A más de siete décadas de finalizada la Segunda Guerra Mundial y la visibilidad de lo que fue la industria de masacres más grande en la historia de la humanidad: el Holocausto, vemos el despertar del odio judeofobo en Alemania, país en el que germinó esa extrema perversidad, al punto que, Felix Klein, encargado del Gobierno para la lucha contra el antisemitismo, aconsejó a los judíos no usar la kipá en público para evitar ataques. Ello, pese a la sinceridad, muestra el fracaso alemán para anular tales calamidades; en ese sentido, al Estado le corresponde desarrollar estrategias en diferentes campos: educativo, comunicacional, legal, etc. a fin de amortizar el colosal peso de su responsabilidad histórica.
Tropezar con la misma piedra
El ministro de Asuntos Exteriores, Heiko Maas... no actuó de forma coherente con lo que define a la democracia alemana
En cambio, se ha mostrado incompetente. Por ejemplo, en la marcha por el día mundial de “Al Quds”, una actividad absolutamente antisemita, en Berlín se vociferaron violentas consignas como “muerte a los judíos”, sin ningún tipo de consecuencias para quienes intimidaban. Y, la semana pasada, el Bundestag rechazó una resolución que considera a la totalidad de Hezbollah como una organización terrorista.
Recientes episodios exponen la falla del Estado alemán. Los protagonizó el ministro de Asuntos Exteriores, Heiko Maas, quien viene dando indicios de no comprender la raíz del mal. Pocos días atrás, señaló que estaban diseñando unos procedimientos para vencer las sanciones estadounidenses y continuar el comercio con Irán. Desde Teherán, durante una conferencia conjunta, su par iraní, Javad Zarif, con cinismo, acusó a Netanyahu de amenazar con destruir a Irán. Así, Maas se vio forzado a aclarar que “el derecho de Israel a existir es parte del principio fundacional de Alemania y es absolutamente innegociable. Es resultado de nuestra historia y es irrevocable y eso no cambia porque estoy en Teherán”. Ello enfureció a los anfitriones, los medios iraníes lo calificaron de “nazi judío”.
Ese viaje fue absurdo e innecesario, Maas debió haber considerado las permanentes amenazas a la existencia de Israel y el hecho que, el régimen de los ayatolas niega la realidad del Holocausto. No obstante, más fuertes fueron las ansias por los beneficios financieros frente a la seguridad mundial. Maas no actuó de forma coherente con lo que define a la democracia alemana
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