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| lunes diciembre 23, 2024

BAMIDBAR 5779


En el Desierto del Sinaí, Di-s ordena realizar un censo de las doce tribus de Israel. Moshé cuenta 603.550 hombres de entre 20 y 60 años; la tribu de Levi es contada aparte, totalizando 22.300 hombres de un mes de edad en adelante. Los Levitas deben servir en el Santuario, reemplazando a los primogénitos, a cuyo número se aproximaban, por haber sido estos últimos descalificados por su participación en la idolatría del Becerro de Oro. Los 273 primogénitos que no tenían un Levita que los reemplace, debían pagar un “rescate” de cinco shekel para ser redimidos del servicio.

Cuando el pueblo levantaba su campamento para viajar, los tres clanes Levitas desmantelaban y transportaban el Santuario, para luego rearmarlo en el centro del próximo campamento. Luego erigían sus propias tiendas a su alrededor: los Kehatitas, quienes cargaban sobre sus hombros los utensilios del Santuario (el arca, la menorá, etc.) en sus coberturas especialmente diseñadas a tal efecto, acampaban en el sur; los Gershonitas, a cargo de los tapices y cortinas, al oeste; y las familias de Merarí, que transportaban los paneles de las paredes y los pilares, al norte. Frente a la entrada del Santuario, hacia el este, estaban las tiendas de Moshé, Aharón y sus hijos.

Más allá del círculo de los Levitas, las doce tribus acampaban en cuatro grupos de tres tribus cada uno. Hacia el este estaban las tribus de Iehudá (pob. 74.600), Isajar (54.400) y Zevulún (67.400); al sur Reuben (46,500), Shimón (59,300) y Gad (45,650); al oeste Efraín (40,500), Menashé (32,200) y Biniamín (35,400); y al norte Dan (62,700), Asher (41,500) y Naftalí (53,400). Esta formación también era mantenida mientras viajaban. Cada tribu tenía su propio nasí (príncipe o líder), y su propia bandera con el color de la tribu y su emblema.

 

EL MAGUEN DAVID

 

Mucho se ha especulado acerca del origen del símbolo judío por excelencia: El Maguen David, la Estrella de David. Y es en nuestra Parashá donde lo encontramos por primera vez.

Tres tribus acampaban al norte, tres al sur, tres al este y tres al oeste, con el Mishkan en el centro. Si unimos con líneas esos cuatro campamentos, ¿qué obtenemos? Una estrella de seis puntas.

 

¿Por qué la Torá solo cuenta a los hombres?

Por Naftali Silberberg

 

La Torá nos cuenta de tres censos en el pueblo Judío:

  1. Luego del pecado del Becerro de Oro
  2. Luego de que el Tabernáculo fue erigido
  3. 40 años más tarde, justo antes de entrar a la Tierra de Israel.

La razón por la cual fueron contados luego del pecado del Becerro de Oro, era para determinar cuántos Judíos habían muerto en la plaga que hubo como resultado del pecado. Debido a que las mujeres no habían participado del pecado, no fue necesario contarlas.

Los otros dos censos, eran en preparación para entrar a la Tierra de Israel. Por eso, era necesario contar a los hombres que serían los soldados, para así poder preparar las divisiones, regimientos, etc.

Sin embargo, luego del primer censo (en preparación para entrar a la Tierra de Israel), los Judíos arruinaron el plan creyendo a los malvados espías, y terminaron quedándose 38 años más en el desierto. Es por eso que fue necesario contarlos nuevamente antes de entrar a la Tierra. (www.es.chabad.org)

 

Plegaria de un Soldado

Por Shimon Posner

 

Un soldado, especialmente un soldado israelí, parado frente al Muro de los Lamentos significaba para mí: orgullo, virilidad, valentía y todo lo que puede resultar atractivo para un muchacho. Sigue significando lo mismo, pero ahora, cuando miro a uno de esos soldados, la imagen que surge ante mis ojos es la de su madre.

