Imagen: Hamas, queremos vivir
Con una familia de cinco miembros, una casa de dos pisos y una farmacia, Tamer al-Sultan tuvo una vida que muchos en la empobrecida Franja de Gaza envidiarían, pero aún así se sentía atrapado.
Cansado de la mano dura de Hamas, al-Sultan inició un arriesgado viaje con la esperanza de comenzar una nueva vida en Occidente, pero acabó muriendo en ese intento. Su fallecimiento ha llamado la atención sobre el creciente éxodo de los habitantes de Gaza de clase media que ya no pueden soportar vivir en el territorio costero.
También ha conmocionado a muchos palestinos porque parece haber huido de la persecución de Hamas y de las terribles condiciones de vida del territorio.
Al-Sultan se había expresado sobre el gobierno de Hamas en las redes sociales y se había sumado a las protestas contra un aumento de impuestos decretado por el grupo terrorista gobernante en el mes de marzo. Estas acabaron siendo reprimidas rápida y violentamente. Amin Abed, un amigo que fue arrestado con al-Sultan en tres ocasiones por participar de las manifestaciones, relató que los rociaron con agua fría y los golpearon con látigos de plástico.
Así que al-Sultan se marchó, siguiendo los pasos de otros miles de palestinos educados de clase media. El éxodo se ha acelerado en los últimos años, aumentando los temores de que Gaza pueda perder a sus médicos, abogados, maestros y pensadores, poniendo el sueño de los palestinos de establecer un estado independiente en un peligro aún mayor.
Al-Sultan había planeado ir a Bélgica, donde tenía parientes, y traer a su familia después de obtener el estatus de refugiado. Pero su viaje terminó en Bosnia, donde murió el mes pasado a los 38 años.
Se desconoce la causa exacta de su muerte. Un supuesto informe hospitalario de Bosnia que ha circulado en línea establece que padecía cáncer de sangre, pero el documento no ha sido autenticado, y su familia reportó sobre su buen estado de salud en lo previo a emprender el viaje.
«Se fue de Gaza a causa de la opresión», expresó su hermano, Ramadan al-Sultan, en la casa de la familia en la ciudad norteña de Beit Lahiya. Los asistentes a su funeral el mes pasado marcharon con las banderas amarillas del movimiento Fatah y corearon «¡fuera, fuera!» cuando aparecieron los partidarios de Hamas.
El clérigo de Hamas, Salem Salama, emitió recientemente una fatwa, o edicto religioso, contra la emigración, diciendo que «aquellos que abandonan nuestra patria con la intención de no regresar merecen la ira de Dios».
No hay un recuento oficial del número de palestinos que han emigrado de Gaza. Israel no controla a Rafah, el principal punto de salida, y Hamas y Egipto no brindan esos datos.
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU manifiesta que 104.600 palestinos abandonaron Gaza entre 2018 y 2019 y solo 75.783 de ellos regresaron al territorio. Pero no está claro si todas las aproximadamente 30.000 salidas netas responden a casos de emigración. Muchos habitantes de Gaza se van por períodos prolongados para estudiar o trabajar en el extranjero, con la intención de regresar.
«De seguro que miles han aprovechado la oportunidad de salir de Gaza con la esperanza de encontrar un futuro mejor, lejos de la pobreza y el sentimiento de desesperanza en el hogar», señalaron desde Gisha, una organización de derechos humanos israelí.
No existe un programa oficial de reasentamiento, por lo que muchos palestinos recurren a rutas informales. Al-Sultan tomó uno de los caminos más populares.
Salió por el cruce de Rafah, que Egipto ha mantenido abierto de manera regular desde mayo de 2018 después de años de restringirlo, en gran medida, únicamente a casos humanitarios. Desde allí, al-Sultan viajó a Turquía, que recibe frecuentemente a visitantes palestinos. Luego tomó un precario bote hacia Grecia y se abrió camino a través de los Balcanes.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reportó que 1.177 palestinos han cruzado de Turquía a Grecia por mar desde principios de año, el cuarto mayor número de cruces por nacionalidad. Durante el año pasado, al menos seis habitantes de Gaza murieron en esa ruta, incluido al-Sultan, según informes de los medios locales.
Mientras al-Sultan se fue para escapar de Hamas, muchos otros huyeron de la pobreza y el aislamiento. Más de la mitad de la fuerza laboral de Gaza está desempleada y alrededor del 80 por ciento depende de la asistencia alimentaria. Los cortes diarios de energía duran varias horas y el agua del grifo no se puede beber.
Mohammed Nassir se graduó con un título en tecnologías de la información hace tres años y abrió una tienda de computadoras en su ciudad natal de Beit Hanoun, pero pronto debió cerrarla. Encontró un trabajo a tiempo parcial en una empresa de publicidad, pero la empresa cerró dos meses después.
La semana pasada esperó afuera del cruce de Rafah, esperando que se llamara su nombre para poder abordar uno de los tres autobuses que Egipto habilita a cruzar a diario.
«No queda nada para nosotros aquí», expresó. «Sin trabajo, sin presente, sin futuro y, sobre todo, sin esperanza».
Su tío vive en Alemania y está trabajando para conseguirle una visa para viajar allí. Hasta entonces, tiene la intención de residir en Egipto.
«Si las cosas no funcionan, no sé qué haré. Pero cualquier lugar sería mejor que Gaza», declaró.
En otro extremo, está Karim Nashwan, un destacado abogado que dejó Gaza con su familia en 2016 después de que sus hijos se graduaron de la universidad. Actualmente, reside en las afueras de Bruselas. Dice que desearía haberse marchado incluso antes.
«Mis hijos decidieron irse, y estuve de acuerdo con ellos. No tienen trabajo, ni seguridad, ni futuro ni vida en Gaza», dijo en una entrevista telefónica.
Su esposa y sus cinco hijos arriesgaron todo para viajar por la ruta Turquía-Grecia antes de volar hacia Bélgica. Pudo unirse a ellos más tarde viajando a Bélgica legalmente bajo un programa de reunificación familiar.
«Los niños aprendieron el idioma y se están integrando en la sociedad», señaló. «En Gaza ya habíamos perdido la esperanza», concluyó.
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