En su discurso del lunes en Beirut, luego de que sus hombres atacaran violentamente a los manifestantes pacíficos acampados en la Plaza de los Mártires exigiendo cambios ante la corrupción sistémica que Hezbollah e Iran han ayudado a establecer en sucesivos gobiernos libaneses. El secretario general del la organización politico-terrorista proirani que ocupa el Líbano, Hassan Nasrallah, dio a entender que no solo había alcanzado una posición desde la cual puede liderar las comunidades musulmanas del Líbano, sino también que puede dictar políticas muy duras sobre “los poderes infieles y los saboteadores extranjeros que serán puestos en retirada por fogonear a los manifestantes libaneses”.
Los seguidores de Nasrallah podrán creer eso como una mas de las victorias sagradas que el ha publicitado en el pasado más allá de los límites del ridículo. Sin embargo, todos los que conocemos la idiosincrasia de aquellas latitudes, sabemos que la adulación, ha sido y es, la ruina de muchas culturas en Medio Oriente.
No obstante, ¿Qué pasaría si Nasrallah realmente cree lo que dice? Siendo eso algo no puede descartarse, especialmente porque un coro de aduladores lo aísla del marco de la vida de “la vida real”, seria muy peligroso.
El punto es que los filósofos auto-proclamados, afirman que Nasrallah no solo es un gran estratega politico-militar sino que es el pensador más grande desde Aristóteles o, para no lastimar las plumas musulmanas, desde Ibn Sinah. Sus acólitos elogian a Nasrallah como el mejor y mas apto pensador chiita desde Hafez Sa’adi, aunque solo unos pocos cortesanos escuchan en privado sus pensamientos y, en general, el mundo libre ha tomado distancia de ellos.
Sin embargo se supone que Hassan Nasrallah es excelente en todo. Ha escrito sobre la metodología del matrimonio islámico exitoso, la destrucción de Israel, la decadencia de Norteamérica, la reforma de las ciencias humanas, una nueva civilización islámica para reemplazar a la antigua que ha perdido el rumbo y, como una ocurrencia tardía, sobre un re-ordenamiento radical del orden global. De momento, solo le ha faltado que expresarse sobre cocina árabe.
No obstante, la historia está llena de ejemplos de líderes que han sido prisioneros de sus fantasías, aunque soñaron con gobernar el mundo. La literatura árabe islámica tiene muchos ejemplos de poetas maravillosos y también otros, cuyo valor no alcanzo una moneda de diez centavos, aunque han escrito y diseminado sus acotados pensamientos para millonarios liliputienses mentales que los apoyaron y reenviaron a un remanso remoto de la nada, pero que se consideraron a sí mismos como un nuevo Alejandro Magno.
En la mayoría de los casos, el líder que está aislado de la realidad es víctima de una forma política de autismo, o lo que es peor, de una alienación total. Por lo general es incapaz de mantener un contacto normal con la sociedad, especialmente viajando y conociendo lugares y diferentes tipos de personas. El líder alienado pierde el sentido de discernimiento entre el mundo real y el universo imaginario inventado por su séquito y por el mismo.
Estos líderes bien podrían ser definidos como «emperadores de una alfombra para la oración», es decir, dictadores cuyo mandato real no se extiende más allá de una pequeña alfombra, incluso si está tejida en seda y oro.
Sin embargo, luego de la caída de la ex Unión Soviética, teniendo en cuenta que hemos vivido en una época de profundos cambios en las relaciones internacionales, sugeriría que esa alfombra metafórica de oración se extienda para dar a los gobernantes en cuestión un espacio más grande, digamos un kilómetro cuadrado, algo que está más cerca de la realidad de lo que el lector podría pensar.
Un primer ejemplo de ello seria preguntarse: ¿dónde pasaron la mayor parte de sus vidas los Califas abasíes, antes de ser asesinados por sus guardaespaldas mongoles, cuando Bagdad era el centro del mundo? La respuesta es: En un solo kilómetro cuadrado que hoy en día se reduce a poco mas de la mitad de lo que es la Plaza de los Mártires en Beirut.
Debido a que las cosas no cambian tanto como pensamos o esperamos, la élite gobernante libanesa está confinada alli, lo que es lo mismo que decir la antigua “Zona Verde” de la guerra civil, a no mas que a tiro de piedra.
