Tienen razón los críticos al decir que la presencia del embajador de EEUU en Israel, David Friedman, en la ceremonia inaugural del Camino de la Peregrinación fue algo inaudito. A ninguno de sus predecesores se le hubiera sorprendido en un lugar judío en el lado incorrecto de la Línea Verde. Hasta el año pasado, EEUU se negaba tozudamente a reconocer que ninguna parte de la capital ancestral de los judíos perteneciera al Estado judío.
Pero incluso si concedemos que la participación de Friedman y del enviado norteamericano para Oriente Medio, Jason Greenblatt, en la referida ceremonia supuso un alejamiento de políticas pasadas –y que el embajador blandiera una maza para derribar el simbólico muro y así completar la apertura de la bíblica ruta brinda toda una metáfora a los críticos de la Administración Trump– no quiere decir que fuera un error o algo incorrecto.
Si vamos a emplear la imagen de unos americanos rompiendo algo, hay que decir que aquello no simbolizó –como aducen los críticos del presidente Trump y de Friedman– la destrucción de algo que ya estaba muerto, el proceso de paz. Sino que fue una reafirmación de la acertada determinación de la Administración de enfatizar lo absurdo del empeño palestino en negar la historia judía.
El Camino de la Peregrinación es un proyecto de la asociación El Ad, que opera el Parque Nacional de la Ciudad de David junto con la Autoridad Israelí de Antigüedades y la Autoridad Israelí de Naturaleza y Parques. Los arqueólogos que trabajan en el lugar dieron con restos de la capital del rey David en el Israel bíblico.
El camino es un túnel excavado bajo un vecindario de la actual Jerusalén que permite a visitantes y expertos seguir la senda que seguían en la antigüedad los peregrinos judíos. Hace miles de años, los judíos subían desde los Baños de Siloé hasta el Monte del Templo, donde oraban. Quienes utilicen el referido túnel podrán salir unos centenares de metros después en un punto próximo al Muro Occidental, dentro de la Ciudad Vieja.
Dado que la comunidad internacional normalmente considera una buena cosa la preservación de lugares antiguos, un observador podría preguntarse por qué la apertura del túnel ha provocado tanto escándalo y suscitado semejantes críticas. La respuesta es que la comunidad internacional mira con desagrado todo aquello que le recuerde los profundos vínculos del judaísmo y del pueblo judío con Jerusalén. La Ciudad de David está situada en la parte de la ciudad que fue ocupada ilegalmente por Jordania entre 1949 y 1967. Así las cosas, la consideran un territorio ocupado donde los palestinos y sus alabarderos internacionales denuncian que toda presencia judía es ilegal, aun cuando entrañe deslegitimar un lugar antiguo en el que se han hecho abundantes hallazgos relacionados con el histórico reino bíblico de Israel.
Toda actividad israelí en la zona, que comprende el barrio árabe de Silwán, es considerada un asentamiento ilegal, así como un impedimento para los planes de dividir la ciudad y convertirla en capital del pretendido Estado palestino. Pero la denuncia principal es que el parque arqueológico forma parte de un esfuerzo por “judaizar Jerusalén”.
La idea de que Jerusalén, parte integral de la identidad nacional, la historia y la fe judías desde hace 3.000 años, puede ser judaizada es ridícula. Pero casa con las denuncias de la Autoridad Palestina y de sus rivales de Hamás de que el antiguo templo, el reino de David y de hecho la historia entera de la ciudad no son sino mera ficción.
Para alimentar sus quejas sobre las excavaciones, los críticos aducen que algunos palestinos han sufrido molestias por las obras que se han llevado a cabo bajo sus hogares. Esos palestinos tienen todas nuestras simpatías, pero lo mismo cabe decir de todo aquel que viva en las inmediaciones de un edificio en construcción en cualquier parte del mundo. Aquí lo relevante no son las grietas que hayan podido abrirse con las obras, sino que la historia que los arqueólogos están desenterrando socava los esfuerzos por presentar a los judíos como forasteros colonialistas en su propia capital ancestral.
Los críticos dicen que la presencia de Friedman y Greenblatt supuso el reconocimiento de la soberanía de Israel sobre toda Jerusalén. Dicen que perjudican unas negociaciones de paz en las que los palestinos esperarían conseguir partes de Jerusalén, o eso harían si la Autoridad Palestina estuviera siquiera dispuesta a retomar las conversaciones de paz y manifestar su voluntad de reconocer la legitimidad de un Estado judío con independencia de dónde se tracen sus fronteras.
El problema con este razonamiento en que, mientras estuvo dispuesto –como lo estuvo entre 1949 y 2017– a pretender que Jerusalén no es la capital de Israel, o que éste no tiene reclamos legítimos que plantear sobre lugares como la Ciudad de David, EEUU no hizo más que reforzar la intransigencia palestina. EEUU debió dejar claro siempre a los palestinos que no podrían esperar que Israel renunciase a las zonas de Jerusalén inextricablemente vinculadas a la tradición judía. Pero los predecesores de Trump no lo hicieron, y como consecuencia se sigue alimentando la negativa palestina a reconocer que su guerra centenaria contra el sionismo ha fracasado.
Friedman no estuvo equivocado cuando dijo que es tan probable que Israel renuncie a ese lugar ancestral como que EEUU entregue la Estatua de la Libertad; con todo, la clave en lo relacionado con la apertura del túnel tiene que ver con el desvelamiento de la verdad. Sin el reconocimiento palestino de la realidad de la historia judía, sobre la que siguen mintiendo, la auténtica paz es imposible.
En vez de quejarse por el descubrimiento de lugares así, los palestinos y sus aliados deberían reconocer los hechos sobre la Jerusalén judía y poner fin a la ilusión que les presenta un futuro en el que el Estado judío ya no exista. Trump, Friedman y Greenblatt no hacen sino enviarles un recordatorio que deben abandonar ese espejismo, algo que sus predecesores no recalcaron lo suficiente. Quienes dicen que desean lo mejor para los palestinos deberían hacer lo mismo.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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