Faltan menos de dos meses para las elecciones israelíes y por el momento son dos los grandes asuntos de la campaña: las especulaciones sobre si el fiscal general, Avishai Mandelblit, imputará al primer ministro Netanyahu antes de que se vaya a votar y el auge del exjefe de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) Benny Gantz y su nuevo partido de centro. Pero hay otro tema que merece que se le preste cierta atención: el colapso del antaño hegemónico Partido Laborista y la marginalización de las formaciones de izquierda.
El desfondamiento a cámara lenta del movimiento que capitaneó la construcción del Estadoempezó con su primera derrota electoral, en 1977, cuando Menájem Beguin condujo al Likud a la victoria tras 29 años de gobierno laborista ininterrumpido. Desde entonces, el Partido Laborista ha tenido sus altibajos. Hasta el año 2000, había una suerte de equilibrio entre la izquierda y la derecha, dado que Israel estaba partido por la mitad en lo relacionado con los asentamientos de la Margen Occidental y la paz con los palestinos. Los laboristas lograron victorias claras en 1992 y 1999, con Isaac Rabin y Ehud Barak, luego de que el Likud fracasara en el Gobierno. Pero desde el estallido de la Segunda Intifada, guerra terrorista de desgaste que acabó con la fe en el Proceso de Oslo y sus esperanzas de llevar a término el conflicto con los palestinos, los laboristas se han ido haciendo cada vez más irrelevantes.
Nunca ha sido esto tan evidente como ahora, cuando las encuestas apuntan a que la batalla será entre el Likud de Netanyahu y los partidos de centro, comandados por Gantz y Yair Lapid (Yesh Atid), y confieren a los laboristas una posición absolutamente marginal.
En realidad, el laborismo no fue determinante ni en 2009 ni en 2013, cuando empezó la larga estancia actual de Netanyahu en el poder. En ambas elecciones quedó tercero. Pero en 2015 consiguió 24 escaños bajo una nueva denominación: Unión Sionista. Fue su mejor resultado desde 1999, cuando consiguió la victoria de la mano de Barak. Pero iba coaligado con los restos del partido Kadima de Tzipi Livni.
No obstante, no se hizo nada para que el partido transmitiera confianza. Su actual líder, Avi Gabai, dio la patada de manera muy poco ceremoniosa a Livni y a su partido Hatnua al inicio de la presente campaña. Desde entonces, las encuestas muestran que el Partido Laborista se acerca peligrosamente a porcentajes de voto que incluso podrían cerrarle las puertas de la Knéset. Pero aun cuando remontara en los sondeos tras la celebración de sus primarias y su giro hacia la izquierda (incluso más allá del partido Meretz), el laborismo está fuera de la competición. Su única esperanza sería poder entrar como socio minoritario en un Gobierno comandado por los dos partidos de centro, aunque no parece un escenario probable, dado que ni los sondeos más favorables les dan una mayoría en la Knéset, ni aun cuando acogieran en su coalición a los partidos árabes antisionistas.
¿Quién mató la laborismo?
Puede que los historiadores digan que fue el propio éxito cosechado por Israel en sus primeros decenios, cuando el Laborista fue el partido gobernante en un Estado que se dirigía a la Modernidad. Cuando Israel dejó de ser la materialización de la ideología de un partido, y en cambio se convirtió en un país donde otras ideas y los excluidos por la vieja elite asquenazí tuvieron algo que decir, el laborismo hubo de adaptarse a las circunstancias.
Pero aun cuando la transformación de Israel socavó al partido que gobernó sin desafíos de importancia en tiempos de Ben Gurión y sus sucesores, el colapso del laborismo ha tenido más que ver con Oslo que con los cambios generacionales, sociológicos y económicos.
El difunto Isaac Rabín llevó a los laboristas a la victoria en 1992 con una plataforma basada en la seguridad, no en retiradas territoriales. Pero la mayoría de los israelíes, así como los judíos de la Diáspora, abrazaron la esperanza de paz que engendró el Proceso de Oslo. Con Rabín y su canciller Simón Peres, el laborismo asumió con reluctancia el paso del modelo socialista al de libre mercado. Pero tras la firma de los Acuerdos de Oslo, en 1993, el partido ligó su fortuna a la disposición de sus socios palestinos a abrazar la paz.
Pese a que los seguidores del Partido Laborista cargarían los desastres que siguieron al trágico asesinato de Rabín sobre las espaldas del Gobierno likudista de Netanyahu, la responsabilidad del fracaso del proceso de paz recae casi exclusivamente en el líder palestino Yaser Arafat y en su sucesor, Mahmud Abás. Su negativa a poner fin a una guerra centenaria contra el sionismo y su compromiso con el terrorismo, así como su cultura del rechazo, condenaron al Proceso de Oslo. Cuando Arafat respondió a la oferta de Barak de un Estado independiente en la cumbre de Camp David (2000) con una campaña de terror, puso punto final a la fe de la opinión pública israelí en el Partido Laborista.
Hoy, el Partido Laborista no reclama el legado de Oslo y su líder, Gabai, ha articulado posiciones que apenas se distinguen de las de los partidos de centro o de las del propio Likud. Sólo los radicales de Meretz siguen confiando en la fórmula de tierras por paz que en su día apoyó la mitad del electorado israelí. Sea como fuere, la izquierda israelí tiene todas las trazas de ser un muerto viviente. Despojada de su espíritu pionero primigenio y traicionada por sus socios para la paz, su irrelevancia da cuenta de un consenso que se extiende por todo el centro del espectro político, y que sostiene que la paz es imposible en un futuro previsible, por lo que lo mejor que se puede hacer es gestionar el statu quo.
Esto sigue conmocionando a los sionistas progresistas de la Diáspora, que parecen no haber prestado demasiada atención a los acontecimientos que han llevado a los votantes israelíes arechazar al Partido Laborista. Pero si quieren comprender Israel –en vez de sumarse a la lucha contra su mera existencia que libran los antisionistas radicales–, deberían estudiar la extraña muerte del Partido Laborista y sacar las conclusiones oportunas en lo que respecta a las perspectivas de paz realmente existentes.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
El mismo se «suicidó» por su falta de realismo politico, su tíbia reaccion ante los ataques provenientes de Gaza de los que es victima israel, y sus continuas sesiones territoriales cada vez que ha tenido la responsabilidad de gobernar … todo eso le está pasando factura …