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| viernes noviembre 15, 2024

Los judíos críticos con Israel tienen un problema con los israelíes, no con Netanyahu


La última vez que el resultado de unas elecciones presidenciales estadounidenses fue tan concluyente como el de las que tuvieron lugar la semana pasada en Israel, los estadounidenses fueron mucho más unánimes en la calificación. La palabra elegida fue “aplastante”. Por eso las entidades y congregaciones judías norteamericanas a las que les ha faltado tiempo no ya paracondenar a un Benjamín Netanyahu nuevamente reelegido sino para pedir al Gobierno de EEUU que se imponga sobre la voluntad de los israelíes deberían reflexionar sobre el daño que están haciendo al pueblo judío.

La cifra que se ha venido manejando para considerar aplastante una victoria es el 55% del voto popular; porcentaje que ha sido alcanzado o superado por presidentes norteamericanos en diez ocasiones desde principios del siglo XX. La última fue en 1984, en las elecciones que supusieron la reelección de Ronald Reagan.

Traigo esto a colación porque es importante poner en perspectiva los resultados de las elecciones israelíes del pasado día 9.

Comparar el sistema electoral israelí con el que rige en unas presidenciales norteamericanas puede sonar a juntar peras con manzanas. Como los votantes introducen una única papeleta para decantarse por una de las numerosas listas de candidatos a la Knéset, es fácil equivocarse al interpretar el resultado de las elecciones israelíes, que siempre les parecen a los estadounidenses un puzle caótico en el que ningún partido obtiene jamás la mayoría.

Pero si crees que Benjamín Netanyahu y su partido Likud sólo obtuvieron una exigua mayoría frente Benny Gantz y su agrupación Azul y Blanco es que no entiendes lo que ha pasado. Los israelíes sabían que cuando votaban por una formación que había prometido apoyar a Netanyahu en su apuesta por comandar un nuevo Gobierno –aunque no fuese el Likud, sino uno de los aliados o amienemigos del primer ministro— era tanto como votar al Likud. Lo mismo cabe decir de los que votaron por partidos distintos a Azul y Blanco pero estaban dispuestos a respaldar la apuesta de Gantz.

De modo que, si quieres saber cuántos israelíes votaron realmente por Netanyahu, tienes quecontar los votos de todos los partidos de derecha y religiosos que se comprometieron con él. Ese total da un 55%, aproximadamente. Por eso son muy pocos (incluso entre sus peores enemigos) los que se atreven a fingir que las elecciones no han sido una victoria decisiva para él.

Esto es importante porque la reacción inmediata de buena parte del mundo judío organizado en Estados Unidos fue tratar la victoria de Netanyahu como un acto que ponía en cuestión las relaciones entre Israel y la Diáspora. El rabino Rick Jacobs, líder de la Unión del Judaísmo Reformista, afirmó que Netanyahu estaba provocando una “ruptura radical con numerosos miembros de la comunidad judía estadounidense”. Jacobs bregó por que nueve entidades judías firmaran una carta en la que exigían al presidente de EEUU, Donald Trump, que ignorara los deseos de Netanyahu y su nuevo Gobierno, insistiera en la creación de un Estado palestino independiente y se opusiera a la extensión de la ley israelí a los asentamientos de la Margen Occidental, como ha prometido hacer el primer ministro.

Como no podía ser menos, esas nueve entidades (entre las que se había algunas vinculadas a los judaísmos reformista y conservador, el izquierdista Israel Policy Forum y la antes hegemónica Liga Antidifamación) tienen todo el derecho a estar en contra de Netanyahu, como esa minoría de israelíes que votaron por sus rivales. Pero deberían ser sinceras respecto a lo que están haciendo. Al actuar de ese modo apenas un par de días después de celebrarse las elecciones, pisotearon el veredicto de la democracia israelí.

Puesto que algunas de esas voces críticas se han destacado por expresar su preocupación acerca del futuro de la democracia israelí, la ironía es tremenda. La democracia israelí no corre peligro, pero estos críticos están furiosos porque los israelíes no votan como a ellos les gustaría.

El asunto por el que están dispuestos a desbaratar las relaciones entre Israel y la judería norteamericana es uno que difícilmente merece semejante quiebra. Netanyahu ha dejado claro que no está hablando de anexionarse la Margen Occidental, sino de aplicar la ley israelí sobre los asentamientos, donde, todo hay que decirlo, ya se viene aplicando de forma general. Eso no impediría una solución de dos Estados… si los palestinos se decidieran algún día a aceptarla, algo que, como saben muy bien Jacobs y sus amigos, han rechazado repetidas veces.

Lo que de verdad está en juego aquí no es más que la ira de unos judíos estadounidenses que siguen estupefactos ante el hecho de que los israelíes no les hacen caso. Una gran mayoría de los israelíes –entre ellos muchos de los que votaron a Azul y Blanco por su descontento ante los problemas judiciales de Netanyahu y porque Gantz no mostró un sustancial desacuerdo con el primer ministro en materia de seguridad– rechaza la ciega fe de Jacobs y sus colegas en que la retirada de la Margen Occidental sea un fin en sí mismo.

Sabemos que Jacobs y el director de la Liga Antidifamación, Jonathan Greenblatt, se oponen a Netanyahu y a Trump. Pero es hora de reconocer que su verdadera queja va dirigida a la población israelí, que ha rechazado varias veces sus opiniones, y además de forma aplastante. La mayoría de los israelíes cree que poner en peligro su seguridad con la creación de un poder soberano hostil en Judea y Samaria —replicando lo que pasó en Gaza tras la retirada ordenada por Ariel Sharón en 2005– sería una locura.

Escritores como Jane Eisner, exdirectora del Forward, y Peter Beinart, que rechazan abiertamente la voluntad política del pueblo de Israel y abandonan el concepto de centralidad de Israel (Eisner), o que trabajan para someter a Israel a la voluntad de las potencias extranjeras que desean imponerle una solución (Beinart), son más honrados respecto a sus objetivos que Jacobs y Greenblatt.

Al margen de las opiniones personales que tengan sobre Netanyahu o el conflicto, es probable que muchos judíos reformistas o conservadores, y muchos donantes de la Liga Antidifamación, no se sientan cómodos con que sus organizaciones muestren semejante desprecio por el pueblo de Israel o intenten sabotear la relación entre EEUU e Israel. De hecho, no deberían. Esos líderes no electos de la judería estadounidense que se atreven a dar lecciones al pueblo de Israel sobre los valores y principios morales judíos merecen ser ignorados.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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