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| viernes noviembre 15, 2024

El plan de Trump no puede funcionar… y no por su culpa


Cuando, la semana pasada, la Administración Trump desveló la parte económica de su plan de paz para Oriente Medio, la avalancha de críticas fue inmediata y tremenda. Aunque el equipo de política exterior del presidente ha propuesto el plan como una visión más que como un proyecto detallado, sus críticos no se equivocan al decir que apenas contiene novedades y que sus posibilidades de éxito son nulas.

Sea como fuere, a la hora de analizar este empeño es importante advertir que hay una diferencia entre decir que el plan no funcionará y decir que el error es proponerlo. Y es que el problema no es su contenido sino el contexto. Ya era hora de hacer una apuesta no por presionar a los israelíes para que hagan concesiones que nunca satisfarán a los palestinos, sino por la transformación de la sociedad palestina, para hacerla más próspera y, ojalá, pacífica. Pero, dado que los potenciales beneficiarios no están interesados en planes de ese tipo, el acuerdo definitivosimplemente no se producirá, de ninguna de las maneras.

El meollo de la cuestión está bien claro. Los líderes de la Autoridad Palestina (AP) dicen que quieren las inversiones y las ayudas, pero que toda discusión económica debe postergarse hasta que una negociación política les dé un Estado independiente. Sólo cuando obtengan la soberanía será la ayuda bienvenida o relevante, dicen.

Se trata de un argumento del que se han hecho eco los críticos a la hora de despreciar el plan de Jared Kushner, asesor y yerno del presidente, y el negociador norteamericano Jason Greenblatt. Dicen que el equipo de Trump ha puesto el carro delante de los bueyes y que de hecho ha convertido en irrelevante el proceso de paz, al no poner el foco en los puntos de conflicto que separan a las partes, como las fronteras, los asentamientos israelíes y los refugiados palestinos.

Como dice Aaron David Miller, exmiembro del Departamento de Estado veterano en las cosas del proceso de paz y actual director del Wilson Center, un think tank con sede en Washington:

El problema económico de los palestinos es la falta no de dinero sino de libertad.

Aun dejando de lado que el principal obstáculo para la libertad de los palestinos son los regímenes tiránicos de Hamás en Gaza y Fatah en la Margen Occidental, ese argumento no responde la gran pregunta que se ha de plantear a los críticos del plan de Trump: ¿por qué el proceso de paz, gestionado durante décadas por profesionales de la política exterior como Miller, que saben mucho más de diplomacia y conflicto que el equipo mesoriental de Trump, no ha dejado de fracasar?

Todas las Administraciones previas han hecho grandes promesas económicas, y muchas de ellas incluso han formulado sus propios planes, no muy distintos al que acaba de proponer Trump. Todas asumieron el approach que dicen preferir los palestinos: cómo forzar a Israel a acceder a una solución de dos Estados. Pero esa estrategia jamás ha funcionado, con independencia de la presión que hayan ejercido presidentes como Bill Clinton o Barack Obama sobre el Estado judío y de las veces que Israel haya dicho sí a los dos Estados, que han sido muchas en los últimos veinte años.

Los palestinos tuvieron la oportunidad de conseguir la libertad que dicen querer en 2000, 2001 y 2008, cuando distintos Gobiernos israelíes pusieron soluciones de dos Estados con casi toda la Margen Occidental y parte de Jerusalén en sus manos. También disfrutaron de ocho años de una Administración Obama que claramente veía en las políticas israelíes el principal obstáculo para la paz. Pero cada vez que tuvieron la oportunidad de conseguir el Estado que tanto dicen querer, dijeron “no”.

Los profesionales de la política exterior deberían asumir algún día que ese viejo approach jamás va a funcionar.

Eso es, en esencia, lo que Kushner, Greenblatt y compañía han hecho, al tratar de dar con otra manera de gestionar la cuestión de la paz. Así, ellos piensan que poner el énfasis en políticas que hagan que los palestinos tengan interés en la paz y en medidas que hagan necesario el buen gobierno puede cambiarlo todo. Puedes pensar que es un intento de sobornar a los palestinospara que acepten la paz con Israel, pero no dejaría de ser un recordatorio de que la coexistencia generaría una realidad mejor que la actual, enraizada en el conflicto.

Trump hace bien en tratar de poner fin a la actitud de sus predecesores de alentar las fantasías palestinas sobre la derrota de Israel, que es a lo que equivalían sus políticas de no reconocimiento de Jerusalén [como capital de Israel] y de negarse a condicionar la ayuda a los palestinos a que estos pusieran fin a su apoyo al terrorismo.

El problema es que la centenaria guerra palestina contra el sionismo se ha vinculado inextricablemente a su identidad nacional, al punto de que es imposible para quien esté en sus estructuras políticas imaginar una vida normal junto al Estado judío. Pero incluso si hiciera ese ejercicio imaginativo, fuerzas enrocadas como Hamás y otros grupos islamistas, así como los millones de descendientes de los refugiados árabes de 1948 que siguen albergando la falsa esperanza de borrar 71 años de historia, le impedirían actuar así.

Por eso sigue Hamás promoviendo el derecho de retorno como si la erradicación del Estado judíofuera una opción viable. Y por eso la AP sigue subsidiando el terrorismo en forma de salarios para los terroristas presos y pensiones para sus familiares y para [terroristas] supervivientes [de atentados o de operativos antiterroristas], porque proceder de otra manera sería admitir que han perdido la guerra.

Si el plan de Trump fracasa, y fracasará, será por eso, no porque las anteriores Administraciones entendieran mejor el conflicto, o porque centrarse en la economía sea incorrecto. Si este últimoapproach no funciona, la culpa no será del plan sino de los palestinos.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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