En una entrevista publicada en el New York Times la semana pasada, el nuevo primer ministro de la Autoridad Palestina (AP), Mohamed Shtayeh, advirtió a Israel que podría experimentar “un verano muy caliente”. El sentido de esta afirmación no tenía que ver con otra ola de calor que vaya a abrasar Oriente Medio, sino con la posibilidad de que los líderes de la AP estén considerando influir en Israel y Estados Unidos para cambiar sus estrategias por medio de la amenaza del caos y la violencia.
Es lo último que los palestinos necesitan de su Gobierno de la Margen Occidental. Pero como ni Estados Unidos ni Israel cederán en su justificada insistencia que la AP deje de subvencionar el terrorismo mediante el pago de salarios y pensiones a terroristas y familiares de terroristas, existe la posibilidad real de una confrontación en los territorios, donde las cosas pueden, en efecto, calentarse mucho.
Si es así como se desarrollan los acontecimientos, entonces también es una mala noticia para los políticos israelíes que están apostando a que el conflicto con los palestinos va a dejar de ser uno de los temas clave para el electorado de su país.
Eso explica la arrogancia de Avigdor Lieberman cuando se negó a sumarse a la coalición del primer ministro Netanyahu. La insistencia de Liberman en que Netanyahu fuerce a los partidos ultraortodoxos a aceptar una insustancial pero simbólica ley para incorporar más religiosos a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) tenía poco que ver con reducir el número de estudiantes de yeshivá exentos de cumplir el servicio militar. Aun así, el resultado fue que Israel celebrará en septiembre sus segundas elecciones generales en cinco meses. Lieberman confía en presentarse exitosamente como el paladín de los judíos laicos contra los ultraortodoxos y en que su partido, Israel Beiteinu, consiga más escaños en la Knésset.
Liberman dice que no se opone a un “Gobierno de derechas”, sino a un halájico o a uno donde los partidos haredíes puedan, como han hecho en muchos aspectos, imponer su voluntad y la ley religiosa a la mayoría laica y tradicional.
Liberman no es el único que está haciendo esta apuesta.
Los líderes del Partido Azul y Blanco, que empató con el Likud en escaños en las elecciones de abril pero no tenía apoyos suficientes para conformar una mayoría, también parecen interesados en capitalizar un estado de cosas que liga a Netanyahu con los ultraortodoxos. Así las cosas, la campaña de Gantz y compañía dejaría de centrarse en tratar de mostrar a los votantes que tienen las credenciales militares para gobernar, por su plantel de antiguos mandos de las FDI, empezando por el propio Benny Gantz. En su lugar, podrían volver al laicismo de Yair Lapid, cuyo partido, Yesh Atid, se fusionó con las facciones de los generales para crear esta formación de nuevo cuño.
Lo que quieren no es disfrutar de una ventaja pasajera, sino un cambio general en la política israelí, por el que los asuntos de seguridad dejen de ser la prioridad para la mayoría de los votantes.
¿Es eso posible?
Se cuenta que uno de sus seguidores preguntó una vez al líder sionista Zeev Jabotinsky si su movimiento revisionista –precursor del actual Likud– se opondría a la coacción religiosa de los ortodoxos sobre la comunidad judía presente en el actual Israel antes de la creación del Estado. Jabotinsky era laico, pero respetuoso con el judaísmo. Y respondió que esa batalla tendría que esperar hasta que se creara y asegurara el Estado judío. “Primero debemos conseguir el Estado, y después podréis tener la guerra con los rabinos”, se dice que dijo.
¿Ha llegado ese momento?
El Estado judío está más asegurado que nunca. Israel es una superpotencia militar en la región y disfruta de una economía de start-up nation del Primer Mundo. Buena parte del mundo árabe está ansioso por tener unas mejores relaciones con Israel, y utilizarlo de aliado contra Irán. Los palestinos siguen prisioneros de una mentalidad que les hace negarse a aceptar la legitimidad del Estado judío, al margen de dónde se tracen sus fronteras; y, por si fuera poco, están más aislados que nunca.
Por eso Liberman y Gantz piensan que la época del predominio de quienes incidían en la insensatez de los partidos de izquierda al imponer la paz de Oslo ha llegado a su fin. Los partidos de la izquierda —el Laborista y Meretz, antaño hegemónicos— siguen en la marginalidad. Ahora bien, si el hecho que Netanyahu llame “izquierdistas” a los de Azul y Blanco e incluso al muy derechista Liberman dejara de importar a unos votantes más preocupados en poner a los ortodoxos en su sitio, entonces sí es posible que el Likud y Netanyahu pierdan el poder que han gozado durante un decenio.
Liberman y Gantz creen que el resentimiento de la mayoría laica hacia los ortodoxos —por su escaqueo del servicio militar y la larga mano de la coacción religiosa sobre la sociedad— dominará la conversación y les dará la “guerra contra los rabinos” que Jabotinsky predijo se produciría una vez se asegurara el Estado con el “muro de acero” que dijo había que levantar para defenderlo de los enemigos árabes.
El problema de esa formulación es que los palestinos podrían no acceder a quedarse mirandosin más mientras los israelíes resuelven sus disputas domésticas. Frustrados por su aislamiento, cautivados por una ideología violenta y comprometidos con sus fantasías de destrucción del Estado judío, podrían atacar y recordar a los israelíes que los temas de la guerra y la paz siguen siendo los más importantes.
Sean los cohetes de Hamás o de Hezbolá, o una nueva intifada con el objetivo de hacer descarrilar la iniciativa por la paz del presidente de EEUU, Donald Trump, los palestinos siguen teniendo en su mano centrar a los israelíes en la seguridad. Su violencia y su eterno rechazo a llegar a un acuerdo han hecho ganar a Netanyahu cuatro elecciones seguidas, y hay buenos motivos para pensar que le podrían dar una quinta si el vaticinio de Shtayeh sobre un verano caliente es correcta. En ese caso, quienes anticipan el inevitable conflicto entre los religiosos y los laicos por el control de la sociedad israelí tendrán que seguir esperando.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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