En algún momento de la mañana del jueves 7, Ori Ansbacher, de 19 años, salió del centro para jóvenes en alto riesgo de Jerusalén donde hacía labores de voluntariado en su año de servicio nacional. Se ha informado de que estaba estresada, y dijo a los compañeros que quería estar sola y tranquila, por lo que se fue a pasear por un bosque cercano.
Esa misma noche, los informativos dieron gran cobertura a su desaparición y a la búsqueda intensiva que se estaba llevando a cabo para encontrarla. Acabó de la peor manera. Ori había sido agredida sexualmente y asesinada en lo que tenía todas las trazas de ser un crimen especialmente brutal. Detalles ulteriores quedaron velados por el secreto de sumario.
Se recogieron pruebas en la escena del crimen, y un chivatazo llevó a las autoridades a una mezquita de Ramala, donde las Fuerzas de Defensa de Israel hicieron una redada el viernes por la noche junto con el Shin Bet (servicio de seguridad) y el Yamam, la unidad antiterrorista de élite de la Policía de Fronteras. Primero registraron la casa de Yamal Abdal Naser Mosque en El Bireh, en las afueras de Ramala. El sospechoso del asesinato, Arafat Erfaiyeh, de 29 años, se escabulló a un edificio abandonado, donde fue capturado sin oponer resistencia.
Erfaiyeh cooperó con las fuerzas del orden y ayudó a los investigadores a recrear el crimen.
Ahora sabemos que Erfaiyeh salió de su casa –en la zona de Hebrón– el jueves por la mañana y quese dirigió a Jerusalén armado con un cuchillo. Su encuentro fortuito con Ori le resultó muy oportuno.
Como ante cualquier crimen, hubo enseguida una intensa especulación sobre si estuvo motivado por sentimientos “nacionalistas”, forma eufemística de referirse al terrorismo palestino. El domingo por la noche, víspera de la primera comparecencia de Erfaiyeh ante los tribunales, la Policía confirmó este punto.
Erfaiyeh se sentó en el banquillo flanqueado por los guardias y sonriendo con aires de suficiencia ante los fotógrafos. Una vez empezada la vista, declaró que había dicho a los investigadores que había ido a Jerusalén el jueves con la intención de matar y convertirse en “mártir” de la resistencia palestina o, si sobrevivía, acabar en una cárcel israelí.
Erfaiyeh sabía que era muy probable que se encontrara en el bosque a unos chavales jugando o haciendo novillos, lo que les convertía en presas fáciles. Pero fue con Ori con quien se cruzó.
Se sabe que varios familiares de Erfaiyeh apoyan a Hamás, y que él ya había tenido roces con las autoridades israelíes. Ahora bien, lo atípico en el contexto de un incidente terrorista es la agresión sexual. Este espeluznante aspecto adicional del crimen podría explicar por qué las autoridades esperaron varios días a determinar de manera concluyente que había sido un incidente terrorista.
En las horas posteriores a la detención de Erfaiyeh, no hubo una sola palabra de condena por parte de la Autoridad Palestina. Sólo se supo de la reacción de su ministro de Asuntos Religiosos, Yusuf Idais, que lanzó vehementes y absurdos ataques contra las autoridades israelíes por “atacar” un lugar de culto. Por supuesto, en sus declaraciones, que recibieron una importante cobertura en los medios controlados por la AP, no hizo mención al hecho de que un sospechoso de asesinato se había refugiado en una mezquita. Así, para los palestinos fue una muestra más de la “brutalidad” insensata de los israelíes.
Es una inevitable certeza que la AP honrará a la familia de Erfaiyeh por su valentía, y que recibirá un subsidio durante todo el tiempo que Arafat esté en la cárcel. Casi la mitad del presupuesto anual de la AP se destina a dar apoyo financiero a los “mártires” y terroristas encarcelados, con fondos que en su mayor parte provienen de países occidentales.
Para que este ciclo de violencia tenga alguna posibilidad de acabar, o siquiera remitir, los países occidentales deben presentar a la AP una posición única que diga: financiar la incitación yrecompensar a los terroristas con dinero y estatus social no es un camino a la paz; y si no acaba con esto, se quedará sin financiación.
Ojalá.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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