¿Cuál es su objetivo? ¿Un Estado palestino o un gran Estado palestino? Porque si su objetivo es simplemente lograr un nuevo Estado que sirva como hogar al pueblo palestino, con el plan presentado por el presidente Trump ya lo tienen al alcance de la mano. Claro que quizá las autoridades palestinas deseen realmente otra cosa. Quizás deseen un gran Estado palestino que, necesariamente, implicaría la desaparición del Estado de Israel y por ello de la única democracia digna de ese nombre de Oriente Medio. Quizá para ellos la constitución de un Estado palestino sea solo posible, y deseable, previa destrucción del Estado de Israel.
Pero ¿Por qué podrían desear de las autoridades palestinas la desaparición de un pequeño Estado como Israel? ¿Por qué tanto empeño, cuando podrían, hoy más que nunca, lograr el objetivo de tener un Estado propio? ¿Por qué ligar la creación de un Estado a la destrucción de otro? Pues porque son conscientes de que aceptar convivir con un Estado judío libre podría llegar a ser bastante complicado. Al fin y al cabo, para las autoridades palestinas ser frontera de una democracia que respeta los derechos humanos, la libertad sexual, la libertad de culto, la libertad de voto, etc., podría llegar a ser muy molesto. Las familias y ciudadanos del nuevo Estado palestino experimentarían la diferencia entre vivir a uno u otro lado de la frontera. Y la historia ha demostrado que las fronteras que separan no solo Estados sino sistemas ideológicos son muy conflictivas. Una situación similar se produjo ya entre las antiguas RDA y RFA, y finalmente unos tuvieron que acabar levantando un muro para impedir que la gente se les mudara de país.
Para las autoridades palestinas, Israel podría ser un espejo demasiado incómodo. Un espejo de paz y prosperidad en el que muchos preferirían no tener que mirarse, ya que les devolvería una imagen nítida de su propia realidad. Una realidad probablemente muy distinta a la que hoy existe en los territorios bajo soberanía Israelí. Y cuando no te gusta lo que el espejo te pueda llegar a decir, la tentación consiste en romperlo, en hacerlo desaparecer. Así pues, las autoridades palestinas son conscientes de que la viabilidad real de un Estado palestino, tal y como ellos conciben el Estado, estaría condicionada en el medio-largo plazo a la no existencia de un referente cercano, al olvido de todo lo que Israel ha demostrado con hechos que se puede conseguir en materia de bienestar y derechos civiles. Claro está que esto no tendría obligatoriamente que ser así. Las autoridades palestinas podrían plantearse seriamente establecer para su nuevo Estado unos estándares de calidad democrática similares, o incluso superiores, a los ya existentes en los territorios actualmente bajo soberanía israelí. Podrían, pero algo nos dice a todos, también a los palestinos, que las cosas no irán por esos derroteros.
En una zona del mundo donde el agua significa la vida, Israel es ahora una democracia rodeada de tiranía, un lago rodeado de desierto, un vellón cuya lana retiene la humedad del rocío mientras todo el suelo a su alrededor se mantiene seco. Pero en la nueva frontera entre un Estado palestino e Israel, ese contraste sería demasiado evidente porque afectaría a miles de familias palestinas con miembros a ambos lados de la frontera.
Así pues, el problema no será nunca la constitución de un Estado palestino, el problema será el riesgo de la posible desaparición de Israel como Estado. Cualquier posible escenario futuro ha de ser considerado bajo el criterio de que hay una hipótesis que no podemos permitirnos el lujo de considerar siquiera: que Israel pudiese llegar a desaparecer.
Empezamos este artículo con una pregunta y lo terminaremos con otra: ¿por qué habremos de arriesgarnos a que se apague la luz de Israel?
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