Quizá lo personal haya pesado más que lo político. El notoriamente brusco y difícil de llevar John Bolton fue siempre un consejero de Seguridad Nacional incómodo para un presidente como Donald Trump, que prefiere unos subordinados del género adulador. La relación entre dos personalidades tan fuertes, por decirlo suave, probablemente estaba condenada a ser breve. Pero eso no obsta para que lo que ha llevado a Trump a pedir la renuncia a Bolton sean sus profundos desacuerdos sobre cómo debe EEUU lidiar con naciones corrompidas como Irán, Corea del Norte y Venezuela, así como sobre si hay que reunirse o no con el Talibán.
Quienes predicen un brusco giro en la política exterior norteamericana probablemente yerren, pero no hay duda de que sin el empecinado Bolton poniendo freno a los instintos neoaislacionistas del presidente del America First, las probabilidades de que Trump siga persiguiendo avances diplomáticos significativos – probablemente ilusorios– en esos frentes ciertamente se incrementarán.
Casi con seguridad, la gota que colmó el vaso para Trump fue la cancelación del encuentro con los líderes del Talibán que había propuesto él mismo, y que se iba a celebrar este fin de semana en Camp David. Trump, con el reportado apoyo del secretario de Estado, Mike Pompeo, anhelaba llegar a algún tipo de acuerdo para la reducción de la implicación de EEUU en la guerra de Afganistán. Bolton se oponía al acuerdo propuesto, así como –con toda la razón– a la mera idea de acoger en Camp David a terroristas con sangre americana en las manos –sólo unos días después de un nuevo aniversario del 11-S, además–. Llevar a los talibanes al lugar de descanso presidencial era una idea terrible, aunque la naturaleza dramática del gesto aparentemente cautivó a Trump.
El empeño se vino abajo cuando Trump fue finalmente persuadido de que los talibanes no dejarían de implicarse en el terrorismo y de no se podría confiar en ellos para el mantenimiento de la paz tras la salida norteamericana. El presidente merece reconocimiento por tener el coraje de retirarse de un mal acuerdo, pese a su afán por llegar a alguno que le permitiera cumplir con su promesa de retirar las tropas del conflicto más duradero de la historia de EEUU.
Ahora bien, se dice que Trump no quería que se atribuyera a Bolton el mérito de dicha decisión, que no le reporta beneficio alguno, y finalmente se deshizo de él.
Bolton es un halcón que no confía en los desvelos por apaciguar a regímenes como los de Corea del Norte, Venezuela e Irán. Su disposición a abogar por la amenaza del uso de la fuerza contra Irán y otros enemigos le ponía siempre en desacuerdo con un presidente que fue elegido entre promesas de acabar con la participación americana en las guerras de Oriente Medio.
La marcha de Bolton ha sido celebrada por aislacionistas como el senador republicano Rand Paul y la estrella de la Fox Tucker Carlson; este último, de hecho, había instado a Trump a desechar los consejos de gente como Bolton o Pompeo, que abogan por una política de máxima presión sobre Irán a fin de renegociar el mal acuerdo nuclear y de que Teherán deje de patrocinar el terrorismo y ponga fin a su apuesta por la hegemonía regional.
Así las cosas, la pregunta ha de ser si la salida de Bolton implica un cambio fundamental en la política exterior norteamericana, particularmente en lo relacionado con Irán.
La razón de que sean difíciles de predecir las intenciones de Trump en este punto es que el presidente siempre se ha visto preso entre su desdén por el peligroso pacto nuclear de Obama y su instintiva repulsión por la implicación de EEUU en conflictos exteriores. La contradicción básica entre ambos impulsos pareció resuelta en los últimos 18 meses, con un equipo de política exterior comandado por Bolton y Pompeo que estaba de acuerdo con ponerse duro con Irán y en consolidar la alianza con Israel. Enseguida llegaron la retirada norteamericana del acuerdo nuclear de 2015 y la reimpoisición de unas sanciones devastadoras que pusieron de rodillas la economía iraní.
Pero, aun habiendo conseguido tanto –pese a la oposición de los demócratas y los ineficaces aliados europeos de EEUU–, Trump anda ahora interesado en hablar con los iraníes, lo cual consterna a Bolton y al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Ambos creen que las negociaciones con dictadores islamistas nunca acaban bien, y temen que las conversaciones con Irán lleven al apaciguamiento.
Sin embargo, Trump tiene mucha fe en su pericia negociadora y –como ha sucedido con sus fútiles empeños en forjar una relación con el dictador norcoreano, Kim Jong Un– cree que un encuentro con el presidente de Irán, Hasán Ruhaní, a finales de mes en Naciones Unidas podría iniciar una negociación que conduzca a un nuevo y mejor acuerdo nuclear.
En teoría, ese encuentro no socava la política de máxima presión de Pompeo y Bolton. De hecho, el objetivo de la misma es que Irán asuma que ha de hablar con EEUU y hacer concesiones, no ir a la guerra, cosa que nadie quiere.
El encuentro no resultará perjudicial si el presidente y su equipo se mantienen firmes en lo relacionado con lo nuclear y el terrorismo. Más importante: por una foto, no deben pagar el precio de levantar unas sanciones que han arrinconado a los iraníes.
Pero con la salida de Bolton y la posibilidad de que Pompeo abandone en los próximos meses el Departamento de Estado para optar por un escaño en el Senado, la posibilidad de que Trump tome decisiones desastrosas es cierta. Así, puede decidir salir pitando de Afganistán –dejando a su pueblo a merced de los talibanes, que pueden volver a convertir el país en un santuario terrorista– y conseguir su propio acuerdo feble con Irán por el mero hecho de apuntarse un éxito internacional que contribuya a su campaña para la reelección.
Aunque no haya disfrutado trabajando con Bolton, Trump se ha beneficiado de su visión firme y realista de los peores actores internacionales. Si el presidente opta por escuchar a quienes le urgen a abandonar las responsabilidades internacionales de EEUU, socavando a largo plazo su seguridad, puede que tengamos que mirar a este momento para recordar cuándo Trump empezó a cometer algunos de los errores que cometió Obama en Oriente Medio.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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