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| viernes noviembre 22, 2024

EEUU debe ponerse serio con Arabia Saudí


En lo que va de mes, Arabia Saudí ha detenido a dos individuos con doble nacionalidad americano-saudí y a al menos otros 13 activistas saudíes por los derechos humanos, en una nueva batida represiva contra la disidencia. Esta escalada muestra que la presión norteamericana se está revelando insuficiente para persuadir a Riad de que cese en sus labores represivas.

Los dos individuos americano-saudíes, Salah al Haider y Bader el Ibrahim, han corrido la misma suerte que su semejante Walid al Fitaihi, que lleva detenido desde 2017 sin que se haya presentado contra él cargo alguno. Al Haider es hijo de la activista por los derechos de las mujeres Aziza al Yusef, detenida a su vez en mayo del año pasado.

Al Yusef y otras nueve activistas por los derechos de las mujeres están siendo sometidas ajuicioacusadas de establecer contactos ilegales con diplomáticos y periodistas extranjeros. Todas ellas adquirieron relevancia por sus presiones al régimen para que permitiera conducir a las mujeres y pusiera fin al régimen de tutoría masculina sobre la mujer. Tres de ellas –Al Yusef, Eman al Nafián y Roqaya al Mohareb– se encuentran temporalmente en libertad bajo fianza.

El reino tiene un pésimo historial en materia de derechos humanos –especialmente en lo relacionado con las mujeres y las minorías–, pero la oleada represiva lanzada en mayo del año pasado no tiene precedentes: en lugar de instar a los acusados a que reporten a las autoridades, los arrancan de sus casas y los tachan públicamente de traidores. Además, parece que varias mujeres han sido torturadas en prisión.

Las detenciones de activistas son el último en una larga lista de errores no forzados cometidos por Arabia Saudí bajo la égida del príncipe heredero Mohamed ben Salman; entre ellos cabe destacar el asesinato del periodista saudí Yamal Jashogui y el innecesario rifirrafe diplomáticocon Canadá.

La actitud del reino ha tensado sobremanera las relaciones americano-saudíes, como está quedando especialmente claro en el Congreso de EEUU. Legisladores de ambos partidos handenunciado repetidas veces el mal comportamiento saudí. Recientemente, tanto la Cámara de Representantes como el Senado aprobaron una resolución para poner fin a la ayuda militar norteamericana al reino en la guerra que libra éste en el Yemen. El presidente Trump hizo uso de su derecho de veto el pasado día 16, y aún no se sabe si se conseguirán los votos necesarios en ambas cámaras para sortearlo.

Por el momento, la Administración Trump sólo ha emprendido acciones limitadas para hacer frente al mal comportamiento de Riad. En octubre, Trump habilitó las sanciones contempladas en la Global Magnitsky Act contra 17 funcionarios saudíes implicados en la muerte de Jashogui. Y hace unas semanas impuso a 16 de ellos un veto que les impide –a ellos y a sus familiares inmediatos– ingresar en EEUU.

Pero el presidente Trump parece reacio a pedir cuentas al príncipe heredero por los abusos del reino, y en su lugar prefiere centrarse en contener a Irán y asegurar las inversiones saudíes en EEUU. Esta retórica y esta pasividad seguramente hayan debilitado el impacto disuasorio de las sanciones.

No es probable que los líderes saudíes atiendan a las críticas norteamericanas si no se produce una intervención directa de Trump. El presidente debería hablar directamente con el príncipe heredero y con su padre, el rey Salman, y pedirles la liberación de las 10 activistas sometidas a juicio, así como la de los demás detenidos recientemente, especialmente la de quienes tienen nacionalidad estadounidense. Al mismo tiempo, Trump debería al menos manifestar públicamente su preocupación por la mala conducta de Arabia Saudí y poner sobre el tapete la posibilidad de sancionar a los funcionarios saudíes responsables de la detención, tortura y condena farsesca de activistas.

Ha llegado la hora de que la Administración Trump se ponga seria en lo relacionado con el desempeño saudí en materia de derechos humanos. Si no pide cuentas a Riad por su proceder desestabilizador, corre el riesgo de alentar implícitamente al reino a proseguir con la represión, lo que debilitaría aún más los lazos americano-saudíes.

La viabilidad a largo plazo de la asociación americano-saudí depende de la disposición del reino a mostrar más preocupación por los derechos de sus propios ciudadanos.

© Versión original (en inglés): FDD
© Versión en español: Revista El Medio

 
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