En realidad es la paradoja del orgullo por el ejército, por la juventud. Incluso cuando somos jóvenes sabemos cuán vulnerable es nuestra posición; después de todo, crecemos sabiendo que hay héroes que han caído. E incluso a medida que vamos envejeciendo, seguimos alentando su orgullo y capacidad y el trabajo que llevan a cabo. Y sabemos que son ‘cool’. Pero… pero… Ima. Y Savta. Y la hermanita. Y la tía favorita. Y Aba. Y el primito. ¿Y no podrán mandarlo pronto a casa?

Me encuentro con soldados. Hablo con ellos, me río con ellos, discuto con ellos, concuerdo con ellos, me pongo los tefilín con ellos y, cuando nos despedimos, la mayoría de las veces también lloro con ellos. Nunca olvidaré el abrazo que me dio un muchacho de Acre antes de volver al cumplimiento del deber.

Nacido en Rusia, dueño de una sonrisa fácil y con un aire arrogante que podía llegar a gustar. Insistía en que no era para nada religioso y comentaba que simplemente asiste a Jabad en Acre. Y el rabino que oficia allí, ese rabino ¡es sensacional! (Carraspea un poco y después ríe nerviosamente). Una vez, cuando volví del frente ¡el rabino interrumpió el servicio religioso, dejó el servicio religioso en la mitad y vino a darme un abrazo! (Ahora se sonríe, y en realidad ya no es a mí a quien está hablando. Un momento después vuelve al presente). Yo me puse los tefilín. El rabino me pidió y me los coloqué algunas veces. Empezó a gustarme. Ahora extraño si no lo hago.

Esta semana recibí más de cuatro mensajes de correo con las fotografías de soldados orando. Hay algo especial cuando uno ve soldados rezando. Muestra que la oración surge de un lugar de fuerza; muestra que la oración viene de un lugar de vulnerabilidad. Muestra que la oración viene de un lugar que no queremos que nadie vea; y de un lugar que tenemos necesidad de compartir.

Y recordemos a los profetas. ¡Cómo les hablaban a los pecadores cuando veían que estaba sucediendo una tragedia y todo el mundo miraba hacia otra parte! Los despreciábamos o, si éramos devotos, resentíamos sus palabras. Con sus mensajes de tristeza y desesperanza, como Jeremías, eran unos aguafiestas. En las sinagogas de todo el mundo estas semanas leemos sus palabras en las haftarot.

Un anciano muy inteligente una vez me dijo que él nunca le decía a sus hijos adultos: “Te lo dije…“ Tampoco lo hacían los profetas. Cuando sobrevenía la tragedia, el profeta estaba allí solamente para brindar consuelo. Y llorar. Y, a veces ya no quedaban lágrimas, de modo que el profeta simplemente se limitaba a estar allí. Silenciosamente. Y algunos observan el silencio y piensan que implícitamente el profeta está diciendo: “Te lo dije…” Pero en realidad está diciendo “ahora sabes porqué estaba llorando”.

Cada soldado sabe que su misión está por encima de todo lo demás. Y no lo dudo. Su misión es vital, para todos. Para todo judío. Para toda persona libre. Para toda persona que no es libre. El enemigo debe ser derrotado de una manera tan definitiva como lo fueron los nazis y eso solamente puede ser logrado por el ejército. Y ni por un momento lo pongo en duda o le quito importancia.

Pero, cada vez que me dispongo a rezar por su triunfo veo a sus madres. Mujeres marroquíes con pañoletas, mujeres kurdas (sí, hay judíos kurdos en Israel, una cantidad de ellos) sin pañoletas. Mujeres ashkenazies, estoicamente de pie, exigiendo las cosas sin importancia que siempre piden las madres cuando sus hijos van a un lugar peligroso, porque deben hacerlo; “¡No te vayas a desabrigar!”

Espero que no me considere un agitador por ir a Belén. A la tumba de la madre, la madre que reza para que sus hijos vuelvan sanos y salvos a casa. Que sus plegarias sean oídas en lo alto. Siempre lo son. Espero que me deje escuchar. (www.es.chabad.org)

 

 
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