“Cada cierto tiempo, los partidos concurren a las elecciones y, al final, siempre gana Netanyahu” (Boaz Bismuz, director de Israel Hayom, 9 de abril de 2019).
En mayo de 2012, Benjamín Netanyahu fue portada de la revista Time. El semanario americano le endosó el título de “King Bibi”. En su edición previa a las elecciones que se acaban de celebrar,The Economist copió a Time el referido título y le añadió el siguiente subtítulo: “Parábola de un populista moderno”.
Ciertamente, Benjamín Bibi Netanyahu se ha convertido en el rey de la república israelí. Un político hábil, polémico, atrevido e imbatible; y, según la revista británica, un pionero en el populismo de derechas. El pasado día 9 refutó todas las encuestas, incluso las israelíes y se impuso a su principal rival, la megacoalición Azul y Blanco, comandada por tres generales de reconocidísimo prestigio y por un político muy querido por los medios de comunicación. Bibi no sólo ganó, sino que superó los resultados que obtuvo en 2015: el voto al Likud subió en tres puntos porcentuales y dio al partido del primer ministro cinco escaños más. Cabe recordar que, en 2006, cuando se impuso Kadima –partido formado por ex likudniks como Ariel Sharón o Ehud Olmert y ahora extinto–, el Likud, bajo el liderazgo de Netanyahu, obtuvo 12 escaños y se convirtió en la cuarta fuerza del Parlamento; hoy tiene 35 y es la primera fuerza política.
Envuelto en tres escándalos de corrupción (de los cuales tendrá las audiencias correspondientes próximamente), desgastado por su prolongada estancia en el poder, con la gran mayoría de los medios de comunicación y los intelectuales en su contra, compitiendo contra la coalición más atractiva y reputada que se ha visto en Israel en las últimas décadas, la pregunta es evidente para todos los que observan la realidad israelí: ¿Por qué ha vuelto a ganar Bibi?
Las razones son varias, y están a la vista de todo el mundo.
Los israelíes son mayoritariamente de derechas
Así es, ya lo hemos comentado en otras ocasiones. La realidad y los datos son incontestables. La derecha ha gobernado 24 de los últimos 30 años. Ya no existe ese país fundado por pioneros socialistas europeos. Israel es ahora un país más conservador en lo social, más liberal en lo económico, más tradicional en lo religioso y más desconfiado en lo relacionado con el proceso de paz con los palestinos. La élite asquenazí está en retroceso y los descendientes de sefardíes y misrajíes son superiores en número. Los votos son el reflejo más fiel del nuevo Israel: el partido laborista, el que construyó el país y gobernó ininterrumpidamente casi treinta años, no ha llegado al 5% de voto –y eso que puso a un misrají al frente de su candidatura–, mientras que el 57% de los votos emitidos han ido para partidos de derechas.
El incremento del electorado de derechas se ha extendido, también, a los jóvenes. Frente a la tendencia de los millennials occidentales de decantarse por partidos progresistas o de izquierdas, los israelíes prefieren opciones de derechas. De acuerdo con una encuesta del Israel Democracy Institute, el 64% de los votantes entre 18 y 34 años se definen de derechas, y un 65% deseaba que Bibi repitiera como primer ministro. Estos electores eran niños o adolescentes durante la Segunda Intifada o nacieron en esos terribles cuatro años (2000-2004). Oslo les suena a historia, y en sus retinas no está el asesinato de Rabin sino escombros y restos humanos en cafeterías, discotecas y autobuses. Además, son testigos y protagonistas directos del cambio radical que ha dado Israel en los últimos 20 años precisamente gracias a las políticas de Bibi, una mezcolanza de liberalismo económico, alta tecnología y nacionalismo que ha llevado al país a ser la potencia militar indiscutible de Oriente Medio, a gozar de pleno empleo y de eficientes estructuras de protección social y a reordenar sus relaciones diplomáticas.
El premier israelí, enfrentado a los medios tradicionales, ha enfocado su campaña en las redes sociales, consumidas masivamente por los jóvenes. La simbiosis ha dado los resultados esperados.
