La creciente oleada de judeofobia que sacude el mundo no es cosa de broma. Así que la idea de celebrar una votación para elegir al Antisemita del Año puede resultar chocante a algunos, que quizá lo vean más como una arriesgada estratagema publicitaria que como un intento serio de afrontar el problema. Pero, con independencia de lo que se pueda pensar sobre el controvertido reclamo, esa votación, en la que tomaron parte miles de internautas, sirve para poner el foco en el antisemitismo, esa plaga, y en cómo se está legitimando. Para colmo, resulta que sólo unos días después de celebrada la ganadora del título se hizo perfectamente acreedora del mismo con una declaración que permite ilustrar por qué el antisionismo no es sino uno de los avatares del antisemitismo.
La votación de marras fue promovida por StopAntisemitism.org, que recientemente publicó Los nuevos antisemitas, notable informe sobre la manera en que el movimiento BDS incurre en el odio a los judíos y en el que se da cuenta del apoyo que los izquierdistas reciben en este punto de la extrema derecha. El resultado de la misma es harto elocuente. Y aunque compitió con el líder de la Nación del Islam, Louis Farrakhan, el klansman David Duke y el supremacista blanco Richard Spencer, quien recibió más votos fue la congresista demócrata Ilhan Omar.
En un año (2019) en el que supremacistas blancos atacaron sinagogas, matando e hiriendo a fieles judíos, y en el que en el Gran Nueva York se registraron ataques casi diarios contra judíos ultraortodoxos por parte de vándalos, ¿merecía el título Omar?
Uno puede aducir con buenas razones que, como las otras congresistas ultraizquierdistas que componen La Brigada, especialmente Rashida Tlaib y Alexandria Ocasio-Cortez (también demócratas), Omar ha recibido mucha más atención mediática. De hecho, es difícil ignorar a un miembro del Congreso con 1,8 millones de seguidores en Twitter que vierte invectivas contra los judíos, a los que acusa de doble lealtad y de haber comprado el propio Congreso para que apoye a Israel. Aún más difícil de ignorar es el hecho de que Omar y sus aliadas, pese a su condición de congresistas novatas, han sido lo suficientemente poderosas como para forzar a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a recular en sus intentos por censurar a Omar por su notorio antisemitismo. Igualmente cabe decir que Omar y sus colegas han contribuido a copar la agenda de su partido, aun cuando la mayoría de los demócratas siguen apoyando a Israel más que a quienes, como Omar y Tlaib, respaldan el BDS.
Con todo, Omar merece reconocimiento por dejar expuesta la hipocresía del BDS, y su propio doble rasero en cuanto anda de por medio Israel.
Omar no sólo ha deplorado la orden dada por el presidente Trump al Ejército para que diera muerte al general Qasem Soleimani, jefe de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, que están a cargo de las actividades de Teherán como principal promotor estatal del terrorismo y son responsables no sólo de la tortura y muerte de iraníes opositores al régimen, sino de miles de iraquíes, sirios, libaneses y yemeníes –por supuesto, también han capitaneado ataques contra judíos e israelíes–; Omar además ha lamentado el anuncio presidencial de que EEUU incrementará las sanciones económicas contra Irán, sanciones que tienen por objetivo forzar al régimen de los ayatolás a renunciar a su programa nuclear, a la producción ilegal de misiles y al terrorismo.
“No tiene sentido”, tuiteó Omar. “Las sanciones son la guerra económica”.
Es cierto. Las restricciones al comercio con Irán son una manera –muy distinta de una guerra con fuego real– de hacer responsables de sus actos a los ayatolás. Y si se piensa que esas medidas son injustas y que perjudican a quienes las padecen, como sostiene Omar, cabe argüir que EEUU no debería recurrir a ellas para no lastimar al pueblo iraní.
El caso es que Omar no se opone a las sanciones en general. De hecho, ha apoyado en repetidas ocasiones al movimiento BDS contra Israel. Omar piensa que el único Estado judío del planeta, que resulta ser también la única democracia de Oriente Medio, así como el único país de la región donde se pueden practicar libremente todos los cultos, debe ser objeto de esa clase de guerra económica.
Frente a lo que sostienen algunos de sus apologetas, el propósito del BDS no es presionar al Gobierno israelí para que cambie de políticas. Como sus fundadores y sus principales dirigentes en EEUU han dejado claro tantas veces, su objetivo es acabar con Israel.
Así que si apoyas el BDS contra Israel pero te opones a las sanciones contra la República Islámica, una brutal teocracia que oprime a su propio pueblo, quiere imponer a otros –terrorismo mediante– su tiranía islamista y pretende destruir a Israel, entonces no eres sólo un hipócrita. Señalar a los judíos para que se les trate como crees que no merece uno de los peores regímenes del planeta es una forma de discriminación indistinguible del antisemitismo.
Mientras que la designación de Omar como Antisemita del Año ha sido ignorada por la mayoría de la gente, su disposición a oponerse a las sanciones contra Irán al tiempo que aboga por que se le impongan a Israel es algo que debería hacer que otros congresistas rehuyan tanto a Omar como a su colega pro BDS Tlaib, como promotoras que son del odio. Pero no, siguen siendo tratadas no ya como respetables miembros de la Cámara, sino que se las jalea en los medios como líderes de opinión y referentes para las minorías.
Puede que Omar no haya matado a nadie, pero al contribuir a legitimar los prejuicios y el doble rasero característicos del antisemitismo, merece ser objeto del mismo oprobio que se vierte sobre otros extremistas. La negativa de los medios a hacerlo es una tremenda muestra de la legitimación de la judeofobia.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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