El mes pasado, la televisión israelí emitió un reportaje sobre los detalles del plan para la paz en Oriente Medio que, en algún momento, la Administración Trump prevé desvelar. Si lo que se dijo en él es correcto, el plan elaborado por Jared Kushner, asesor de la Casa Blanca y yerno del presidente, será similar a los planteados por anteriores Gobiernos norteamericanos e israelíes, que fueron rechazados en repetidas ocasiones por los palestinos.
Los observadores más avezados no están perdiendo demasiado tiempo en especular sobre el referido plan. Pocos creen que haya alguna probabilidad de que prospere. Y mientras la falta de avances hacia la paz sigue siendo objeto de lamentaciones por parte de los norteamericanos que estúpidamente culpan a Israel del bloqueo, los hechos que inciden en la creciente integración económica de Israel en la región son mucho más importantes que el empeño estéril de Kushner.
Reparemos, por ejemplo, en la conformación del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, integrado por Israel, Egipto, Jordania, la Autoridad Palestina (AP), Chipre, Grecia e Italia y cuyo propósito es, según se leía en el comunicado emitido en su día por el Ministerio egipcio del Petróleo,
crear un mercado regional del gas que sirva a los intereses de sus miembros mediante el aseguramiento de la oferta y la demanda, la optimización del desarrollo de los recursos, la racionalización del coste de las infraestructuras, el ofrecimiento de precios competitivos y la mejora de las relaciones comerciales (…)
Este foro forma parte de los afanes por aprovechar las enormes reservas marítimas de gas de la zona y generar un hub regional de energía. Tal y como sucede con el gasoducto East-Med, que algunos de esos países, incluido Israel, están construyendo, el plan refleja cambios en la economía global que tienen el potencial de enriquecer a países previamente considerados carentes de recursos naturales.
Pero su verdadera importancia es que muestra que la integración del Estado judío en una red regional y mundial no ha tenido que esperar a que los palestinos se decidan a hacer la paz.
La ironía de estos acontecimientos es que el Foro y el gasoducto podrían estrechar tanto las relaciones de Israel con Egipto y otros países de la zona que el Estado judío podría ver limitada su maniobrabilidad e independencia en el comercio internacional, sobre todo en lo relativo a las exportaciones. Asimismo, Israel podría verse presionado a hacer concesiones diplomáticas o políticas a sus enemigos. Ahora bien, sabotear los intereses económicos del Foro y atizar el conflicto iría contra los intereses de todos los participantes. Muy en especial, este sería el caso de la AP, que necesita desesperadamente nuevas fuentes de ingresos para financiar su régimen corrupto.
El foro y el gasoducto satisfacen lo que la generación fundadora de Israel consideró su gran objetivo. El Estado judío es ahora un socio económico y estratégico de sus vecinos, que antaño buscaban su destrucción.
Los progresos económicos no borran todos los problemas de Israel. La anómala situación en la Margen Occidental –donde Israel mantiene el control de la seguridad, mientras que la Autoridad Palestina gobierna de manera autónoma a la mayoría de los árabes residentes en el territorio– se ve con desagrado y frustración por ambas partes. Pero tanto los israelíes como los palestinos saben que la paz no es posible en un futuro próximo.
La propuesta de Kushner pide al parecer una solución de dos Estados con un Estado palestino que controlaría entre el 85 y el 90% de la Margen Occidental y una parte de Jerusalén. Israel mantendría los principales bloques de asentamientos y el control sobre la Ciudad Vieja de Jerusalén. Por otro lado, Israel, los palestinos y Jordania –y quizá otros países– administrarían conjuntamente los lugares sagrados del Monte del Templo.
Las noticias sobre estas cláusulas provocaron una predecible lluvia de reacciones, con la AP jurando que no aceptará nada que no sea una retirada completa de Israel a las líneas anteriores a junio de 1967; y eso ni siquiera supondría necesariamente el reconocimiento palestino de la legitimidad de Israel. En cuanto a los partidos israelíes situados a la derecha del Likud del primer ministro Netanyahu, emitieron comunicados en los que denunciaron que cualquier paso hacia una solución de dos Estados pondría en peligro la seguridad de Israel.
Netanyahu no ha dicho nada sobre el reportaje, como no ha dicho nada sobre cualquier otra noticia relativa a los desvelos de Kushner. Si los palestinos estuviesen dispuestos a acordar la paz bajo unos términos que comprendieran la supervivencia de Israel, él se vería ante una crisis política. Pero sabe que el líder de la AP, Mahmud Abás, no es capaz de avenirse al plan de Kushner ni a otros esquemas más generosos. Mientras Hamás siga controlando Gaza y representando una amenaza mortal para el régimen de Al Fatah –el partido de Abás– en la Margen Occidental, la AP será incapaz de acordar ningún plan para la paz.
Los críticos de Israel –incluso muchos de sus amigos– piensan que el Estado judío está condenado a menos que las cosas cambien. Se supone que el tiempo no corre a favor de Israel. Se nos dice constantemente que, si no se toman unas medidas que además de drásticas son peligrosas, el Estado judío está perdido. Pero como indican las noticias sobre el gasoducto y el Foro, Israel cada vez es más fuerte, no más débil, a pesar de su incapacidad para forzar a los palestinos a hacer la paz.
Señalar esto no quiere decir que todo sea perfecto o que Israel no deba tratar de suavizar los puntos de conflicto con los palestinos. Pero el énfasis en una solución política cuando sencillamente no es posible es contraproducente. El único camino a la convivencia pasa por lacooperación económica, materializada en iniciativas como la del Foro del Gas.
Así las cosas, Trump y Kushner harían bien en archivar su plan –por muy bienintencionado que sea– y centrarse en promover el desarrollo, que ayudaría a los palestinos a sacudirse su dependencia de Fatah. Los avances de Israel en materia de integración económica regional no han tenido que esperar a que los palestinos renunciasen a su guerra y proveen la mejor y tal vez única ruta hacia la paz.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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