Entrevista a Maysaloun Hamoud, directora de Bar Bahar
¿Cómo nació BAR BAHAR – Entre dos mundos?
La película se fraguó a partir del callejón sin salida en el que me encontré mientras estudiaba Cine en la Universidad de Tel Aviv. El nuevo movimiento underground palestino y la Primavera Árabe, con su promesa de cambio político, florecían a nuestro alrededor. Los cambios traían consigo el potencial para una revolución cultural. Era obvio que había llegado el momento de expresarse con una nueva voz. Y pensamos que el viejo orden se derrumbaba; había llegado el momento de formar sociedades más felices y más sanas que las que habíamos conocido en la época de las naciones-estado. Ese era el espíritu que nos animaba. Sabía que quería hacer una película para el gran público que también se enfrentara al sistema.
¿La película está basada en su propia experiencia mientras vivía en Tel Aviv-Jaffa?
Estilísticamente hablando, la película expresa la realidad de lo que plasma y representa. O, si prefiere, lo que parece ser normal para los personajes. Su forma de vestir, de hablar, de comportarse refleja el movimiento underground palestino actual. Ya que formo parte de este movimiento, puede decirse que he plasmado mi vida en la pantalla. Sin embargo, los diálogos no son para nada autobiográficos; más bien me inspiré en las personas que me rodeaban y en nuestras experiencias comunes.
Hace falta ser muy valiente para enfrentarse a la sexualidad y al tema gay en el mundo árabe. ¿Le preocupa la recepción que pueda tener la película?
Cuando decides contarle al mundo lo que piensas y lo que sientes, no hay vuelta atrás. Solo queda expresar tu verdad interior o abandonar el proceso creativo. Al menos, así es como lo veo. El espíritu radical de la Primavera Árabe también levantó olas en Israel y Palestina. Formó parte de nuestro pensamiento. El grito “Kefaya!” (¡Basta!) salió de la garganta de millones de jóvenes árabes de ambos sexos, condenando la opresión, el patriarcado, el chauvinismo, la marginalización y la homofobia; demandando un nuevo orden carente de códigos culturales conservadores aplicados en nombre de la “tradición”. La palabra “Kefaya!” produjo un cambio en la conciencia de la gente. Ya no podíamos seguir barriéndolo todo debajo de la alfombra, había que poner las cosas encima de la mesa. Si no, acabaríamos tropezando con los montoncitos debajo de la alfombra y no llegaríamos a ninguna parte. El fundamentalismo es una enfermedad mortal. Y si no nos atrevíamos a sacudir la alfombra de una vez por todas, posiblemente acabaríamos ahogándonos debajo. Ahora bien, en cuanto a la pregunta de si me preocupa la reacción del público, le diré que no soy ingenua. Habrá repercusiones. Incluso personales, hacia mí. Pero eso forma parte del precio de los cambios sociales. Por eso quiero hacer cine. Claro que me preocupa la recepción que pueda tener la película en cuanto a sus efectos positivos. ¿Al corazón y a la cabeza de cuánta gente llegará? No sé qué reacciones se producirán, no puedo saberlo.
Teniendo en cuenta su contenido, ¿Fue difícil encontrar actrices? ¿Cuántos intérpretes profesionales y cuántos no profesionales hay en la película?
El cine palestino aún se está formando. Como público, no estamos acostumbrados a vernos representados en la gran pantalla. Nos cuesta distinguir entre los actores y sus personajes, cosa que no ocurre con los espectadores egipcios, franceses, americanos o israelíes. Y más aún cuando los personajes se apartan de los papeles palestinos estereotipados que estamos acostumbrados a ver en el cine. Busqué profesionales y no profesionales capaces de representar a los personajes con la mayor autenticidad posible. Esa fue la base de las pruebas. Tenía muy claro que debía ser exacta, que no podía hacer concesiones. Al venir mi inspiración desde “dentro”, sabía qué buscar. Conozco a los actores actuales y conocía muy bien a los personajes de la historia. Sabía que no sería fácil, pero por suerte escogí a las actrices para los papeles principales mientras escribía el guión. Dos de las tres, Sana Jammalieh (Salma) y Shaden Kanboura(Nour) se apuntaron dos años antes de empezar a rodar.
