No diré que tuvo una muerte poética, porque no soy capaz de ver ningún tipo de poesía en la muerte, pero seguramente, si hubiera tenido capacidad de escoger, no habría cambiado el lugar donde acabar sus días.
Al fin y al cabo, allí había muerto cada día, cuando era pequeña, y cada día había vuelto a revivir, en una lucha feroz por la supervivencia, que consiguió vencer.
Se llamaba Eva Mozes Kor, y con su hermana gemela, Miriam, había nacido, hacía 85 años, en una aldea llamada Port, en Rumanía. Pertenecía a la única familia judía del pueblo, y en 1944 fue trasladada al gueto de Simleu Silvaniei, para después ser deportada a Auschwitz. Sus padres y dos hermanas de 12 y 14 años fueron llevadas directamente a las cámaras de gas (“en 40 minutos los vi desaparecer”), pero Eva y Miriam fueron escogidas por Mengele para someterlas a sus terroríficos experimentos. La obsesión por los gemelos del tétrico “ángel de la muerte” significó la experimentación de más de 1.500 parejas de gemelos, de las cuales murieron la mayoría.
Eva y Miriam sufrían permanentes extracciones de sangre, mientras les inoculaban gérmenes y productos químicos que les provocaban grandes fiebres y todo tipo de enfermedades, e incluso le inyectaron una sustancia que congeló el crecimiento de sus riñones.
En una ocasión, le dieron dos semanas de vida, pero sobrevivió y su supervivencia salvó también a su hermana: “Si yo hubiera muerto, habrían matado a Miriam con una inyección en el corazón. Mengele siempre hacía autopsias comparativas”. En enero de 1945, cuando el ejército soviético liberó el campo, Miriam y Eva formaban parte de los 180 niños, la mayoría gemelos, que quedaban vivos. Cabe recordar que en el Holocausto serían asesinados más de un millón de niños judíos. Después volvieron a Rumanía, con una tía que había sobrevivido, hasta que, a los 16 años, el régimen comunista les permitió emigrar a Israel. Se casó con otro superviviente del Holocausto, Michael Kor, y con él se instaló en Estados Unidos y tuvo dos hijos. En 1984 fundó, con su hermana, la organización Candles, dedicada a localizar a otros niños supervivientes de los experimentos de Mengele, y consiguió encontrar a 122 mellizos más. Después, a través del Candles Holocaust Museum, dedicó toda la vida a defender el perdón, convencida, como ella misma decía, de que “el perdón no era para el verdugo, sino para la víctima”, y que perdonar era la única manera de liberarse de Auschwitz. Incluso llegó a abrazar a Oskar Gröning, uno de los guardianes del campo de exterminación, cuando fue juzgado en Alemania por sus crímenes.
Hace unos días, el corazón de esta mujer extraordinaria se apagó en Cracovia, cuando estaba en un viaje de memoria a Auschwitz. Eva Mozes moría al lado del campo donde había sufrido el horror más inimaginable, y donde había vencido a la muerte. La vela quema ahora en honor suyo.
Dedicó la vida a defender el perdón, porque “el perdón no es para el verdugo, sino para la víctima”
Que su luz no se apague.
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