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| sábado noviembre 23, 2024

Hay que aprender de una vez por todas la lección de la AMIA: Macri debe ganar


En 2006, juristas del Gobierno argentino dirigidos por el fiscal federal, Alberto Nisman, señalaron formalmente a los ocho destacados funcionarios iraníes que planearon el atentado cometido 12 años antes, a las 9:53 am del 18 de julio de 1994, contra el centro judío AMIA en Buenos Aires.

Ese anuncio, junto al resto de descubrimientos que logró hacer el equipo de Nisman en los dos años siguientes, marcó un punto de inflexión en la investigación sobre el atentado contra la AMIA. La investigación acababa de ser reconstituida por el entonces presidente del país, el hoy difunto Néstor Kirchner, tras el ignominioso colapso, signado por la corrupción, de las investigaciones puestas en marcha por su predecesor, Carlos Menem. El juez argentino Rodolfo Canicoba Corra emitió una orden de detención contra los ocho, y al año siguiente la Interpol emitió una alerta roja (se envían a todos los Estados miembros de Interpol con detalles sobre fugitivos buscados) sobre cinco de ellos, así como una más sobre Imad Mugniyeh, el jefe militar de la organización terrorista libanesa Hezbolá.

Mientras Argentina, junto con organizaciones judías y Gobiernos democráticos de todo el mundo, guardaba luto la semana pasada por el 25º aniversario de la atrocidad contra la AMIA, la principal pregunta que flotaba en el aire era: “¿Dónde están ahora?”.

Dos de los hombres señalados por los fiscales argentinos en 2006 han muerto ya. El expresidente iraní Alí Hashemi Rafsanyaní, que presuntamente convocó la reunión donde se ideó el atentado, nos dejó en 2017, habiendo amasado una fortuna personal de mil millones de dólares; en elobituario que publicó la BBC se le describía admirativamente como “un conservador pragmático” que “quiso fomentar un reacercamiento a Occidente y el restablecimiento de Irán como potencia regional”. Imad Mugniyeh, de Hezbolá, murió como vivió: en 2008, en Damasco, un coche bomba puso fin a una trayectoria terrorista que incluía no sólo el atentado contra la AMIA y el anterior ataque contra la embajada israelí en Buenos Aires (1992), sino los atentados suicidas contra la embajada y los barracones de marines de EEUU en Beirut (1983), que acabaron con 350 vidas.

Otro de los líderes iraníes buscados por Argentina, Alí Akbar Velayati, es ahora asesor sobrepolítica exterior del Líder Supremo del régimen de Teherán, el ayatolá Alí Jamenei. (Llama poderosamente la atención que fuera Velayati quien asistió al funeral de Mugniyeh como representante personal de Jamenei). En cuanto a los otro cinco, no sólo están vivos y coleando, sino que, pese a las alertas rojas, se han dedicado a recorrer el mundo; han visitado Turquía –miembro de la OTAN–, Qatar, Pakistán, Omán, Brasil y otros 15 países, la gran mayoría con relaciones diplomáticas plenas con Estados Unidos, la Unión Europea y la propia Argentina.

La cuestión de fondo, pues, sigue siendo la misma que el 19 de julio de 1994, un día después de la matanza, con el centro de Buenos Aires saturado de ruinas y humo y los equipos de rescate sacando cuerpos sin vida de entre los escombros.

Nadie, ni una sola persona ha sido juzgada y condenada por su papel en la peor matanza terrorista de América Latina, en la que murieron 85 personas y más de 300 resultaron heridas.

Para colmo, el único individuo cuya integridad y dedicación jamás fueron puestos en duda –el fiscal federal Nisman– fue asesinado en 2015, horas antes de que se dispusiera a revelar una demanda contra la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner y sus principales ayudantes por alcanzar un acuerdo bajo mano con Irán que habría exonerado a los verdugos de AMIA. Como Velayati, Kirchner –que presentó falsamente la muerte de Nisman como un suicidio, y que puede incluso que estuviera involucrada en su asesinato– ha seguido en la vida política, protegida de las garras de la ley por su inmunidad como senadora; y de hecho se presenta a las elecciones presidenciales del próximo otoño como vicepresidenta de su antiguo jefe de gabinete, Alberto Fernández.

Con este escandaloso trasfondo ha conmemorado Argentina el más significativo de todos los aniversarios del atentado contra la AMIA celebrados hasta la fecha. En términos políticos, la consecuencia más importante ha sido la inclusión de Hezbolá en la lista negra del Gobierno argentino, que la ha descrito como una “organización terrorista” que “sigue representando una amenaza activa para la seguridad nacional y la integridad del orden financiero y económico de la República Argentina”.

Se trata del elemento central de una iniciativa más amplia del presidente argentino, Mauricio Macri, para liderar una campaña regional contra la relevancia económica y la influencia política de Hezbolá en toda América Latina. El Hemisferio Occidental es para Hezbolá una fuente vital de ingresos –gran parte de ellos procedentes del tráfico de cocaína, en confabulación con altos mandos del Ejército venezolano–, así como de documentación falsa y otros tesoros esenciales para el funcionamiento de una organización terrorista. En consecuencia, Hezbolá lleva una década de delantera a la iniciativa antiterrorista de Macri; sin embargo, que Argentina y sus vecinos vayan a empezar a emplear instrumentos jurídicos para expulsar a Hezbolá de su continente ha generado un renovado optimismo.

Pero este último estallido de energía argentina contra Hezbolá y sus patrocinadores iraníespodría llegar a un abrupto final si Macri no logra ser reelegido en octubre, dentro de tres meses.

Tras haber gobernado durante cuatro años marcados por duras políticas de austeridad, y con una inflación que está ya en el 51% anual, la popularidad de Macri en su país se ha venido abajo. Un Gobierno que tenga a Cristina Fernández de Kirchner en su núcleo no es inevitable, pero las encuestas de los últimos meses indican que Macri tiene mucho trabajo por delante si quiere ganar un segundo mandato.

Si Argentina decidiera someterse de nuevo al liderazgo de Kirchner, sería muy improbable que ésta diera la vuelta a la situación económica. Pero lo seguro es que Argentina se vería lastrada por unos gobernantes a los que los países occidentales jamás podrían confiar, en el sentido más básico de la palabra, una estrategia antiterrorista.

Si se quiere por fin aprender la lección fundamental del atentado contra la AMIA, materializada en una campaña concertada para expulsar a Irán y sus peones de América Latina, Macri debe ganar en octubre.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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