el reclamo israelí es «una parodia moral«.
Baroud opina que las expulsiones de judíos de los países árabes son acontecimientos «supuestos» y que el reclamo «en realidad forma parte de un plan calculado del gobierno israelí, cuyo objetivo es crear una narrativa contraria a la demanda legítima de la implementación del Derecho al Retorno de los refugiados palestinos expulsados por las milicias judías entre 1947 y 1948».
En el medio de esas «narrativas» permanecen las historias del desarraigo, que alcanzaron a las familias originarias de los países árabes de distinta manera.
Por ejemplo, aquellos que llegaron desde Yemen, un país todavía muy atrasado, venían desde la pobreza. Cuando Infobae le preguntó a algunos israelíes de ese origen que pensaban del reclamo de reparación, se encogieron de hombros y recordaron que, en sus casos, nada había quedado atrás.
Otros se lo tomaron en broma: «¿Y quien va a pagar las indemnizaciones? ¿El ayatolah de Irán?».
Galit Gruber vive en Tel Aviv y es la nieta de inmigrantes que llegaron desde Yemen, y confirma que en su familia «nunca se habló» del tema de posibles indemnizaciones. «Mis abuelos no tenían nada que perder cuando hicieron aliá, eran muy pobres» como la mayoría de los inmigrantes de Yemen «y no dejaron nada atrás», completa Galit hablando con Infobae.
Muy distinto es el caso de los marroquíes, asimilados a la más sofisticada sociedad del país africano, o de los que llegaron desde Iraq, muchos de ellos muy ricos.
Yacov Cohen tiene 73 años, también vive en Tel Aviv y emigró desde el Kurdistán iraquí en 1951. Su padre, recuerda en conversación con Infobae, era una de las personas más ricas de la zona. «Pero nos tuvimos que venir a Israel sin nada«, cuenta Yacov.
Su padre y sus tíos tenían cuatro locales comerciales y un negocio de importación. Un conocido que visitó la zona muchos años más tarde le contó que los negocios seguían igual que antes, pero en manos de otras personas.
El departamento en el que vivían y otros terrenos que poseían, «no recuerdo si pudimos llegar a venderlos», agrega. En su familia, ya en Israel, «hablábamos del tema, pero nunca hubo posibilidad de recuperar lo perdido«.
Además, al llegar a Israel, las familias de Galit y de Yacov, al igual que las otras miles de familias de origen mizrahi, quedaron bajo la presión social del sionismo y del flamante estado judío: había que convertirse rápidamente en israelí y olvidarse del pasado, pobre o rico.
«Dejamos muchas cosas atrás pero no nos quejamos en su momento, porque acá nos dijeron que se trataba de un país enemigo y no había marco legal para reclamar», dice Yacov. «Teníamos el sueño de recuperar lo que perdimos, pero no había cómo hacerlo«, completó.
Aunque algunos comentaristas árabes busquen minimizar este éxodo masivo, los números echan algo de claridad sobre el asunto. Se estima, por ejemplo, que más de 120.000 judíos iraquíes hicieron aliá entre 1948 y 1951, cuando el gobierno de Bagdad les quitó la ciudadanía y el derecho a propiedad. Hoy viven en Bagdad unos cincuenta judíos.
En setiembre de 1948, apenas meses después de la creación del estado de Israel, uno de los empresarios más ricos de Irak, Shafiq Ades, judío nacido en Aleppo, fue ejecutado en la horca después de un dudoso juicio que lo encontró culpable de contrabandear armas para las milicias judías en Palestina y de pertenecer al partido comunista local.
En Egipto las persecuciones comenzaron en la década del 40, en parte a causa de la penetración política e ideológica nazi en la región. Así fue que comenzaron a dictarse leyes que restringieron los derechos civiles y económicos de los judíos, provocando la salida de decenas de miles hacia Israel. Mientras que en 1948 vivían unos 75.000 judíos en Egipto, hoy son menos de 70.
Desde Egipto habían llegado algunas de las advertencias más inquietantes contra quienes apoyaban la creación del estado de Israel. Hablando durante una reunión de las Naciones Unidas en noviembre de 1947, mientras se discutía la partición de Palestina, un delegado de El Cairo, Heykal Pasha, habló de inminentes «peligros» para los judíos.
La propuesta de partición, afirmó Pasha, «puede crear en los países árabes un antisemitismo todavía más difícil de combatir que el antisemitismo que los Aliados están tratando de erradicar de Alemania» durante la Segunda Guerra Mundial.
«Si las Naciones Unidas decide la partición de Palestina -advirtió el diplomático egipcio-, seráresponsable por la masacre de un gran número de judíos» en los países árabes.
Decenas de judíos murieron durante pogroms y revueltas en los países árabes en los años alrededor de ese discurso de Pasha. De los 265.000 judíos que vivían en Marruecos en 1948, ahora quedan unos 3.000, mientras que en Argelia no queda ni uno de los 140.000 que vivían allí antes de la creación de Israel.
De los más de 100.000 que tenían una vida en Túnez, hoy siguen en ese país africano menos de mil, y de los casi 40.000 en Libia ya ni uno.
Cuando llegue la hora de las reparaciones económicas, si es que alguna vez llega, el problema seguirá siendo muy complicado, y no solamente a nivel político. Fischbarch recuerda que uno de los puntos de los acuerdos de Camp David II del 2000 entre Yasser Arafat y Ehud Barak «fue la idea de que cualquier compensación, tanto para palestinos como para judíos mizrahim o sefaradíes serían pagadas por un fondo internacional» y no por los países árabes o por Israel.
Un fondo semejante deberá ser manejado a través de un mecanismo que establezca derechos a las indemnizaciones y, con ese objetivo, «exigirá pruebas muy claras de propiedad», añadió Fischbach, que es profesor de Historia en la universidad estadounidense Randolph-Macon.
«Los datos recolectados por las Naciones Unidas en los ’50 y principios de los ’60 -continuó- ayudarán a los palestinos a establecer sus reclamos, pero muy, muy pocos judíos mizrahim o sefaradíes poseen ese tipo de información», los registros necesarios para poner fin a décadas de viejas fotos que traen recuerdos de lo que quedó atrás.
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