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| domingo noviembre 17, 2024

La enfermedad


En el Libro de la claridad, texto kabalístico provenzal del siglo XII, se insinúa que el alma del hombre es soñadora y que si éste le niega crédito a su actividad onírica enfermará, en tanto que si le hace caso su vida futura será saludable. Que un simple juego de palabras hebreas entre ´´enfermedad´´ o majaláh,  y ´´sueño´´ o jalom, permita semejante reflexión es un auténtico hallazgo prefreudiano, que no por arbitrario es menos efectivo, ya que está demostrado que soñar o, incluso, como quería Bachelard, ´´ensoñar´´, es una actividad que nos protege de la opaca rutina poblando nuestro corazón de imágenes sugestivas y catárticas. La psique, nuestra psique sueña para liberar la energía sobrante y también para reordenar nuestro destino, de manera que privarla de esa actividad, privarla de su rica imaginación o corriente de sueños lúcidos, es debilitar el cuerpo que le sirve de pantalla y en última instancia abrirlo a los embates de la enfermedad.

 

Una teoría más antigua aún relaciona la enfermedad, majaláh, con la ´´sal´´ o mélaj , tal vez porque posee el mismo radical lingüístico o bien porque ésta juega un papel capital en el complejo funcionamiento neuronal llamado la bomba de sodio-potasio. Nunca sabremos hasta qué punto la intuición de los maestros judíos fue certera. Muchos remedios antiguos vuelven a ponerse de moda cuando se redescubren sus propiedades menos obvias. En la época de Jesús ya se sabía que la sal-que los Evangelios llaman álas  y da el adjetivo álastos, ´´perdurable´´-determina la calidad de nuestra memoria y, por tanto, de nuestra identidad, para no decir de nuestra conciencia. Hoy le llamamos suero y lo damos a quienes, postrados por algún mal grave, no pueden ingerir alimentos sólidos.

 

Trátese de sueños o de sal, lo cierto es que la enfermedad es, directa o indirectamente, un juicio que el alma le hace al cuerpo, y no porque éste sea culpable sino porque en su ignorancia ´´llama´´ a muchos de sus males y desarreglos sin pensar en que éstos le pasarán factura  más tarde. El maestro Weinreb sugirió en el siglo pasado que el binomio salud-enfermedad equivale al de sagrado-profano. Par que ha estado siempre allí y seguirá estándolo, como el día y la noche o el cosmos y el caos, inseparables. Weinreib apoya su teoría en este simple hecho: si cada malestar profana nuestro orden diario, cada convalecencia es un pequeño shabat, un reposo necesario para que nuestro organismo se recupere. Pero aún sostiene algo más importante: dice que la salud adulta debe ganarse y que, dada la inevitable existencia de la enfermedad, el visitar a los que padecen acelera su curación. Vieja idea talmúdica que nació del proverbio que sugiere que ´´si setenta personas visitan a un enfermo, éste se cura.”

 

Ciertamente la enfermedad es un hecho social, como lo prueba el contagio en la mayoría de los casos. Lo que no está tan claro es que también el remedio lo sea. Hipócrates, Galeno, Maimónides, Flemming, Pasteur y Salk fueron grandes individuos que redujeron la fatalidad del mal apelando a su intrépida inteligencia. Por eso sospecho que Weinreb tiene razón: la salud debe ganarse, debe conquistarse día a día, y lo que cada uno de nosotros hace por sí mismo es semejante a lo que  los médicos citados hicieron por el totum de la Humanidad.

 

´´La vida-escribió Novalis-es la enfermedad del espíritu.´´ En cuyo caso, ¿No deberíamos investigar qué es el espíritu si queremos saber qué transtorna nuestras vidas?

 

 
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