El ataque contra Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds y tal vez el segundo hombre más poderoso de Irán después del líder supremo, el ayatollah Ali Khamenei, es un duro golpe para la República Islámica de Irán. Su muerte probablemente resultará en una devastadora cadena de sospechas e inseguridades en los nodos de poder de Irán.
A primera vista, uno podría pensar lo contrario. La República Islámica y sus representantes en Irak y Líbano han sido, en los últimos dos meses, blanco de manifestaciones masivas contra las milicias respaldadas por Irán. Consulados iraníes han sido quemados, justamente, en las ciudades sagradas chiís de Najaf y Karbala de Iraq. En lugar de «Yankee Go Home» (Yanqui vete a casa), los manifestantes coreaban «Irán, bara, bara», o sea «Irán Go Home», en árabe.
Para desviar la ira popular contra Irán, Kata’ib Hezbollah (Brigadas de Hezbollah), una importante milicia que opera bajo el paraguas de las milicias proiraníes “Hashed al Shaabi” (o Fuerzas de Movilización Popular) asesinó a un contratista estadounidense. La intención de este asesinato era presumiblemente provocar a Estados Unidos para que realizara un ataque en represalia que apaciguara las manifestaciones anti-iraníes en Iraq.
De hecho, Estados Unidos tomó represalias, y su ataque fue sin duda mucho mayor de lo que la milicia había esperado. Durante un devastador y preciso ataque de helicóptero, al menos 25 combatientes de la milicia fueron abatidos y el doble de ese número resultó herido.
Y menos aún, ni la milicia ni su patrón iraní anticiparon que Washington continuaría. En una movida mucho más dramática, Estados Unidos abatió a Qassem Soleimani y al comandante de Kata’ib Hezbollah, Abu Mahdi al Muhandis, junto con otros trece, en un ataque con drones dirigido contra el automóvil de Soleimani y un minibús que lo acompañaba cuando abandonaban el aeropuerto de Bagdad.
Los ataúdes desfilaron por Bagdad desde donde procedieron a Najaf y Karbala. La intención del espectáculo era no solamente inflamar grandes manifestaciones contra la continua presencia estadounidense en Irak, sino también, siguiendo la intención original de Teherán, provocar a Estados Unidos, para aterrorizar y silenciar a los manifestantes que habían estado protestando contra el control de Irán sobre Irak.
Algunos podrían argumentar que el ataque con aviones no tripulados en el aeropuerto de Bagdad fue otro ejemplo de una operación de alta tecnología de parte de Estados Unidos contra sus enemigos que resultó en un éxito táctico pero un fracaso estratégico. Los promotores de esta visión podrían inferir, a la luz de la capacidad recientemente fortalecida del régimen iraní para agitar indignación contra Estados Unidos, que está saliendo de esta serie de enfrentamientos como el ganador a pesar de la pérdida de Soleimani.
Esta es una lectura errónea.
La muerte de Soleimani es un gran golpe para Irán.
La designación del ayatolá Khamenei de Esmail Ghaani, el lugarteniente de Soleimani, para sucederlo como jefe de la Fuerza Quds es un indicador de la magnitud del golpe. Ghaani tiene más de sesenta años (al igual que Soleimani). No es la edad ideal para hacerse cargo de una gran organización clandestina con tentáculos en gran parte del Oriente Medio y más allá.
Hace más de 20 años, en algún momento entre el otoño de 1997 y los primeros meses de 1998, una dirigencia revolucionaria islámica más joven y vibrante eligió a Soleimani, de 40 años, por encima de sus superiores para dirigir a esa unidad de élite. Khamenei es aún más viejo y está menos dispuesto a correr el riesgo de elegir a un joven comandante atrevido, pero esa no es la única razón de por qué no lo hizo.
Incluso si el ayatollah estuviera inclinado a seleccionar un reemplazo más joven, el ataque contra Soleimani le impide tomar esa decisión. El ataque prueba sin lugar a dudas que el sistema de seguridad iraní está plagado de informantes. Sabían cuando Soleimani dejó su escondite secreto en Damasco, en qué avión se embarcó, en qué aeropuerto iba aterrizar, en qué vehículos entró, él y su séquito, tras aterrizar, y exactamente a qué hora salían esos vehículos del aeropuerto.
Esto sugiere un flujo de información que involucra decenas si no cientos de informantes estrechamente relacionados con los estamentos superiores de la Fuerza Quds. Estos informantes pudieron y proporcionaron esta información a sus homólogos estadounidenses en tiempo real para que los helicópteros estadounidenses estén en posición de matar.
El asesinato del número dos en cualquier país crea una cadena devastadora de sospecha destructiva y ansiedad en los pasillos del poder. La única opción de Khamenei para nombrar un sucesor era elegir entre los viejos incondicionales que están por encima de toda sospecha. Todo individuo más novato en la organización y en la red de seguridad más amplia es ahora sospechoso.
Sin duda, muchos serán apartados si no ejecutados, mientras los equipos de contrainteligencia tratan de identificar a los informantes. El problema para el régimen está en averiguar quién los va a reemplazar.
Khamenei también comprende la relación destructiva entre la expansión imperialista y el peligro de que los servicios de seguridad del estado sean penetrados.
Si Israel pudo descubrir instalaciones nucleares secretas en Teherán, piense que mucho más fácilmente los estadounidenses, que tienen una presencia masiva en Irak y Líbano, pudieron reclutar iraquíes y libaneses para penetrar en el laberinto iraní en ambos estados y desde allí abrirse camino hacia el propio Irán.
El asesinato de Soleimani sugiere que tal como lo han demostrado miles dispuestos a manifestarse abiertamente contra Irán, muchos otros van a elegir ser informantes en un momento en que el rial iraní vale dos tercios del valor que tenía hace menos de dos años.
La mayoría de los iraquíes no aman ni a Irán ni a EE.UU. y están sentados al margen esperando ver la influencia de cuál estado prevalece sobre su país. El asesinato de Soleimani fue una muestra masiva de la fuerza estadounidense porque él fue promocionado por Irán como invencible.
Fotos del cortejo fúnebre muestran vehículos movilizándose por una estrecha calle de Bagdad, no una amplia avenida. Si el cortejo se hubiera desplazado por una calle más ancha, el número relativamente pequeño de participantes de luto (entre cientos y miles) habría sido revelado. Esto sugiere que muchos iraquíes, incluidos los chiís, sentados al margen, no están con Irán.
Esta interpretación es reforzada por la decisión del líder espiritual chií, el ayatollah Ali Sistani, de abstenerse de condenar el asesinato, una elección que sin duda refleja su lectura de la opinión chií iraquí. Entre «Yankees Goi Home» e «Irán, bara, bara», el segundo canto parece más sintonizado con el futuro.
Hace treinta años, el historiador de Yale, Paul Kennedy, escribió sobre los peligros de los imperios demasiado extendidos. Gran Bretaña era su primer ejemplo. Las arcas menguantes de Teherán como resultado de las sanciones de Estados Unidos y la clara demostración de la supremacía militar estadounidense sugieren que un destino terrible aguarda a los ayatolás iraníes: no solo la retracción imperial, sino el olvido.
El profesor Hillel Frisch es profesor de Estudios Políticos y Estudios de Oriente Medio en la Universidad de Bar-Ilan, e investigador principal asociado en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos.
Traducido por Aurora
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