«Busquen otro cuello del cual colgarse» es el título de la columna de Ben Dror Yemini este fin de semana en el diario israelí Yediot Ajaronot. Aproximadamente 253 personas han sido asesinadas en Sri Lanka, en una acción terrorista que pasa a ocupar el cuarto lugar en la escala de la muerte homicida desde las Torres Gemelas, dice Yemini. Buscamos razones para el terrorismo. Enseguida después del atentado en EEUU aparecieron ríos de tinta con el título: «¿Por qué nos odian?» Es por nosotros, respondieron demasiados académicos de las carreras ligadas a Medio Oriente. Es por la presencia norteamericana en los países musulmanes. Es por el apoyo a Israel. Más que explicaciones, se trató de justificaciones.
¿Qué dirán ahora todos aquellos, como Jimmy Carter o la canciller sueca, que luego de todo acto terrorista en Occidente culpan a Israel y sostienen seriamente que todo es por la opresión a los palestinos? Ya encontrarán algo. Pero todas esas excusas eran dudosas desde un principio. En especial por el hecho de que la mayor parte de las víctimas del terror jihadista son otros musulmanes. El segundo atentado en la escala de la muerte fue en Mogadishu en 2017, cuando 587 personas, todos musulmanes, fueron asesinadas por medio de un camión bomba. El tercer atentado en la escala ocurrió en la mezquita A-Rauda en el norte del Sinaí egipcio. 309 víctimas asesinadas. Es cierto que estamos más expuestos al terrorismo perpetrado en Londres o París, pero, de hecho, más del 95% de los atentados del terrorismo jihadista ocurre en el Tercer Mundo, y la mayoría de las víctimas son musulmanes asesinados por otros musulmanes. Esta vez se trató en especial de residentes de Sri Lanka, un país pobre, que no maltrata a los musulmanes, que no ocupa nada ni a nadie.
El terrorismo jihadista no apunta a liberación alguna. Se trata de una «industria de la muerte», como lo denominara el mismo Hassan Al-Banna, fundador de la Hermandad Musulmana egipcia ya en 1928, matriz de todos los grupos terroristas musulmanes sunitas como Hamás, ISIS, Al Qaeda. En 12 distritos, por dar un solo ejemplo, que constituyen cerca de medio territorio de todo Nigeria, fue impuesta la Sharía, la ley islámica estricta. Eso no sirve ni ayuda a los musulmanes que viven en dichos territorios. Ellos han sido convertidos en víctimas de Boqo Haram, una de las organizaciones jihadistas más mortíferas de la última década.
De ese modo, la industria de las justificaciones se ha convertido en patética y ridícula cuando se le oponen los hechos. Los esfuerzos por ser simpáticos y empáticos no servirán de nada frente a la Jihad. Esta carece de interés alguno en la libertad, ni en el multiculturalismo ni en la justicia. Se trata de un terrorismo que busca convertir al mundo entero en un lugar oscuro, en especial por medio de sembrar el pánico y el horror. La lucha contra el terrorismo es dura. Muy dura. Pero la industria de las justificaciones, otro tumor crecido de las corrientes de la idiotez que se han apoderado del pensamiento académico, vuelve esa lucha más dura aún.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.