Entre los 42 personajes que aparecen en la película, Leila fue la más complicada, incluso más que Salma, la lesbiana. Leila es nuestro alter ego, rehúsa transigir. No solo no se corta, también hace exactamente lo que le apetece. No es la típica palestina. Muestra un feminismo subversivo y amenazante. Es guapa, sensual y sexual, independiente, decidida y obstinada. Tenemos un número limitado de actrices. Incluso le pedí a una actriz que viniera desde Berlín para hacerle una prueba. Quería que la actriz que interpretara a Leila fuera una Leila por sí misma. Leila asusta porque todas queremos ser como ella, pero ocultamos a la Leila que llevamos dentro. Aún no la había encontrado un mes antes de empezar el rodaje. Estuvimos a punto de retrasarlo. Y entonces apareció Mouna Hawa y se apoderó del papel. No fue amor a primera vista, pero se acopló a la perfección al personaje. En cuanto al personaje de Salma, lo escribí para mi buena amiga Sana, que nunca había actuado. Sin embargo, Sana comparte la personalidad de Salma, aunque no su historia. Conocí a Shaden Kanboura a través de mi compañera de piso Abdel Hadi, que en principio iba a dar vida a Leila. En cuanto enfoqué la cámara hacia Shaden durante la prueba, supe que era Nour, como si el personaje la hubiera estado esperando.
Tampoco resultó fácil encontrar a los intérpretes idóneos para los otros personajes. Dunya, por ejemplo, la amante de Salma, a la que encarna Ahlam Canaan, es una talentosa violinista en la vida real que forma parte de nuestro entorno cultural. Cuando se presentó para el papel de Leila, supe inmediatamente que no era Leila, pero vi a Dunya. Se lo dije y aceptó el papel sin dudarlo un instante. Durante una lectura del guion con Sana, hubo magia. Otro obstáculo fue encontrar a Saleh, el llamativo gay. Sabía que el actor debía conocer bien ese mundo, no podía basarse en lugares comunes. Apenas tenemos actores gay, no iba a ser fácil. Y de pronto apareció Ayman Sohel Daw, que estudia Diseño de Moda en Milán. Le vi a través del objetivo y supe que tenía al actor que buscaba. Lo mismo pasa con Riyad Sliman, que da vida a Qays. Forma parte de “Jazar Crew”, un colectivo de grafiteros de Haifa que también componen música para cine. Había muchos no profesionales, como yo, gente que se interpretó a sí misma en el plató. Quizá lo más fácil fue escoger a Mahmoud Shalabi para encarnar a Ziad. Era la única “estrella”, pero es perfecto para Ziad, así de sencillo.
¿Cómo decidió el lenguaje cinematográfico con el director de fotografía Itai Gross?
Conocí a Itai unos meses después de que regresara de Estados Unidos, donde había vivido durante diez años. Le hablé de mi visión cinematográfica y la entendió inmediatamente. Mis guiones son muy detallados, algo que quizá aburra al lector, pero de mucha utilidad a la hora de rodar porque todo está descrito y es fácil de visualizar. Vimos muchas películas juntos y los dos estábamos de acuerdo en que la clave estaba en el “realismo”. Esa fue la base de los planos secuencia, de las largas tomas, de la cámara en mano que respira y vibra, de los colores brillantes y de las sombras.
Nuestra idea fue presentar el grave contenido de la película de una forma cinematográfica ligera y accesible, casi al estilo estadounidense. Al fin y al cabo, casi puede decirse que es la lengua vehicular de las mujeres en la película. El mundo exterior las observa (las presiones familiares, las prescripciones de la sociedad), pero sus miradas interiores son las de mujeres vibrantes y liberadas, como en las películas. Viven “en medio”, ni aquí ni allí, pero siguen avanzando sin mirar atrás.
¿Intentó plasmar un nuevo feminismo árabe?
El cine palestino pide a gritos nuevos personajes femeninos. Es imposible seguir siendo la madre, la hermana o la hija del protagonista; estos papeles ya no dan más de sí. Es hora de que las mujeres ocupen el centro de la escena y no se queden en un segundo término. Ya que nuestro cine es abiertamente político, nos toca el papel de víctima. Las mujeres en mi película existen, están vivas, pero no aparecen en nuestro cine. BAR BAHAR – Entre dos mundos muestra a muchas mujeres muy diferentes, jóvenes y viejas, urbanas y rurales, tradicionales y no tanto; todas son maravillosas, todas son únicas y no responden a un solo patrón. Esas mujeres pueden tener una vida sexual, ser activistas, romper las cadenas del patriarcado, sin necesidad de llamarse a sí mismas feministas. Quiero decir que las mujeres pueden mantenerse activas en la liberación sin por eso ser “liberales” ni “seculares”.
La película toca varias crisis de identidad, desde la nacional, pasando por la religiosa, étnica, de género, hasta la sexual. ¿Sus personajes tienen la posibilidad de superarlas?
