El pasado domingo, el régimen iraní celebró oficialmente el 40º aniversario de su toma del poder. La facción fundamentalista e islamista del ayatolá Ruholá Jomeini sorprendió a la comunidad internacional y al pueblo iraní secuestrando la revolución. Su exitoso asalto provocó un maremoto internacional.
Aunque algunos estaban advertidos de sus intenciones, muchos subestimaron la pericia organizativa y el poderío de la facción islamista. Para ganarse la confianza y la lealtad del pueblo, el ayatolá Jomeini y sus seguidores se presentaron inicialmente como gente espiritual sin deseos de gobernar el país. Fueron muchos, entre ellos varios partidos políticos, los que creyeron que los mulás renunciarían a cualquier poder que adquirieran durante el proceso de transición.
A medida que fueron ganando apoyos, los mulás trataron de ganar acceso a otros grupos sociales. Los seguidores radicales de Jomeini aseguraron a los fieles de otros credos, como los cristianos y los judíos, que su seguridad y sus preocupaciones serían una gran prioridad una vez el nuevo Gobierno tomara las riendas. Esos grupos a menudo preteridos respondieron positivamente a esas promesas. Cuando una delegación de la comunidad judía visitó al fundador del establishmentteocrático antes de que estallara la revolución, Jomeini emitió una célebre fetua que decía:
Moisés, saludado sea junto con su estirpe, es mencionado más veces que ningún otro profeta en el sagrado Corán. El profeta era un simple pastor cuando se alzó contra el poder del faraón y lo destruyó. Moisés, el Que Habló con Alá, representaba a los esclavos del faraón, los oprimidos, los ‘mostazafín’ de su tiempo. Moisés no tendría nada que ver con esos sionistas émulos del faraón que gobiernan Israel. Y nuestros judíos, los descendientes de Moisés, tampoco tienen nada que ver con ellos. Reconocemos a nuestros judíos como separados de esos impíos sionistas chupasangres.
El ayatolá también dijo a los miembros de otras minorías religiosas que recibirían protección:
En el islam, los cristianos, los judíos y los zoroastras son todos aceptados como iguales, a menos que se conviertan en quintacolumnistas de potencias extranjeras que pretendan injerirse en [los asuntos de] este país. Los judíos son aceptados como judíos, pero no como defensores de la agresión sionista.
Por eso para quienes confiaron en la facción radical de Jomeini supuso una conmoción que, al poco de acceder éste al poder, esas protecciones garantizadas cambiaran rápidamente. El ayatolá puso en marcha su agenda islamista, y la sharia se impuso palabra por palabra. “Muerte a América” y “Muerte a Israel” se convirtieron en proclamas coreadas tanto en las calles como en los despachos más influyentes. Quien se alzaba contra esas leyes tan vagas como duras a menudoafrontaba la más definitiva de las consecuencias: una ejecución sumaria. El líder de la comunidad judía, el empresario y filántropo Habib Elghanian, fue ejecutado inmediatamente. Su nieta, Sharzad Elghanayan, escribió que su ejecución se produjo “tras un juicio que duró 20 minutos y en el que se presentaron cargos inventados”. Su asesinato lanzó el poderoso mensaje de que, bajo el régimen de la sharia, las demás confesiones religiosas no serían toleradas. El imperio de la ley fue arrojado por la ventana.
La persecución de los cristianos, los bahais, los suníes y los miembros de otras etnias o confesiones religiosas se intensificó. Unas 30.000 personas, entre las que había menores de edad y embarazadas, fueron ejecutadas en un periodo de cuatro meses, en una de las peores oleadas de ejecuciones masivas de presos políticos por parte del régimen. Según una condena emitidapor el Congreso de EEUU,
los prisioneros eran ejecutados en grupos, unas veces por medio de ahorcamientos masivos y otras por medio de fusilamientos, y sus cadáveres eran arrojados a fosas comunes.
Hubo quien pensó que los radicales que gobernaban Irán se moderarían con el paso del tiempo. Pero, cuarenta años después, el régimen ha incrementado sus niveles de violencia y se ha tornado más agresivo dentro y fuera de Irán. A la mayor gloria de su glorificación de la violencia, y de su incitación al odio y la intolerancia, creó milicias terroristas como Hezbolá. Teherán hizo esfuerzos por cooperar con Al Qaeda, y hasta el día de hoy adiestra y apoya a otros grupos militantes. Año tras año, Irán ha sido declarado el mayor patrocinador estatal del terrorismo. En estos momentos, la República Islámica y su ley de la sharia representan una amenaza global.
El régimen de Jomeini también descuella en lo relacionado con la aplicación de la pena de muerte. Según Amnistía Internacional, Irán es el campeón mundial en ejecución de menores. Frente a las esperanzas de que la violencia y el odio fueran remitiendo con el tiempo, en estos 40 años la agitación anticristiana y antisemita del régimen de los ayatolás no ha hecho más que crecer.
Aún más sorprendente que el desconocimiento iraní del imperio de la ley es que varios líderes y Gobiernos occidentales hayan intentado, y sigan intentando, apaciguar a ese régimen inhumano. El presidente Obama lideró la campaña para eliminar cuatro rondas de sanciones de la ONU contra los mulás, y es de sobra conocida la información de que les entregó –sin quid pro quoalguno– al menos 150.000 millones de dólares. Cuando James Clapper fungía de director de Inteligencia Nacional, se eliminó a Irán y a Hezbolá de la lista de amenazas terroristas a los intereses norteamericanos, y se dejaron de lado las sanciones para dar a Irán acceso secreto al sistema financiero de EEUU. A qué sorprenderse, los mulás se valieron de ello para promover el terrorismo, financiar a sus Cuerpos de la Guardia Islámica Revolucionaria y avanzar su agenda de agresiones.
La Unión Europea anda ideando nuevos mecanismos para sortear las sanciones de EEUU y hacer así más sencillo seguir haciendo negocios con el régimen iraní.
Cuarenta años deberían bastar para que la comunidad internacional tuviera claro que apaciguar a los líderes iraníes no hace absolutamente nada por proteger al pueblo de Irán o a la comunidad global. Los mulás ven las concesiones como signos de debilidad: tomarán cualquier apertura como una oportunidad para incrementar su poder. El único idioma que entienden es el de la presión económica, política y, si es necesario, militar.
Mientras los Gobiernos más poderosos sigan cortejando al régimen, seguirá habiendo erupciones de violencia y crímenes contra la Humanidad.
¿Seguirá la comunidad internacional sin hacer nada cuarenta años más?
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio
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