Este domingo 7 de abril nació mi primer nieto, hijo de mi hijo mayor y su esposa, a los cuales deseo salud y plenitud por siempre. El solo pensar que ellos están sintiendo ahora las emociones que mi esposo y yo sentimos cuando nuestro hijo, hoy flamante padre, acababa de nacer, me embarga con una felicidad difícil de describir.
Cuando lo vi hoy de tarde por primera vez, tan chiquito, en brazos de su padre, alto, fuerte, emocionado, sensible y seguro, pensé en todo lo que quisiera darle. En las alegrías que quisiera regalarle, en los dolores y dificultades que me gustaría ahorrarle, en la vida significativa y plena que le auguro, repleta de logros y de capacidad de disfrutar de las pequeñas grandes cosas de todos los días. Y pensé que dos días después de su nacimiento, el pueblo de Israel va a elecciones.
Pensé que es afortunado de nacer en un país democrático en el que sus ciudadanos, sea cual sea su religión y afiliación comunitaria, votan libremente para forjar su destino. En medio de las agitadas discusiones partidarias, a menudo demasiado acaloradas, vale la pena tener eso presente, porque votar es un privilegio que demasiados millones en el mundo de hoy aún no tienen.
Cuando mi hijo envolvía al suyo en una manta –eso, lo envolvía, no lo tapaba- y sin que yo alcance a preguntar me aclara “para que sienta como si estuviera aún dentro del útero”, pensé en cuánto ya lo quiere proteger. Como yo a él y a sus hermanos menores. Y luego volví a combinarlo en mi fuero íntimo con la jornada electoral de este martes…y me pregunté si acaso quienes se disputan la confianza del pueblo tienen claro que deben protegerlo. Velar por sus necesidades. Hacer todo lo que esté a su alcance para que tengan una vida digna y en paz.
En todo país democrático hay dudas, críticas, discusiones, de cara a las elecciones.
Pero esta vez, para mí, son algo muy especial.
Esta vez, mi primogénito se convirtió en padre y quiere para su hijo lo que yo siempre quise para él y sus dos hermanos. En una situación así, las elecciones se convierten en un símbolo mucho más fuerte aún que siempre. Traen mucha esperanza. No dependerá solamente de quien salga electo cómo se viva en Israel. El país no está solo sino inserto en una región problemática en la que la mayoría de la población no sabe qué es una verdadera democracia.
Yo espero que mi nieto crezca en un Israel con gobernantes conscientes de su responsabilidad, que vean más allá de las discrepancias naturales con sus adversarios y sepan destacar siempre el común denominador. Y que crezca en un Israel cuyos vecinos amen a sus hijos tanto como yo a los míos y como mi hijo al suyo recién nacido. Esa sería una base sólida para vivir bien, porque empujaría a todos a buscar la convivencia en paz.
Hoy me abuso de esta tribuna para elevar públicamente la bendita memoria de mi papá, que no llegó a conocer a su bisnieto. A media mañana mi hijo me avisó que los estaban trasladando a la sala de partos. “Tengo puesta la kipá del zeide”, me escribió. O sea, el solideo de su abuelo fallecido pero aún presente, cubriéndole la cabeza en el momento solemne de espera del nacimiento de su primer hijo. Aunque no es religioso. Aunque no es observante. En un momento así, quiso que papá lo acompañe, porque bien recuerda lo puro de su alma.
Y cuando pocas horas después llegué a la habitación del hospital y mi nuera comenzó a relatarme cómo había sido todo el proceso, me comentó con una sonrisa emocionada: “Hubo algo muy especial. Durante todo el parto, una mariposa revoloteaba alrededor nuestro. Y yo pensé que era un alma. Se fue cuando el bebé nació”. Yo pensé en papá que estaba allí cuidándolos. No necesita forma de mariposa. Pero la mariposa, fue la señal.
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