Tanto en la película como en la realidad que representa, la trama se complica cuando esas crisis se cruzan. La crisis es el punto de partida. Todos convivimos con problemas que a menudo se contradicen. No se trata tanto de superarlos como de funcionar con ellos. La sociedad palestina, y aún más la comunidad de ciudadanos palestinos en Israel, está pasando por una gran crisis de identidad multigeneracional. En Israel esto toca sobre todo al entorno urbano, Tel Aviv-Jaffa, Haifa, Jerusalén. Es difícil romper con la tradición en una sociedad sometida a un ataque constante. El asedio político hace que queramos preservar cosas como el idioma, la cultura, la identidad. No deseamos “occidentalizarnos” ni tampoco “israelizarnos”, bueno, eso último es imposible. Tenemos que cambiar las cosas desde dentro.
Se unió a un productor con mucha experiencia que también es director. ¿Cómo fue trabajar con Shlomi Elkabetz?
Si la película es mi niña, y yo soy su madre, Shlomi es su padre. Conocí a Shlomi en mi tercer año de carrera en la Escuela de Cine. Daba un curso de Dirección de Actores. Me enamoré de esa persona increíble. Nunca soñé que llegaría a ser mi mentor. Con toda mi admiración, le pedí que leyera mi primera versión del guion con la esperanza de que me diera algún que otro consejo. Pero le encantó la historia y quiso participar. Así empezó un viaje de cinco años. Durante los primeros dos años, nos veíamos cada semana. Me hacía escribir sobre cosas y luego lo corregía. Cuando Shlomi empezó el rodaje de Gett: el divorcio de Viviane Amsalen, Yuval Aharoni le sustituyó y fue mi asesor de guion. Pero Shlomi seguía estando ahí con sus comentarios. Nuestra relación no es nada jerárquica, nunca interviene en mis decisiones, pero siempre está cerca para ayudarme a hacer lo mejor.
La música juega un papel importante en la película.
La banda sonora de la película es la banda sonora de nuestras vidas, y no me refiero solo al entorno palestino-israelí, sino a todo el mundo árabe. Los músicos están muy presentes en el movimiento underground palestino, sobre todo DAM y Tiny Fingers, y otras personas a las que no menciono por razones políticas, pero con las que compartimos un desarrollo cultural. En la mayoría de escenas, la música surge de los espacios habitados por los personajes, las discotecas, la casa, el coche. Forma parte del montaje. Es la música con la que los personajes (y nosotros) vivimos, comemos y bebemos.
Casi toda la película es en árabe, pero su equipo hablaba sobre todo hebreo. ¿Cómo fue en el plató?
Tenía claro desde un principio que iba a hacer malabarismos con los idiomas, con todo lo que eso implica. Al principio, algunos miembros del equipo se sintieron incómodos porque se hablaba sobre todo árabe. La gente está acostumbrada a entender lo que se dice en cada momento, y algunos sintieron que se les estaba robando su soberanía. Pero a medida que avanzaba el rodaje y que todos iban conociendo el guion, empezaron a entender más cosas en árabe. Hay palabras muy pegadizas y se quedaron grabadas en su mente. Al final, todos se sentían cómodos hablando en su idioma. Me parece un auténtico logro que nos hizo muy felices.
Ha usado en varias ocasiones la expresión “movimiento underground palestino”, ¿a qué se refiere exactamente?
Cuando digo que la película saca a la luz el movimiento underground palestino, me refiero a los jóvenes de 20 o 30 años afincados en zonas urbanas, sobre todo en Tel Aviv-Jaffa, Haifa y Jerusalén. Es una comunidad formada por pioneros y recién llegados a la ciudad, gente que ha dejado una marca.
Durante la Primavera Árabe participé en un concurso para jóvenes cineastas árabes. Todos vimos nuestros respectivos trabajos, hablábamos el mismo idioma, expresábamos el mismo dolor. Decidí pedir la lista de participantes. A algunos no los conocía, pero estaba harta de sentirme fragmentada, de moverme en una especie de vacío. Monté una reunión en mi casa para juntar a cineastas, músicos y artistas palestinos. Aparecieron 33 personas. Fue la semilla del grupo “Palestinema”, un colectivo a través del que nos motivamos y apoyamos.
En cuanto al cine, me ha influido mucho Elia Suleiman, Tawfiq Abu Wael y Scandar Copti. La película Ajami fue una gran inspiración, sobre todo por el realismo y la complejidad. Otra gran inspiración fue West Beirut, de Ziad Doueiri. Me quedé prendada y supe que quería hacer algo así.
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