El Akhund Swat, el mulá del siglo XIX que declaró la Yihad en el Raj británico (en lo que hoy es Pakistán), vivía en una cueva rodeada por un jardín, y todo ello no se extendía a más de un kilómetro cuadrado.
Más recientemente en el siglo XX, tuvimos a Josef Stalin, quien en el apogeo de su poder, apenas puso un pie fuera del Kremlin, y Adolf Hitler, que tenía un kilómetro cuadrado en Berlín y otro en Berchtesgaden.
Rafael Trujillo, el dictador de la República Dominicana en la década de 1950, decidió embellecer su palacio-prisión de un kilómetro cuadrado en Santo Domingo con un faro gigante que consumía la mitad de la electricidad de la isla. Cuando la salud lo abandonó, Trujillo quedó ciego. Entonces pasó el resto de su vida imaginando la luz que su juguete arrojaba sobre el Caribe.
El dictador de Haití, Francois Duvalier, alias “Papa-Doc”, dejó su kilómetro cuadrado solo una vez, y fue para enterrar a su perro favorito en el parque central de Puerto Príncipe.
A lo largo de los años hemos conocido a varios “emperadores de un kilómetro cuadrado”, que como dicen los franceses, eructaban más de lo que sus bocas pueden.
Muammar Khaddafi vivía en una jaula de oro en Trípoli. Me sorprendió escuchar en un viaje a Libia en los años 90, que no había tenido tiempo ni coraje para visitar Bengasi en años.
Tambien el déspota sudanés Jaafar Nimeiri, creo su universo de escaso “kilómetro cuadrado”. Hay una anécdota que describe sus días cuando la cortina de una de las ventanas de su salón principal de Palacio se prendió fuego accidentalmente, la reacción de sus guardaespaldas fue entrar en pánico y salir corriendo de la sala.
El déspota iraquí Saddam Hussein también estaba confinado en su mundo del kilómetro cuadrado antes de que decidiera invadir Irán en los años 80 o Kuwait en los 90. Y sabemos como termino, en un hoyo de un metro de ancho por tres de profundidad, antes de ser colgado.
El general Muhammad Siad Barre, el dictador somalí, sobre el cual no estoy seguro que incluso tuviera un kilómetro cuadrado completo ya que vivía en el cuartel central de Mogadiscio porque temía que si iba a su palacio, los soldados pudieran dar un golpe de estado en su contra desde el mismo cuartel militar donde vivía.
En la década de 1980, en dos ocasiones Robert Mugabe, expresó su deseo de dejar su kilómetro cuadrado en Harare, para una visita la zona de Bulawayo que nunca se había sometido a su dominio. Hasta donde se sabe, él nunca lo hizo.
Dudo que alguno de los últimos dictadores soviéticos, incluido Leonid Brezhnev, haya abandonado el confín de su kilómetro cuadrado. Brezhnev tenía palacios, eufemísticamente llamados “villa” en todas las capitales de las 14 repúblicas soviéticas fuera de Moscú. Pero la gente de esos lugares dijo que nunca había visitado ninguno de ellos.
El supuesto kilómetro cuadrado de Yuri Andropov, se supo que era aún más pequeño, del tamaño de una cama donde estaba conectado a una máquina de diálisis para sus riñones hasta su muerte.
Hoy, el jefe del régimen sirio, Bashar al_Assad, está confinado a su kilómetro cuadrado en Damasco y sin posibilidad alguna de circular por otras partes de su país devastado por la guerra. El general irani Qassem Soleimani, considerado el maestro de las relaciones públicas, afirma que evitó que Assad cayera y tuviera que abandonar Siria porque Khamenei le ordenó quedarse, lo que en la práctica, significa que el presidente sirio se convirtió en un prisionero de Khamenei en su propio pais.
Hoy, los houtis yemeníes están sitiados y encerrados en su “imperio”, en el antiguo barrio otomano de Sanaa.
En sus notas autobiográficas, Hassan Nasrallah suele mostrar su costado lírico sobre las alegrías de sus visitas a los santuarios “sagrados” chiítas en Iran e Irak. Sin embargo, hoy no se atreve a poner un pie en un Irak sacudido por levantamientos de los ciudadanos iraquies contra su ideología y su mentor, Iran. Peor aún, Nasrallah, incluso teme visitar Mash’had, la ciudad santa de Irán, y tiene que contentarse con pasar sus días en su bunker subterráneo de Beirut, emitiendo discursos por pantalla gigante y sin salir a la superficie.
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