En círculos propalestinos tachan a Netflix de sionista. También en círculos neonazis. Y puede que tengan algo de razón.
Durante los últimos cinco años, Netflix ha producido o adquirido series y películas signadas por el concepto Israel. Es decir, no son series o películas israelíes que tratan de, por ejemplo, un asesinato, ni desarrollan una trama de ciencia ficción, sino que abordan los aspectos más polémicos y definitorios del Estado judío. A este respecto, estos productos audiovisuales ofrecen una imagen de Israel alejada de la que se suele transmitir, tan distorsionada, y abarcan todo un abanico de temáticas, que van desde el conflicto con los palestinos hasta el Holocausto, pasando por el racismo o la mera historia. Así, hemos podido ver (y disfrutar de) Fauda (terrorismo/conflicto), Shtisel (jaredíes), Operation Finale (Holocausto/persecución de los nazis escondidos), Falafel Atómico (conflicto con Irán en clave de humor), Hostages (sociedad israelí, delincuencia e intrigas políticas), The Angel (acuerdo de paz con Egipto), The Mossad (historia de la agencia de inteligencia más famosa), The Spy (historia del espía Eli Cohen), Forever Pure (racismo en la sociedad israelí), East/West (conflicto)…
Y este verano una de las grandes producciones de Netflix ha sido Rescate en el Mar Rojo, (u Operación Hermanos)película que cuenta un episodio de la fascinante historia del rescate de los judíos etíopes por parte del Estado de Israel en los años 80 (del que ya escribí en otra ocasión).
Sin duda, las operaciones Moisés y Salomón están entre las gestas más extraordinarias de la corta existencia del Israel moderno. Lamentablemente, pocas personas saben que, durante trece siglos, en Etiopía existió un reino judío independiente, el Reino de Simen, desde el siglo cuarto hasta su expiración, en 1627. Los Beta Israel, los judíos etíopes rescatados por Israel, eran descendientes de dicho reino, estaban en serias dificultades y anhelaban una vida nueva en la Tierra de la que les hablaron sus padres y sus abuelos y sus rabinos en sus sinagogas. El relato de la película, por tanto, es amable para con Israel. ¿Qué objeciones pueden suscitarse cuando un Estado recién nacido, acosado por guerras con sus vecinos, no escatima en esfuerzos personales y económicos para rescatar a miles de los que considera sus semejantes en situación de peligro? ¿Qué planas vamos a enmendar cuando, además, el protagonista del relato está interpretado por el Capitán América?
Los problemas que enfrentaron los Beta Israel al llegar a su ansiada Tierra Prometida no fueron pocos, y siguen, aún, dando coletazos (también dimos cuenta de ello). No aparecen en la película. ¿Y? En esta era de la inmediatez, de los ofendiditos, de la lucha de narrativas, de las construcciones de relatos interesados, de los laboratorios de comunicación, hay que pasar una due dilligence para contar una historia y justificar cada milímetro de la misma. Afortunadamente, el filme no pierde el tiempo en ello.
Rescate en el Mar Rojo es, pues, una película, amén de entretenida y muy bien producida, que ofrece la mejor cara de un país que nunca ha gozado de buena prensa. Pero otras obras que mencionábamos antes, como Fauda o Forever Pure, no ocultan o dulcifican nada, sino que muestran la realidad tal y como es, sin aspavientos y sin matices. Muchos amigos y simpatizantes de Israel se quejan de ello, encorsetados en esa actitud propagandística del que se cree asediado en todo momento y lugar. Pero se equivocan, y flaco favor hacen a sus simpatías.
Y es que precisamente ahí reside el sionismo de Netflix. Más allá de las quejas de cada uno (Our Boys, emitida por HBO, que comentaremos próximamente, ha sido vetada en público, y calificada de antipatriota, por el primer ministro Benjamín Netanyahu, a lo que ha seguido una turba global que carga contra la serie con similares argumentos), todas estas series y películas muestran el que es, si acaso, el verdadero escalón moral de Israel sobre sus vecinos: los israelíes son capaces de purgar en público su historia, sus errores, sus crímenes, sus miserias, amparados por la libertad de expresión, la actitud crítica y el ansia por la constante mejora, mientras que en los territorios palestinos o en los países enemigos la ciudadanía –los súbditos, mejor dicho– no puede, por muchas razones, experimentar el mismo proceso.
Emitiendo todas estas series y películas, Netflix ha hecho –no sabemos si con intención o no–muchísimo más que toda la llamada hasbará y que los sucesivos ministerios de Diplomacia Pública por ofrecer una imagen de Israel distinta a la que estamos acostumbrados. Quizás no la imagen angelizada y caramelizada –y, por tanto, también distorsionada y falsa– que ansían algunos, sino la de un Israel desconocido que, como todo país, tiene sus problemas, sus desafíos, sus inquietudes, sus errores y, por supuesto, sus gestas y sus grandes logros.
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