El ayatollah Ali Khamenei, Qassem Soleimani y Hassan Rouhani. En frente, Donald Trump y su poderoso portaaviones US Abraham Lincoln
Las únicas opciones que el ayatollah Alí Khamenei sopesa en su mesa ni siquiera conforman un puñado. Ellas son: cambio de régimen o cambio absoluto de comportamiento. Apenas esas dos. Por el momento no asoma una tercera alternativa de salida mientras los Estados Unidos y el régimen teocrático arribaron a un nivel de tensión inédito para los últimos 40 años.
Teherán está ahogado financiera y económicamente. Como nunca antes. Las sanciones de la Casa Blanca a su Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) primero y la prohibición de comprarle petróleo impuesta a sus principales clientes en segundo término resultaron fulminantes para las ya maltrechas arcas estatales.
Las penalidades podrían llevar rápidamente a un colapso absoluto de sus números en un clima ascendente de malestar social. Ya antes de las amonestaciones, la economía local mostraba una precariedad profunda, baja productividad y una alta inflación. Las protestas sobre la capital son cada vez más frecuentes y ruidosas.
Al conocer que ya no podría vender sus barriles a China, India y otros seis países las autoridades chiítas experimentaron una reacción inicial sanguínea. Propagandística y riesgosa. Amenazaron con bloquear el Estrecho de Ormuz, un canal fundamental para el comercio del mineral y puerta de entrada al Golfo Pérsico. Por allí se transporta el 30 por ciento del crudo mundial. No sólo el propio sino también el de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y otros productores.
Intentar el cierre absoluto del paso sería cruzar una de las pocas líneas rojas que presenta la actualidad regional. Teherán amenazó reiteradas veces aunque jamás jugó esa peligrosa carta. Difícilmente lo vaya a hacer ahora. Sí, en cambio, comenzará a ejecutar acciones temerarias, coqueteando con el precipicio. Como lo está haciendo hasta el momento. El ataque perpetrado contra dos buques de saudíes, uno noruego y otro emiratí fue acaso sólo una muestra del escalamiento al que está dispuesto el régimen. Las agencias de inteligencia vecinas que operan en el lugar se lo atribuyen en un 99 por ciento.
De esta forma consigue mostrarse agazapado y activo en aquel estrecho sin bloquearlo. Sus lanchas de ataques -que responden a la IRGC- continuarán con sus sabotajes, tensando más y más la zona. Apuesta a que por el momento ni Arabia Saudita ni los EAU -dos de sus enemigos feroces- lanzarán un ataque directo sobre su territorio. Sí podrían golpear contra las pequeñas embarcaciones, pero no es una gran preocupación. Para Irán es clave no trasladar los conflictos armados a su tierra. Siempre lo evitó.
La teocracia no tendría cómo repelerlo. A pesar de los intentos de que el mundo la perciba como una potencia armamentística, Teherán no cuenta con una infraestructura moderna para una guerra abierta y en varios frentes simultáneos. Mucho menos si el conflicto es contra naciones con una tecnología casi futurista y una aviación que la supera en fuerza, capacidad y número. ¿Cómo ganar una confrontación sin una fuerza aérea de avanzada?
El régimen es muy débil militarmente. Exageradamente más en los cielos. Sus naves son antiguas, casi obsoletas y la mayoría de su material bélico se remonta a los años de la interminable y sangrienta guerra con Irak, en los 80. «En 10 horas, su fuerza aérea desaparecería sólo si se enfrenta con los Emiratos Árabes Unidos«, confía un general norteamericano retirado que conoce Medio Oriente como pocos. Irán es 20 veces más grande que EAU. Sin embargo, el país sunita lo supera ampliamente en arsenal y formación. Y economía. ¿Qué pasaría si en una hipotética contienda se suman Estados Unidos, Israel, Arabia Saudita y demás vecinos?
Washington ya destinó a su portaaviones USS Abraham Lincoln para sumarse a la Quinta Flota que espera instrucciones en las inmediaciones del Golfo Pérsico. De acuerdo a una información del diario The New York Times, el presidente norteamericano Donald Trump podría ordenar el envío de 120 mil tropas a la región. Esa fuerza no es suficiente para una invasión, aunque sí para disuadir y estar preparado para cualquier acción inmediata.
«Este momento en la historia -porque el enemigo ha entrado en el campo de confrontación con nosotros con toda la capacidad posible- es el momento más decisivo de la Revolución Islámica«, dijo el general Hossein Salami de la IRGC el jueves por la mañana. Retórica y realidad se confunden en los enunciados de los uniformados radicales. Por las dudas también se pidió a miles de jihadistas que estuvieran atentos a una convocatoria por parte de los clérigos.
Las amenazas y una mayor presencia de los Estasdos Unidos en la región pone en evidencia otra de las líneas rojas que Irán no debería cruzar. El escalamiento de las hostilidades propuesto desde el régimen tiene que contar con la pericia de no poner en riesgo vidas norteamericanas. De hacerlo sería un error fatídico que encontraría una réplica inmediata y devastadora. Teherán lo sabe a la perfección.
