Esta columna es bastante diferente de todas las anteriores, ya que incursionaremos en el universo de las especulaciones matemáticas y su relación con el simbolismo religioso judío. Y advierto: no es el comentario de los hallazgos de otros, sino de uno propio, por lo que es muy probable que no pase de ser una curiosidad sin más valor que el anecdótico. No van los tiros por la numerología de la kabalá, ligada al valor de las letras y sus múltiples ordenamientos y significados.
La cultura dominante en la antigüedad de la zona donde se gestó la fe judía era la mesopotámica, cuyas matemáticas giraban en torno a fenómenos “naturales”, como la medición del tiempo y el espacio. El principio que les permitió desarrollar tan buenos resultados fue la utilización de la base 12 (a diferencia de la base 10 del sistema numérico actual), susceptible de dividirse sin fracciones, en números enteros, por la mitad, la tercera, cuarta, sexta y duodécima parte. A partir de allí surgen las horas, minutos y segundos, por un lado, y los ángulos. Dichos valores serían retomados luego por los pitagóricos griegos y pasarían al acervo universal. Incluso influyeron en los hebreos, en su concepción de las 12 lunas (meses) anuales, las 12 mazalot (suertes, constelaciones del zodíaco) e incluso en el concepto de la división en tribus.
Es obvio que el número 1 va a jugar un papel preponderante en el monoteísmo. En el cristianismo, por ejemplo, el otro valor numérico principal es el 3 de la Santísima Trinidad. Sin embargo, en el judaísmo no va a resultar tan trascendental como el 4, protagonista de Pésaj, la salida de la esclavitud e inicio del concepto nacional, así como del propio calendario hebreo, suceso al que nuestra Torá dedica cuatro de los cinco libros del Pentateuco. Si repasamos el relato (seder), encontraremos reiteradas referencias al cuatro: las preguntas, las copas de vino, los hermanos, etc. Un poco antes, en el mismo Libro de Libros, el Génesis consagra al 7 como vertebrador de la vida y sacraliza el séptimo día. La invención de la semana no responde a ningún fenómeno natural o astronómico, sino a la potencia de este símbolo. Volviendo a la epopeya de Moisés liderando a su pueblo, el siguiente número que destaca es el 10: las plagas y los mandamientos son muestra de ello.
Estos números (1, 4, 7, 10…) van conformando una serie representable mediante una fórmula aritmética sencilla: “1 + 3.n”, donde n es un número cardinal (que es como en matemáticas se denominan a los enteros positivos, incluido el cero): 1+3.0= 1; 1+3.1= 4; 1+3.2= 7; y así sucesivamente. La serie continúa pasando por el citado 10 y el 13 (los principios de la fe judía según Maimónides),16, 19, y sigue ad infinitum, por lo que sólo mencionaremos algunos casos llamativos. Los 40 años en el desierto se representan como 1+3.13 (esta última cifra, parte de la serie), el jubileo cada 49 años es igual a 1+3.16 (otro número de la serie), y el total de preceptos (mitzvot) de la Torá es de 613 (1+3.204). Llevamos miles de años investigándonos, pero puede que aún quede mucho por descubrir de nosotros mismos.
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