En términos absolutos, Israel es ahora más rico, seguro e internacional que hace 20 años, y los millennials identifican estos factores con Bibi. A este respecto, tampoco debe olvidarse el factor religioso, y es que la población que se declara secular apenas alcanza el 40%… y bajando. Otros elementos, como la discriminación a los árabes, la ocupación militar de Cisjordania o la falta de separación entre Religión y Estado no son asuntos preocupantes para el electorado de derechas.
La seguridad, siempre la seguridad
Como apunta el periodista de la CNBC Jason Gewirtz, la seguridad ha sido el asunto clave en cada cita electoral desde 1948. Nadie lo dudaba, y mucho menos Azul y Blanco, que pensó que con el respaldo de figuras gigantescas del ámbito militar podría derrotar a Netanyahu.
Uno de los datos más curiosos y reveladores de estas elecciones son los resultados del Likud en las ciudades más hostigadas desde hace diez años por los misiles que Hamás y la Yihad Islámica lanzan desde Gaza. Tradicionalmente muy críticas con el Gobierno por su actuación en Gaza, perfectamente podrían haberse decantado por Azul y Blanco, y confiado en sus tres generales condecorados y prestigiosos para acabar con el problema. Pero no. En Ashdod, Netivot y Ashkelón el Likud se impuso con mucho a Azul y Blanco. La respuesta a este fenómeno la da Shmuel Rosner en el New York Times:
Cuando se trata de la seguridad nacional, Bibi es un líder con estrategia y visión, y esto es lo que los votantes quieren; le perdonan que se comporte en ocasiones como un hombre pequeño, pero le aprecian como a un gran líder.
Bibi sabía esto de sobra, porque es lo que lleva pasando los últimos diez años, por eso confió en su imagen de líder que provee seguridad (Mr. Security le llamaban los medios en las elecciones de 2015) y arrojó sobre sus rivales la sombra de la falta de experiencia política. Un militar, y más alguien que ha sido jefe del Ejército, tiene –o se le presupone– gran capacidad de gestión, habilidad para soportar tremendas presiones y un profundo y autorizado pensamiento estratégico; no obstante, la campaña de Bibi hizo más ruido.
Azul y Blanco atacó a Bibi en su punto más fuerte y no puedo erosionar su imagen de gran gestor en materia de seguridad. Gantz ni siquiera pudo contradecirle en la política seguida con Hezbolá o con Irán, y de hecho mostró su apoyo al primer ministro en estos puntos. Probablemente, porque él haría lo mismo si estuviera en la posición de Netanyahu.
El futuro quedó lejos
El pueblo ha hablado, como dice David Horovitz, director del Times of Israel. Por delante quedan muchos desafíos internos y externos que el Gobierno entrante no parece querer enfrentar. Bibi mantendrá o extenderá los privilegios de sus socios ultraortodoxos (que mejoran resultados respecto a 2015) y podrá caer en la tentación de ceder ante las demandas de sus aliados nacionalistas (anexionarse partes de Cisjordania de forma unilateral).
La integración de los ultraortodoxos y de los árabes israelíes en la morfología diaria del país volverá a quedar en pausa (o retrocederá en el tiempo) y el desequilibrio económico (un 20% de la población paga el 90% del impuesto de la renta) continuará; la Ley de Estado-Nación no se tocará y el giro nacionalista se completará. Volviendo a Horovitz, es lo que los ciudadanos han elegido.
De cara al conflicto con los palestinos, es de presumir que Netanyahu no haga nada hasta que el plan de paz de la Administración Trump (the deal of the century, en palabras del inquilino de la Casa Blanca) sea público. Todo parece indicar que, ante tanto gesto de Trump hacia Israel, Bibi se plegará a lo que Jared Kushner y Jason Greenblatt hayan diseñado.
En resumidas cuentas, Bibi ha vuelto a ganar porque es el líder que la mayoría de los israelíes quiere como Primer Ministro.
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