En cambio, sí tiene pensado la utilización de sus «satélites» en la región para sus ardides. Se trata de las milicias irregulares desparramadas en Irak y Siria, desde donde puede hacer daño sin exponer su rostro. Estas son alimentadas y entrenadas por la Guardia Revolucionaria Islámica que comanda en las sombras Qassem Soleimani, jefe de las Fuerzas Quds y una pieza clave de Khamenei y el balance de poder interno.
Estos grupos están conformados por mercenarios pakistaníes y afganos a quienes el régimen les paga una fortuna. El salario de estos contratistas duplica al de un médico iraní en su propia tierra. Infinitamente superior al de un maestro o un obrero. Esto también es una fuente de indignación y protestas entre la población. El poco dinero que tiene es destinado a terroristas extranjeros.
Sumado a ello, la IRGC de Soleimani se queda con un tercio del total del presupuesto de la nación. La ciudadanía sabe que es hora de que ese dinero se destine a otras prioridades en lugar de financiar las maniobras del régimen fuera de sus fronteras y sus objetivos geopolíticos. Entre esas bocas que alimenta el tesoro chiíta está la más costosa: la organización terrorista Hezbollah.
Khamenei moverá con intermitencia esas fichas en su zona de influencia. La más grande de ellas es justamente la libanesa que podría constituirse en su punta de lanza para acosar desde el norte al socio estratégico de los Estados Unidos en la región: Israel. Ya lo hizo en el pasado. Lo hará desde el Líbano y Siria, donde la presencia de la teocracia es más explícita. En este segundo país -donde tanto ellos como los rusos se manejan como si Bashar Al-Assad no existiera- existen bases y sitios de lanzamiento de misiles iraníes que están en el radar israelí. Tel Aviv resolvería en minutos su destrucción cuando sienta que el peligro se convierta en algo más tangible.
En tanto, para simular fortaleza, es probable que el líder supremo continúe con las amenazas mediante pequeñas acciones y provocaciones. Las averías a cuatro buques comerciales es una muestra de ello. Habría más. Eso sí: teniendo la prudencia necesaria para no traspasar límites que no cuenten con puertas de escape.
Otra pieza de este ajedrez fue movida en el tablero. Es la que desplaza el presidente Hassan Rouhani. La nuclear. Luego de las sanciones que ahogan una ya devastada economía, avisó a Europa que no continuará limitando su producción de agua pesada y de uranio enriquecido. Fue una amenaza que hizo sonar las alarmas en los otros países firmantes del Plan Conjunto de Acción Comprehensiva rubricado en 2015 y abandonado por los Estados Unidos en 2018.
Rouhani pretende sólo una cosa: algo de oxígeno financiero ante los castigos deWashington. Alemania, Reino Unido y Francia prefieren mantener a raya la amenaza de conseguir un arma nuclear. Deberán convencer a Donald Trump de levantar las sanciones. Eso no ocurrirá por el momento pese a la presión que vayan a ejercer.
El cielo que se cierne sobre Khamenei comienza a oscurecerse. Sabe que está en una posición de extrema debilidad: no tiene capacidad militar para enfrentar una guerra abierta, en su tierra y mucho menos duradera. No posee los recursos suficientes. Las sanciones terminarán de ahogarlo económica y financieramente. Tampoco le será fácil concretar su amenaza nuclear. De empujar demasiado, también se pondrá en contra a los países europeos con los que mantiene un diálogo (por ahora) amistoso. Golpeará con sus milicias y grupos terroristas, pero sin exagerar. Deberá ser quirúrgico si no quiere desatar un conflicto que no consiga controlar.
El proceso de escalada retórica y de acciones durará un tiempo. «Apuesto a que en seis meses Irán se sienta a dialogar finalmente con los Estados Unidos«, confía un alto analista del gobierno de Israel a Infobae. Es el mismo que explica que la única salida posible que tiene la teocracia es un «cambio absoluto de comportamiento«. ¿En qué consiste esa mutación? Adiós al programa nuclear, punto final para las agresiones retóricas y abandono absoluto a la financiación de grupos terroristas en el extranjero como Hezbollah. «Es difícil que ocurra, pero es el más realista de los escenarios«, dice.
Por estas horas, Khamenei se debate. ¿Sigue los consejos de Soleimani, arquitecto de hostilidades y decidido a ir a una confrontación más cruenta o se presta más a la estrategia de Rouhani? Es probable que utilice a ambos: a su general para el escalamiento y a su presidente para la mesa diplomática. El primero no es consciente del peligro en el que está inmerso y «es un extremista que sólo sirve para situaciones de guerra irregular, como en Irak«, explica aquel informado observador. El segundo de ellos quiere que sobreviva algo de su trabajado programa nuclear.
Es de imaginar que de aquí a algún tiempo antes de que finalice el año pueda concretarse una cumbre del más alto nivel, tal como ocurrió con Corea del Norte y los encuentros entre Jong Kim-un y Trump. Sin embargo, un error del jefe de las Fuerzas Quds haría colapsar el régimen y el poder que hoy concentran el ayatollah y los mullah desde hace 40 años se derrumbaría.
Excelente análisis, ¡gracias!