No hay algo fijo. Cada tanto. Un día sí, diez no, tres veces por semana o una vez por mes. Cerca de 450 en dos días…o mucho más. Los cohetes siguen cayendo sobre Israel con asiduidad cambiante, según el antojo de los terroristas que los disparan. Esto comenzó a inicios del 2001. Ya antes disparaban morteros hacia los asentamientos israelíes en Gush Katif. Pero hace ya casi 19 años, cayó el primer cohete en la ciudad de Sderot. Y desde entonces, siguen. Israel se retiró de la Franja de Gaza en setiembre del 2005 y eso tampoco puso fin a los disparos. Todo lo contrario. Los intensificó.
¿Por qué? Porque la presencia israelí no era la razón. Lo es la existencia del Israel soberano, que los terroristas siguen viendo como “territorio ocupado” ya que o aceptan que haya un Estado judío. Pero éste no es el tema de hoy.
El tema de este editorial es entender cómo vive la población civil en una situación así, que no cesa desde hace casi dos décadas. El tema es entender por qué el significado de los ataques no se puede medir únicamente en cantidad de muertos y heridos. Hay bastante pocos del lado israelí, relativamente, por la forma en que Israel se protege, por los recursos que dedica para cuidar a su población.
Pero hay un tipo de heridas que no se ve con tanta facilidad, que no se puede pintar de rojo en informes periodísticos, que se lleva siempre adentro y a menudo no se termina de curar porque cuando empieza a cerrarse un poco, se vuelve a abrir y vuelve a “sangrar”, en términos emocionales.
Para poder explicarlo debidamente, entrevistamos a Judith Bar-Hay, nacida en Buenos Aires, psicoterapista experta en trauma residente en la ciudad de Sderot, que trabaja en la Asociación Natal y presta ayuda profesional en la zona de Eshkol, adyacente a la Franja de Gaza. Lo interesante es que comparte con nosotros no sólo su sapiencia profesional, sino su propia vivencia como residente en la zona.
“La situación de la población en la zona adyacente a Gaza, la zona al alcance de los cohetes, es de trauma continuo. Imagínate que sales de tu casa en un día soleado y empieza a llover sin previo aviso. Y no te pasa un día sino muchas veces. Una vez llueve fuerte, otra vez llueve poquito, otra vez llueve durante una semana entera. Uno estaba haciendo sus cosas pero ve que no puede saber qué pasará dentro de cinco minutos”, señala.
“No se trata de un incidente puntual como un accidente o un robo, sino de algo continuo que te quita de tu rutina, sin que sepas cuándo ocurrirá ni por qué. Y así vive el 100% de la población”.
Esto crea una gran incertidumbre respecto a las cosas más pequeñas de todos los días y por cierto respecto a cómo uno planifica lo que piensa hacer a corto o largo plazo.
Judith también explica que hay situaciones puntuales de trauma, a raíz de un evento dramático que alguien vive de cerca, que percibe claramente como un peligro a su propia vida. En la vida común puede ser un accidente y en Sderot puede ser el impacto de un cohete cerca de uno cuando vuelve del trabajo o sale al supermercado. “El problema es que acá, no es que no se puede salir del trauma, sino que vuelve a haber otro. Y ya son 19 años…”.
En otras palabras, cuando una herida quizás empieza a cerrarse, sucede algo por lo que se vuelve a abrir y comienza nuevamente a sangrar, en términos emocionales.
“Yo misma”, cuenta Judith, “ya perdí la cuenta de la cantidad de situaciones en las que me pasó a mí o le pasó a algunos de mis seres queridos”. Y detalla sólo una lista parcial: “Una vez pegó en mi coche, una vez pasó cuando estaba con mi chiquita en el peluquero, después al lado de mi casa, otra vez en la escuela…ni te puedo contar las veces que estuve en peligro. Y ya son casi 19 años…Salgo al trabajo y no sé si puedo volver. Y a los cohetes de siempre se agregó en determinado momento la amenaza de los túneles. Después, de las cometas incendiarias y explosivas. Es como si estuviera todo el tiempo respirando a la mitad de mi capacidad”.
