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| lunes diciembre 23, 2024

«Descubrir que mi familia era nazi fue un ‘shock'»

Víctimas del Holocausto y descendientes de sus verdugos marchan juntos en Israel contra el antisemitismo


Luisa Lupprich charla con una víctima del Holocausto, en Kfar Saba, Israel.Sal Emergui

«Hace unos años, descubrí que un bisabuelo mío servía en la Luftwaffe mientras otro bisabuelo lo hacía en las SS, siendo destinado en 1939 a Polonia. Allí su unidad expulsó a miles de judíos de sus casas y estuvo involucrado en el fusilamiento de muchos de ellos. Después, supervisó un campo de concentración cerca de Belgrado», confiesa la joven alemana Luisa Lupprich ante centenares de israelíes, entre ellos supervivientes del Holocausto y familiares de víctimas de la maquinaria nazi, que reaccionan con dolor y conmoción a la cruda revelación.

El estremecedor silencio que envuelve el detallado relato de Lupprich en el centro de la ciudad israelí de Kfar Saba se convierte en aplauso cuando añade: «El descubrimiento de la verdad sobre mi familia fue un ‘shock’. Cambió mi vida. Decidí elevar mi voz contra del antisemitismo y a favor de Israel».

Shlomo Hameiri (cuyo apellido original es Hammer) escucha a la mujer rubia llegada de Alemania con los ojos cerrados aunque hubiera deseado taparse los oídos. Las duras palabras le devuelven al pasado que en realidad será siempre su presente. «Yo nunca podré perdonar lo que hicieron los nazis y sus subordinados a mi pueblo y familia. Siendo un niño vi cómo asesinaron a mi abuelo a hachazos», recuerda este superviviente de la Shoá nacido hace 85 años en una zona polaca que hoy pertenece a Ucrania.

«Uno no puede olvidar ni perdonar a los nazis pero hablar con sus descendientes da esperanzas para un futuro mejor. Ellos no tienen la culpa», asegura a EL MUNDO antes de hablar con Lupprich sobre sus dos años en el gueto, sus seis meses en un campo de concentración o el asesinato de sus padres que le dejó huérfano a los 9 años. La misma fuerza dirigida por Himmler y en la que servía el antepasado de su simpática interlocutora es la que acabó con la vida de los suyos.

Contar las monstruosidades aunque el monstruo sea el querido padre o abuelo y escuchar a los que sufrieron a sus antepasados conforman la base de la Marcha de las Naciones. Esta organización, llamada también Marcha de la Vida, ha organizado manifestaciones de este tipo en 400 ciudades de 20 países desde el 2007. En esta ocasión, la cita tiene lugar simultáneamente en Kfar Saba, Sderot y Tiberias.

«Nuestros grandes objetivos son recordar el pasado, apoyar a Israel y combatir el antisemitismo que levanta la cabeza en Europa, especialmente Alemania, y América«, nos comenta Thomas Waldert. Este directivo de la organización procede de la ciudad universitaria de Tuebingen, a unos 30 kilómetros de Stuttgart. En los campos de trabajo establecidos en la zona murieron 3.480 judíos mientras otros 10.000 fueron enviados a la muerte en Dachau. «Yo sólo sabía que mi padre recibió una bala en la guerra con Rusia. Nunca habló de su experiencia. Tras su muerte en 1990, descubrí que fue parte activa de la maquinaria nazi en Alemania, Austria e Italia«, admite con semblante serio.

Waldert se abraza a Leopold Yehuda Fisher con el que comparte algo más que emoción y el dominio del alemán: Su padre nació en la misma ciudad que el superviviente del Holocausto.

Antes de iniciarse la marcha y ante una sala abarrotada de la librería municipal, Yehuda recuerda la infancia marcada por su escondite en el monasterio de Praga y en un agujero subterráneo en el campo, el asesinato de su padre y el reencuentro con su madre. «Ese niño tiene hoy 82 años, está orgulloso de ser judío y tiene cuatro hijos y 10 nietos!», exclama arrancando la ovación de un público que celebra cada hijo y cada nieto suyo como una nueva victoria sobre los verdugos nazis,incluyendo el padre de Waldert. «Lamento lo que hizo mi padre. No tengo la culpa de sus actos pero sí soy responsable de explicarlo y apoyar a los supervivientes del Holocausto. Cuando algunos me dicen que me perdonan es algo emocionante», concluye antes de encabezar la marcha de banderas y testimonios.

Tarareando una canción en hebreo, Friedhelm Chmell avanza por la avenida principal junto a vecinos de Kfar Saba que no saben que detrás de su sonrisa se esconden muchas lágrimas. Este alemán descubrió lo que nunca quiso descubrir y lo que siempre ocultó su familia. «Me decían que mi abuelo era un soldado de la Wehrmacht que trabajaba sentado en una oficina normal en la zona belga», indica antes de revelar el secreto: «Fui a allí y me enteré que era el mayor cuartel del ejército alemán donde se detuvo a más de 20.000 judíos que fueron deportados a Auschwitz. Era la oficina de mi abuelo. Se desmoronó todo lo que pensaba de mi familia».

Lesly Jiménez forma parte de las marchas desde el 2010. «Como descendiente de los judíos sefardíes que fueron forzados a convertirse al cristianismo, siento la obligación de luchar contra el antisemitismo y apoyar a los supervivientes del Holocausto», afirma esta colombiana que vive en Israel desde hace tres años. Uno de sus deseos, reconoce, es celebrar por primera vez en España este encuentro que une pasado, presente y futuro.

 
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