En medio de esta situación generalizada, que sufre absolutamente toda la población de la zona afectada, hay situaciones que afectan en especial a distintas personas, lo cual se ve determinado en gran parte por su percepción personal de los eventos que viven y por los recursos sicológicos y sociales que tienen a su disposición.
Hay quienes sufren un trauma, a raíz de un evento puntual por el que la vida se corta por alguna razón, y la persona siente que su vida corrió peligro.
Por otro lado, el 15-20% de la población sufre de post-trauma, un término profesional que define un trastorno por el cual la persona, por ejemplo, evita la rutina de su vida cotidiana, está en alerta constante, no puede dormir, no puede ir al baño, temiendo a cada segundo que ocurra algo. Claro que también hay gente en situación de stress, de gran angustia, y no por eso será definida como en post-trauma.
“Pero también el restante 80% de la población, aquellos a los que se les diagnosticó que se hallan en post-trauma, no pueden vivir con normalidad en una situación como la del sur de Israel”, explica Judith. “Quizás tengan que ir a la escuela después de no haber dormido toda la noche. O perder por eso el día de trabajo. Hay mucha incertidumbre, uno no sabe si ir adonde pensaba o mejor quedarse en casa. La mayoría planeamos cosas, como parte de la vida, pero estamos siempre alerta a los cambios que puedan surgir. Nuestra vida así es muy inestable”.
Y ni que hablar de las cosas «sencillas», que quizás la gente afectada misma no las ve como anormales, pero lo son…saltar automáticamente, tensos, ante cualquier ruido, escuchar la alarma de un coche y ya imaginar que es la alarma anti-cohetes, oir un portazo y creer que es una explosión…o estar en vacaciones en medio del lugar más tranquilo del mundo, lejos de la frontera con Gaza y preguntar, por las dudas, dónde está el refugio al que hay que correr si suena la alarma.
Preguntamos por los niños, aunque Judith atiende adultos. Y su respuesta es quizás lo más difícil de todo. “Mira, para mí, los chicos son los padres. O sea…niños que hace 19 años tenían 5, hoy ya tienen 24, pueden estar por casarse y tener hijos. Ya es otra generación que sigue viviendo igual, chicos que crecen y se convierten en padres..y siguen arrastrando la capacidad a medias de respirar”.
¿Y entonces?, preguntamos a Judith. ¿Cómo se explica? ¿Cómo se explica que salvo casos muy puntuales, la gente no abandone la zona, que no se vea un éxodo abandonando el sur. “Es una hermosa pregunta”, nos responde Judith. “Porque frente al temor y la incertidumbre, hay algo que al parecer es mucho más fuerte todavía: la esperanza y la comunidad. Son de los recursos más grandes que hay”.
La zona es hermosa, pastoral, y la comunidad es fuerte.
“Un 10% del tiempo infierno, 90% paraíso”, nos dijo un entrevistado del kibutz Kerem Shalom, Amit Caspi, cuando le planteamos lo mismo. Claro que en ningún lugar normal la población tiene por qué soportar ataques del otro lado de la frontera un 10% del tiempo, que de todos modos nunca se sabe cuándo serán. Pero la esperanza en el resto, es una base clave para seguir adelante. “¿Cómo vive la gente al lado de un volcán?”,pregunta retóricamente. “¿Y en lugares en los que se sabe que hay terremotos?”. “La vida es más fuerte que todo”, resume Judith.
En el kibutz Ein HaShlosha, conversamos tiempo atrás con Merav Cohen. Explicó detalladamente cómo es la vida bajo la amenaza, por qué la población no tiene por qué aceptarla y también explicó por qué hay críticas en el sur a la política gubernamental. Y resumió lo central : “De acá no nos iremos. Este es nuestro hogar. Eso nunca cambiará”.
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